Aurelio F. Concheso

Para principios del siglo pasado, Argentina era uno de los países más avanzados del Mundo en términos económicos y sociales. Con la Constitución liberal de Juan Bautista Alberdi de 1853, el establecimiento de la educación laica universal por el educador y Presidente Domingo Faustino Sarmientos de 1868 a 1874, una inmigración masiva principalmente italiana y española, y una ventaja comparativa de tierras fértiles que la convertían en el “granero del mundo”, la Argentina entra al siglo 20 como uno de los países más desarrollados del Mundo.

Ya en los albores de la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires era una de las grandes capitales del orbe. No solo era un ícono cultural, sino que su Metro, a título de ejemplo, comenzó a construirse a la par con el de París, y un tiempo antes que el de Nueva York. La situación de bonanza continuó hasta que la Gran Depresión primero, y los inicios de la Segunda Guerra Mundial después, aislaron al país de sus principales clientes de ultramar. En la turbulencia social resultante, una serie de gobiernos militares de corta duración devinieron en la llegada al poder de Juan Domingo Perón a principios de 1946, dando inicios a lo que 73 años después todavía se denomina “peronismo”. Con una filosofía de gobierno basada en populismo obrerista, con veleidades de corporativismo fascista mussoliniano, el peronismo rápidamente se convirtió en la vara contra la cual medir a los incipientes populismos latinoamericanos, aquellos que le prometen a sus electores que si hay almuerzo gratis.

Con el tiempo, y tal vez con un sagaz espíritu de supervivencia, el peronismo mutó hasta dividirse entre tendencias claramente identificables que se unían o enfrentaban según las circunstancias, a saber: un ala izquierda, una de centro y otra de derecha. De derecha fue el ala peronista que llevó a Carlos Menen al poder en 1990, para implementar las reformas liberales que incluyeron una Caja de Conversión monetaria y la privatización de empresas del Estado. De izquierda el ala de los Kirchner, que devaluó el peso, se apropió de los fondos de ahorro de los trabajadores re estatizándolos, desconoció la deuda externa y produjo crecimiento artificial con subsidios insostenibles a los servicios públicos.

De centro es al parecer la fracción de Sergio Massa, quien volcó su apoyo sobre el liberal Mauricio Macri para hacer posible su elección en la segunda vuelta de 2015. La sorpresa que para los encuestadores resultó el triunfo del peronismo en las primarias del domingo pasado con 47% tiene mucho que ver con que las tres fracciones, incluidas la de Massa, se hubieran reunido en torno a la candidatura de Alberto Fernández, dándole un soberano revolcón al Presidente Macri. La pregunta sería que tipo de gobierno se puede esperar de un peronismo transitoriamente reunificado en todo su espectro.

Las primeras indicaciones no lucen esperanzadoras porque, a juzgar por las medidas anunciadas en las últimas 72 horas, pareciera que ¡hasta el Presidente Macri ha abrazado el populismo peronista! Eliminación del IVA por unos meses, bonos a la Maduro, reducción de la gasolina, ¿Quo Vadis Macri?

Es cierto que el Gobierno liberal no actuó con pericia tomando con rapidez las medidas que podrían haberle dado un vuelco a la insostenible situación creada por el peronismo de izquierda. Pero repetir la receta Kirchner no parece ser la salida, a menos que los argentinos piensen que un segundo default después del más grande de la historia hace solo 20 años los va a encariñar con los inversionistas y los mercados financieros.

Las lecciones para los venezolanos abundan en este caso, quizás una de las más importantes es que pese a visiones encontradas, los argentinos las dirimen de manera civilizada en las urnas con libre acceso a todas las corrientes de pensamiento, y que los almuerzos más caros son los que aparentan ser gratis.