La enfermedad millennial
Bulevar 20/08/2019 05:00 am         


Por Nelson Totesaut Rangel: La palabra “demencia” utilizada por Aristóteles podría parecer la clave para el asunto.



Nelson Totesaut Rangel

De la boca de Lord Henry, Harry, Wotton, Oscar Wilde sitúa la siguiente sentencia: “La belleza es una forma de genio más elevada, en verdad, que el genio; ya que no tiene necesidad de explicación. La belleza es la maravilla de las maravillas, únicamente la gente limitada no juzga por las apariencias, el verdadero misterio del mundo es el visible, no el invisible”. Esto, lleno de superficialidad, es una extraordinaria explicación de un mundo regulado por la aceptación de las redes. “Juzgar por lo visible” es el valor de los contemporáneos. “Mostrarlo todo” sin pudor, se ha convertido en hábito usual en una sociedad cada vez más narcisista. Específicamente de la generación Y (conocida popularmente como “los millennials”), es decir, todos aquellos nacidos entre las décadas de los 80 y 90, pero antes del 2000.

Un ejemplo interesante lo vimos con el terrible incendio de la Catedral de Notre Dame, París. Si bien hubo una solidaridad generalizada ante la trágica pérdida del patrimonio mundial, las redes sociales demostraron que la narrativa del mensaje tenía otra víctima, otro protagonista, que no era la iglesia. Tampoco lo fueron los valientes bomberos que lograron apaciguar las llamas; ni mucho menos los clérigos que rescataron los tesoros milenarios católicos. El protagonista del incendio fue el mismo usuario que había visitado Notre Dame, y se había podido tomar una foto frente a ella. Un mensaje correcto, con una intención equivocada. Porque esta generación millennial se trata de eso: ellos como centro de vanidad, centro de atención.

Otra noticia más reciente que nos alerta de la “batalla por los likes” salió casi simultáneamente. Mediante un video se puede apreciar cómo un sujeto pierde el equilibrio al momento de tomar una fotografía en la azotea de un edificio. El evento sucedido en la India, nos revela la angustia que pudo haber sufrido durante los pocos segundos cayendo en el vacío. Evidentemente murió: se trataba de una caída de 30 pisos. Y, lo peor de la situación, es que su muerte simplemente se suma a la lista de usuarios temerarios que exponen su vida por una apreciación social y efímera.

Está claro que aquellos que se han expuesto a esto no han hecho las lecturas más básicas al respecto. Para encontrar una respuesta, acudir a Aristóteles (Ética para Nicómaco) es siempre una buena recomendación. Al respecto de la valentía, el filósofo griego nos decía que un hombre valiente es aquel que tiene un fin noble. Es decir, teme a los peligros pero los enfrenta prudentemente para lograr aquel fin deseado. Quienes, en cambio, pequen de excesos, no sepan medir sus propios temores ni tampoco sus fines, serán considerados dementes.

La palabra “demencia” utilizada por Aristóteles podría parecer la clave para el asunto. Es decir, el problema de las redes sociales puede estar diagnosticado dos mil trescientos años antes de nacer. Si no, ¿de qué otra manera se podría explicar esta conducta de un caso sucedido hace pocos meses?: una niña de tan solo 16 años, se quitó la vida luego de hacer una encuesta en Instagram en donde preguntaba si se debería suicidar o no. Lo que parecía una broma, no lo fue. “Death or Life - Muerte o vida” fueron las opciones, ganando “muerte” con 69% de los votos. La noticia publicada por The Guardian, nos demuestra lo frágil que puede ser la vida cuando se condiciona por medio de una aplicación de celular.

La pregunta, entonces, prevalece: ¿cómo combatir contra algo que está al acceso de todos sin limitar la libertad de expresión? ¿Leyendo a Aristóteles, yendo a terapia o, quizá, a un centro de rehabilitación? Ya está determinado que el nivel de adicción y dependencia a las redes sociales es similar al generado por las drogas y el alcohol. La diferencia es que las últimas están reguladas por ley, y las primeras no. Y, como toda adicción, su finalidad no es “sentirse bien”, sino “sentirse menos mal”. Sea como sea, la “enfermedad millennial” nos ha de preocupar.






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