Odio al carbón
Bulevar 11/09/2019 05:00 am         


Dime lo que comes y sabrás porque te odio



La famme da cote, La casa de al lado, es una peli francesa de culto que protagonizan, además de Fanny Ardant y Gerard Depardieu, una ventana y la pasión que se cuela a través de la celosía; es el deseo echo carne que arruina la vida de dos vecinos examantes que, gracias a la buena memoria, saltan irrefrenables muros y nuevos estados civiles. En esta historia inédita de la vida real también hay carnes y vecinos, solo que en vez de anhelos incontenibles, quejas y demandas legales.

Raro. Las querellas entre ciudadanos que comparten pared siempre habían tenido origen, aquí y en Washington, con mejores o peores resultados, en el ruido del que martilla en horas de descanso o el escándalo del fiestero que mantiene a todo volumen y después de medianoche los decibeles del reproductor.

Asombra que en esta ocasión el lamento de una ciudadana tenga origen en el olor, ese que a no pocos mortales marea, a ella, vegana, desquicia. illa Carden, natural de Girrawheen (Australia), es la protagonista de esta trama inédita en la que leguleyos, periodistas y ciudadanos, cosa de intolerancia es, se tapan la nariz. “No puedo disfrutar de mi jardín, ya no puedo salir fuera de casa”, explica a los medios de su país con total molestia. Detesta el olor a carne y “también del pescado”, productos cuyos aromas que proceden de la casa de al lado, tentadores para algunos, insufribles para ella, no puede detener. Sociedad que mata a vacas y toros con licencia ¿proceden sus lamentos?

Durante no uno sino varios años los tribunales australianos han escuchado sus argumentos con atención, así lo reseña The Guardian. Que aquello le parece una total falta de consideración, es su letanía. “Han colocado la barbacoa allí, cerquita, y solo huelo a pescado… ¡solo puedo oler a pescadoooo!”. La mujer asegura que el repetido comportamiento de sus vecinos es deliberado por ello habría tomado cartas en el asunto. Pero los tribunales australianos acaban de desestimar sus alegatos; ya acordaron su dictamen y no la favorece. Además de desestimar su demanda, le aconsejan que “dirija y gaste sus energías en zanjar sus diferencias con sus vecinos, así como invitamos a que todos los involucrados intenten la mejor solución que puedan”. Los vecinos han dicho en su defensa: “Sus demandas no son razonables: van en detrimento de la capacidad de los propietarios de disfrutar de sus casas de una manera aceptable”.

¿Serán que quienes viven del otro lado de la maldita pared son una familia disfuncional? ¿Es que hay una que no lo sea? ¿Alguien sabe si quedan desocupadas grutas en el mundo? ¿La buena vida suena o es silencio? ¿Hay un nivel promedio de decibeles óptimo y grados de olores tolerables? Carden no se hace estas preguntas y, sin darse por vencida, ahora la entrompa contra ¿la carne humana? Bueno, es que también pretende que los vecinos prohíban a sus hijos jugar baloncesto “porque hacen mucho ruido”. Lo paradójico aquí y ahora, cuando el hambre arrecia y las aguas negras expiden olores en los que nadie repara, cualquier comparación estremece. En el caso de XX Carden llama también la atención su tenacidad exacerbada versus la profesión que ejerce, que tiene que ver con calmar, con detectar nudos y sobar, con el contacto con el cuerpo: es masajista. 





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