¿Funcionan las Sanciones?
Análisis 01/08/2019 05:00 am         


Por Christopher Sabatini: Lecciones de la historia



Christopher Sabatini

El esfuerzo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para provocar el fin del régimen represor de Cuba al aplastar su economía solo garantiza más sufrimiento para los ciudadanos de la isla, que ya padecen suficientes limitaciones a consecuencia del proyecto económico fallido de Fidel Castro. La Casa Blanca está dañando a la misma gente —los cubanos comunes y corrientes— a la que dice querer ayudar. No solo se están agotando sus posibles fuentes de ingresos independientes (y, con ellas, su autonomía política), sino también su acceso a alimentos y sus esperanzas para el futuro.

Durante décadas, la autocracia cubana ha sido un recordatorio irritante de la impotencia de Estados Unidos para erradicar el comunismo. El congreso estadounidense endureció el embargo contra la isla en 1992 y 1996, con los involuntariamente irónicos nombres de la Ley de la Democracia Cubana y de la que se conoce como la Ley de la Libertad Cubana. Esta presión siempre ha venido acompañada del discurso draconiano de los republicanos, a quienes les gusta afirmar que al gobierno de Castro le ha llegado el fin. John Bolton, el asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, es el representante más reciente de una política de mano dura que ha diseminado esta retórica vacía. Sin embargo, más de 58 años de aislar a La Habana han demostrado que esta estrategia no sigue ninguna teoría lógica de cambio de régimen, por más bien vista que esta sea al sur de Florida. El aislamiento solo ha reforzado el esfuerzo del gobierno cubano para hacer que sus ciudadanos sean económicamente dependientes del Estado comunista.

Esta estrategia de mano dura de los gobiernos estadounidenses tuvo una breve pausa cuando, en diciembre de 2014, el entonces presidente Barack Obama anunció una flexibilización del embargo y la normalización de las relaciones diplomáticas. Trump revirtió el rumbo y echó a andar de nuevo muchas de las sanciones fallidas del pasado en contra de Cuba, además de algunas nuevas. Estas sanciones incluyen restringir el turismo estadounidense a viajes grupales oficialmente aprobados con organizaciones culturales, cancelar el permiso para que los cruceros estadounidenses atraquen en puertos cubanos, planes para reducir a 1000 dólares la cantidad de dinero que los cubanoamericanos pueden enviar a Cuba cada tres meses y permitir que los ciudadanos estadounidenses demanden a empresas extranjeras por el uso de propiedad expropiada por el gobierno de Castro (una disposición que habían suspendido los gobiernos republicanos y demócratas desde que se aprobó en 1996).

Según lo admitió la Casa Blanca, estas políticas reducirán a la mitad el número de turistas estadounidenses que visitan la isla. El año pasado, esa cifra fue de 600.000 personas. Los turistas estadounidenses habían contribuido a mantener las tiendas y los restaurantes privados, así como los aproximadamente veinte mil lugares de hospedaje registrados en Airbnb que han aparecido en años recientes.

El apoyo a La Habana del régimen de Venezuela, otro blanco del gobierno de Trump, se ha detenido, lo que ha agravado los problemas económicos de Cuba. Poco después de que tomó protesta como presidente de Venezuela en 1999, Hugo Chávez lanzó un salvavidas a la economía cubana, que estaba pasando por un momento difícil, con el envío de cien mil barriles de petróleo diarios, la mitad de los cuales el gobierno cubano vendía en el mercado mundial a cambio de dinero en una moneda fuerte. Como pago parcial por el petróleo barato, los cubanos suministraron apoyo militar y de inteligencia a Chávez y a su sucesor, Nicolás Maduro, para ayudarlos a consolidar su proyecto autócrata y corrupto.

Sin embargo, a medida que la producción de petróleo venezolano se desplomaba en años recientes y los precios mundiales caían, el sistema para mantener a flote a Cuba se redujo a entre 20.000 y 50.000 barriles diarios, a partir de abril. El gobierno de Trump ha percibido la debilidad de estas dos economías como una oportunidad para provocar un cambio de régimen en ambos países. El primer objetivo fue Maduro, con la esperanza de que su caída retornara la democracia a Venezuela y de paso provocara la quiebra del régimen cubano, al ponerlo por fin de rodillas. Ahora que los funcionarios gubernamentales deben enfrentar sus esfuerzos fallidos y sobrevalorados para derrocar a Maduro, han cambiado el enfoque: culpan a Cuba por la supervivencia de Maduro, en lugar de a Maduro por la supervivencia del gobierno cubano.

Los cubanos, y sus líderes, han pasado cosas peores. Las restricciones estadounidenses al comercio y los viajes a Cuba son menores en comparación con las dificultades que enfrentaron tras el colapso de la Unión Soviética, un periodo en el que la economía cubana se contrajo más de un tercio. Aun entonces, con escasez de alimentos, electricidad y esperanzas, el gobierno de Castro sobrevivió. Hoy, el liderazgo de Cuba, a cargo del sucesor seleccionado por Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel, nuevamente está exhortando a los ciudadanos de la nación a apretarse el cinturón, al promover, por ejemplo, el consumo de jutías, un roedor local, como fuente de proteína. Además, otras potencias autoritarias, como China y Rusia, están más que dispuestas a enviar aunque sea un poco de ayuda económica y mucho apoyo ideológico antiestadounidense, lo cual no existía durante el periodo posterior a la Guerra Fría.

La estrategia del gobierno de Trump fracasará, como lo ha hecho en el pasado, y el pueblo cubano continuará soportando el embate de una política estadounidense equivocada. 

¿Cuándo aprenderán por fin los líderes estadounidenses las lecciones de la historia?






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