La Guerra parece cercana
Análisis 15/09/2019 05:00 am         


Un nuevo episodio en las históricas desavenencias diplomáticas colombo-venezolanas



La noche del lunes 9 de septiembre en cadena nacional Nicolás Maduro anunció la activación del Consejo de Defensa de la Nación ante lo que denominó “la amenaza guerrerista del gobierno de Colombia” en el comienzo de los ejercicios militares a lo largo de los 2.219 kilómetros de la línea fronteriza con el vecino país que comprende los estados Zulia, Táchira, Apure y Amazonas. Al mismo tiempo, el canciller Jorge Arreaza, señaló ante el cuerpo diplomático que se encuentra acreditado en el país que “se ha retomado el hilo de la guerra, de la agresión para procurar falsos positivos ya no solo en Colombia para asesinar campesinos, al pueblo trabajador tildándolos de guerrilleros sino para procurar falsos positivos para llevar una guerra al pueblo colombiano y a Venezuela”, y además que la situación sería llevada ante la Organización de Naciones Unidas. El presidente colombiano, Iván Duque, recomendó a sus funcionarios estar alerta “pero con mesura y calma”, al tiempo que aseguró que no se enviarán tropas a la frontera. En las ya históricas desavenencias diplomáticas colombo-venezolanas ello podría considerarse un nuevo episodio, por cuanto en buena medida desde la imprudente ocurrencia de Bolívar en un juego de tresillo con Santander en Bogotá, ellas en todo caso han estado marcadas por los problemas limítrofes y el uso fronterizo de facciones distintas con planes conspirativos en ambos países. Incluso los episodios más resaltantes en los últimos años: la operación militar declarada por Pérez Jiménez alrededor del Golfo de Venezuela en 1952 hasta la audaz operación de la Corbeta “Caldas” autorizada por Lusinchi en 1987 sobre el territorio en disputa y que obligó a un repliegue de lo que entonces suponía una serie ofensiva de los grupos oligárquicos colombianos que han asumido, como se sabe, el tema con Venezuela como una irrenunciable herencia de familia.

Una situación que vivió luego un peligroso nivel de confrontación entre 2008 y 2010 durante los gobiernos de Hugo Chávez Frías y Álvaro Uribe Vélez, en el clímax de la contienda guerrillas-paramilitares cuando se suspendieron las relaciones entre los dos países y se hicieron comunes amenazas como la proferida por el gobernante desde Miraflores de que era posible “que sukhois venezolanos surcaran el cielo de Bogotá”. En la disputa actual en cambio entran a jugar nuevos factores que tornan más factible el terreno de la confrontación abierta, porque ya no se trata del tema territorial ni de las complicaciones migratorias fronterizas, ni tampoco de desacuerdos económicos y comerciales, sino que ahora tanto Colombia como Venezuela se encuentran insertas en un dilema que apuesta a la hegemonía continental y que en definitiva no es decidido por los gobernantes herederos de la vieja Gran Colombia, sino por los factores que conciben a Venezuela como una pieza estratégica y clave en el juego geopolítico que es trasladado por primera vez (lo de Cuba y Estados Unidos en los años 60 con la “Guerra de los Misiles” sería en cierta medida un “pleito de familia” grato entonces a la sonrisa de Nikita Kruschev) sino como un espacio de alguna manera crucial en las coordenadas de una nueva y desconocida “guerra mundial”.

En este contexto el proceso venezolano, más allá de sus condicionantes internas que suelen interesar en mayor medida a los grupos opositores desconociendo las otras variables, se juegan apuestas de mayor calibre y de un alcance superior que interesan de manera especial a la estrategia del “Gran Garrote” que aplica abiertamente el gobierno de Donald Trump. No es casual entonces que más que las opiniones de la Cancillería bogotana y del propio presidente Duque a quien se le ubica en buena medida como una pieza de la conocida estrategia de confrontación de Álvaro Uribe influyan en la toma de decisiones las recomendaciones del equipo popularmente conocido como “los halcones de papel”, compuesto por Elliott Abrams, John Bolton (ya depuesto) y Mike Pompeo y designado por el gobernante de la Casa Blanca para atender asuntos que aparentemente resultan rutinarios, pero que en ciertas ocasiones y de eso se trata en el caso colombo-venezolano de no ser abordados con discreción y racionalidad, devienen en conflictos mayores que incluso desafían y comprometen la paz mundial. En la actual crisis colombo-venezolana y en la perspectiva de un posible conflicto armado, no tendrían ya la palabra Bolívar ni Santander como en el siglo XIX, ni las tensiones provocadas por reclamos fronterizos por el Golfo de Venezuela durante los gobiernos del siglo pasado, ni tampoco como en años más recientes la confrontación verbal Chávez y Álvaro Uribe, sino poderosos factores con idiomas distintos e incluso incomprensibles para el común pero que comprometerían la vida y la tranquilidad de todos los colombianos y venezolanos. De esta manera, la presente disputa verbal Maduro-Duque no pasa de ser una tradicional refriega propia de la vieja diplomacia, pero que podría abrir espacio en cambio al agravamiento de problemas comunes cuyas salidas no están divorciadas del uso de la violencia.

CASO VENEZUELA

La situación venezolana en los últimos años reviste nuevas y graves características, por cuanto se trata de una crisis política, pero fundamentalmente de un proceso de verdadera anomia social en el marco de una catástrofe económica que por ahora no encuentra cauce para ser superada sino todo lo contrario. De allí el fenómeno que representa un éxodo de cinco millones de compatriotas, últimamente en buena medida de los sectores populares fronterizos que sin posibilidades de ocupación corren el riesgo propio de las trágicas migraciones asiáticas y africanas; un proceso de hiperinflación que se emparenta con la virtual destrucción de Pdvsa que más que una empresa del Estado es el referente decisivo de la economía del país y una grave tendencia a la disgregación de zonas geográficas que tributan a economías vecinas. Todo ello configura un caso que ha despertado el interés y la atención de las principales instancias internacionales y que no descartan en consecuencia que el territorio se convierta en escenario de graves conflictos armados.

LA VIOLENCIA COLOMBIANA

Si bien Colombia con las complicaciones económicas propias de los países latinoamericanos, mantiene niveles de crecimiento y de inversión alentadores, no escapa, sino que todo lo contrario, parece condenada de nuevo a sufrir el costo de la violencia estructural que ha determinado desde hace muchos años una guerra que en las últimas décadas mutó en la llamada “guerrilla rural” y en organizaciones como las FARC y el ELN pero que tiene explicaciones y alcances mayores y mucho más graves. Después de varios procesos en procura de la paz y de haber alcanzado un importante acuerdo con el principal grupo armado las FARC durante el gobierno de Juan Manuel Santos, luego de tres años se ha demostrado sin embargo la fragilidad existente para su implementación. De allí que sea alarmante el número de “líderes sociales” supuestamente vinculados a los grupos armados que son asesinados impunemente; la declaración de un sector de las FARC encabezados por Iván Márquez y Jesús Santrich de retomar el camino de las armas; también la muerte y persecución de candidatos a las 222 alcaldías que deberán elegirse el 27 de octubre, todo lo cual añade un nuevo elemento de incertidumbre. Sin contar el juicio anunciado al expresidente Álvaro Uribe, así como la denuncia que implicaría al expresidente Santos con los elementos de corrupción de Odebrecht y las indudables complicaciones económicas y de prestación de servicios que representa ahora la marejada humana de migrantes venezolanos que ya no solo residen en los espacios fronterizos sino que buscan espacios en las diversas regiones de ese país.

GOBIERNO PARALELO

El curso de la crisis venezolana ha conducido también a que sectores opositores nacionales, con la solidaridad de la Casa de Nariño escojan a ese país como la sede de un gobierno paralelo en el exilio; de allí que en Bogotá y otras ciudades operen dirigentes opositores ampliamente conocidos como embajadores, miembros del TSJ y ahora también con el aval de una representación diplomática de Estados Unidos que funciona administrativamente como la embajada estadounidense en Venezuela. Maduro ha señalado y responsabilizado además a opositores radicados en suelo colombiano como autores de operaciones de violencia en el país y de estar implicados en los preparativos para una incursión armada. De la misma manera y para complicar aún más la situación, el gobierno colombiano señala al propio Nicolás Maduro como el protector y garante de la seguridad para los disidentes de las FARC así como para grupos subversivos que habrían encontrado en territorio venezolano ya no solo una “zona de alivio” como en el pasado, pero sin capacidad operativa en términos políticos sino que ahora serían factores activos en los planes de guerra.

TODO ES POSIBLE

Dada la complejidad de las tensiones colombo-venezolanas no es descartable ningún camino. Si bien el presidente Duque ha negado la posibilidad de la intervención militar abierta, la cual solo tendría sentido si es avalada y acompañada por el Ejército norteamericano, que mantiene varias bases militares en la zona, no es descartable que la fragilidad fronteriza y los elementos de odio y de malestar que se generan en los espacios limítrofes se consolide un espacio de permanente conflictividad y guerra que se asimile a lo que en otras experiencias se considera como la “intervención externa”; unas de las más conocidas, por cierto, fueron las operaciones de la llamada “Contra” desde Honduras contra el gobierno sandinista de Nicaragua; y una forma de intervención que ya es frecuente en África y también en el clima bélico del Medio Oriente. ¿Tendrá la comunidad internacional suficiente influencia para impedir un escenario de esta naturaleza si se toma en cuenta que lo más probable es que no se trate de un ajuste de cuentas entre países vecinos sino en el fondo de una forma de encubrir la presencia, en este caso de la estrategia de la Casa Blanca?







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