Se negocia con poder
Análisis 31/08/2019 05:00 am         


Por Jonatan Alzuru Aponte: El mejor momento para sentarse a negociar la salida con un déspota es cuando está débil



Jonatan Alzuru Aponte

Si uno lee las redes sociales, artículos de opinión y declaraciones, sobre lo acontece en Venezuela, haciendo un juego de ficción, que se desconoce cuál es la disputa política y se hace el esfuerzo por comprenderla, lo que saltaría a la vista es una guerra verbal, discursiva, en distintos tonos y estilos, de todos contra todos, asumiendo desde cada parcela que se tiene la verdad, que representan al país y que son inclusivos. Desde cada trinchera se formulan tácticas y estrategias disímiles o similares con exclusión del otro. Desde los líderes hasta el ciudadano de a pie que hacen vida en estos espacios.

Lo terrible políticamente de ese paisaje es que, en esa trama, el déspota se difumina y aunque no acrecienta su poder, esa dinámica social se transforma en una condición para mantenerse y aprovechar para incrementar su represión selectiva y, a su vez, trazar líneas de desestructuración de las pocas instituciones que débilmente sobreviven.

Si no se atiende este asunto con la urgencia y la seriedad política necesaria (coherencia entre discurso y acción), para articular un movimiento de movimientos contra el opresor, cualquier acción será inútil. Peor aún, si se acuerda con el opresor una solución electoral, sin resolver la unidad dentro de la diversidad, con acuerdos mínimos en tácticas y estrategias entre los principales interlocutores, así como partidos y movimientos sociales, aunque el apoyo popular del déspota sea mínimo, tendrá una condición favorable para perpetuarse y, peor aún, con embadurnamiento de legitimidad.

La responsabilidad que el déspota continúe en el poder y avance en sus propósitos no reside, exclusivamente, en su apoyo internacional de Rusia y China, ni en los cagatintas que habitan en el país y en América Latina, ni en las mafias con charretera que lo asisten, sino en gran medida por la ausencia de una política de confrontación articulada entre los diversos y opuestos actores que dirigen los distintos fragmentos sociales en los que se ha convertido la oposición venezolana, aunado a la desmedida lógica de atacarse unos y otros, hasta intentar que desaparezcan de la escena pública.

La tragedia es una ausencia de voluntad de poder. Quien desea el poder, en el sentido más instrumental y más egoísta, utiliza los mejores medios para alcanzar su fin. Y el mejor medio para liberarnos de la opresión y asumir el poder en Venezuela pasa por tener un discurso, una táctica y una estrategia coherente (discurso, toma de decisiones y acciones) que coaccione por la buena práctica hasta quien disiente de la política que se impulsa. Condición para articular a todos (dígase los que consideran ilegítimo, ilegal y despótico a quienes ejercen el poder) en una dirección para lograr el objetivo.

Quienes piensan que tomar decisiones en instituciones, en partidos o en movimientos sociales o políticos, en el contexto venezolano (migajas), es preservar cuotas de poder, carece de pericia, experiencia y teoría, a propósito de qué tratan los ejercicios del poder. Es un súbdito. Quien desconozca la capacidad que ha tenido el régimen despótico para manejar acertadamente las coyunturas y las confrontaciones políticas, hasta ahora, carece de sentido de realidad y, por lo tanto, es incapaz de autoevaluarse, rectificar y buscar solidez en las acciones que conduzca al derrocamiento del despotismo.

Quienes, siendo dirigentes, consideran que el problema de nuestra debacle como movimiento contra el despotismo es causado por quienes opinan en las redes, evaden la responsabilidad de la dirección política y, lo peor, ignoran un asunto básico del ejercicio político: la acción y el discurso consistente que la explica dado por quien la propone. Los líderes, lo son, porque su palabra genera acciones. Las acciones y no el discurso es lo que configura la práctica política, dígase, su eficacia o no.

Creer que se está en la misma situación que enero, febrero o marzo, con respecto a la lucha contra el despotismo, es cegarse. El despotismo ha logrado legitimarse como interlocutor válido, internacionalmente. De forma simultánea, desestructuró en la práctica a la Asamblea Nacional, a través de la prisión y el exilio. Y genera situaciones particulares para que se desvíe el centro de atención, de atacarlos para derrocarlos a defender particularidades, como es el caso de las universidades. Si no se defienden se pierden y si se coloca toda la energía en ese asunto, se desvía el foco.

Golpear al régimen es transformar eso particular, las universidades, en una bandera para el objetivo central, el desplazamiento del poder. Es una acción (defender y avanzar en la re-institucionalidad universitaria) que, si el liderazgo la evalúa, podría ser un extraordinario detonante para incrementar acciones de calles tratando de alcanzar objetivos concretos.

El mejor momento para sentarse a negociar la salida con un déspota es cuando está débil, porque es el momento para incrementar los costos para ellos y disminuir sus beneficios hasta hacerlo insignificante; se negocia cuando se tiene poder de acción con eficacia y eficiencia. Pero eso supone acrecentar la confrontación interna contra el déspota y, para ello, la condición sine qua non, es la consolidación de un acuerdo mínimo de tácticas y estrategia entre la dirigencia (opuesta y diversa) para impulsar un movimiento de movimientos. De lo contrario, seguiremos hundiéndonos en un fango construido por el despotismo y alimentado por nosotros mismos.







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