Matar un ruiseñor
Bulevar 22/09/2019 05:00 am         


El mal necesita, para definir su propia condición, aunque sea un resquicio de bien, un hilo de empatía, por fino que parezca



Llegó vestida de blanco para esconder su sombra de novia oscura. Cambió el afro hirsuto por una alisada cabellera. La Ana Julia Quezada que se presentó en la Audiencia Provincial de Almería esta semana emborronó su aspecto. No se vio en nada a la que durante doce días animó y encabezó la búsqueda de Gabriel Cruz, el hijo de su pareja, el niño de ocho años que ella misma había matado. Aunque gimoteó en varias ocasiones, a Quezada le salió un llanto estreñido y estrujado, un llanto que no llora por nadie.

El de Quezada ha sido el retrato continuado de la semana, los pedacitos de una mujer arreglada de cualquier emoción y que no tiene en su biografía ningún recoveco que la explique. Quezada conoció a Gabriel ya su padre en 2016. Ella tuvo más de veinte años en España, donde llegó desde República Dominicana para trabajar en un prostíbulo. Fue también carnicera de un pueblo de Burgos, mujer de un empresario –al que estafó, también- y madre de dos hijas: la que alumbró aquí, Judith –que testificó en el juicio y se negó incluso a hablar con ella- y otra que apareció muerta en el patio interior de su casa apenas cuatro meses después de que consiguió traerla desde Santo Domingo.

Ana Julia Quezada se parece a lo que ha hecho. Tiene los rasgos taciturnos y contrahechos que luce el mal cuando se derrama sobre los demás. Confesó haber dado muerte a Gabriel Cruz, pero se empeñó en ocultar el cómo. Que fue imposible reconstruir el calvario de un niño que agonizó durante más de una hora, como dijo el abogado de la familia, y al que ella negó ayuda. Todo lo hizo porque Gabriel la hizo negra fea, así se justificó ante el jurado popular. Pero ni ella es el Tom Robinson al defender Atticus Finch, ni Almería es la Alabama racista de los años sesenta. Esto no es Matar un ruiseñor.

Como solo quería que Gabriel Ruiz se callara, que dejara de insultarla, Quezada le tapó la boca y la nariz con las manos. Después de eso aseguró no recordar nada más. Los letrados tuvieron que arreglárselas una a las frases sueltas que aportó. Así fue deshilachando las palabras, dejando a la vista las demasiadas costuras de su inocencia: que cavó en la tierra para esconder el cuerpo, que pudo cortar el brazo saliente del niño con una hacha, que podría Diazepam y que si no confesó lo que fue porque todo la sobrepasó.

¿Qué rasgo podría hacer realmente humana a esta mujer? ¿Cuál? El segundo día del juicio, la madre de Gabriel Cruz, Patricia Ramírez, pidió que retire el biombo que la separaba de la acusada. Fue la única de la familia que declaró mirándola directamente. Eres rematadamente mala, frecuentemente a decirle. El Guardia Civil que la descripción descrita cómo, cuando se presiona para abrir el maletero del coche, Ana Julia Quezada gritó: "Aquí solo hay un perro". Pero no fue así, ahí estaba el cuerpo sin vida de Gabriel Cruz.

El mal necesita, para definir su propia condición, aunque sea un resquicio de bien, un hilo de empatía, por fino que parezca. En esa habitación oscura que parece el alma de Ana Julia el jurado popular lo que tiene muy difícil para encontrar una brecha de luz que explique la naturaleza de lo que ha hecho.

Tomado de: Vozpópuli







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