La arepa nuestra, harina de país
Identidad 15/09/2019 09:35 am         


Celebrando el Día Mundial de la Arepa



Vínculo cambiante y de raigambre —¡como la unidad, que así de redonda sea!—, los venezolanos inventamos en 2012 el día mundial de la arepa desde la necesidad de establecer un referente aglutinador de identidad, en medio del caos y justo cuando se abrían las compuertas de la diáspora. Hostia gigante y suculenta para la comunión global sería la celebración culinaria un llamado político y esperanzador de reconocimiento, organizado por VenMundo. La idea nacería en la plaza Altamira, y rebotaría en puntos increíbles del orbe. Hoy son más de 80 ciudades que producen en distintos y distantes paisajes el arepazo.

Ocasión para la conexión desde la alegría con el sabor más extrañado por los venezolanos —paradójicamente, en contrapartida la arepa acaso sea nuestro plato más globalizado—, el acontecimiento, que se repite desde hace siete años el segundo sábado de septiembre, ha sido un éxito desde su primera edición, cuando aquella simultaneidad en los fogones del mundo se convirtió en trending topic de Twitter en Venezuela. Todos contando la experiencia, el fenómeno, la receta escogida.

Se trata de una ingeniosidad que, desde el simbolismo, ha rebasado los planes iniciales de la Organización Venezolanos en el Mundo: ubicar y contactar a la mayor cantidad de paisanos en el exterior, para hacer una red solidaria de ayuda en las necesidades y de difusión de lo silenciado. El asunto se ha convertido en reafirmación desde la promoción. Quizá viendo el jaleo que ha armado la arepa, que en el país, vale decir, siempre ha estado en todo y en todas —los nueve ceros del equipo perdedor en el béisbol son nueve arepas que se devora el vencedor; la reina pepeada es la que arepa que se rellena de ensalada de gallina con aguacate y honra a Susana Duijm la primera miss que se coronó en un certamen internacional en 1955; en realidad nacemos con una arepa bajo el brazo— es por lo que don Armando Scannone ha vaticinado lo que parece una realidad inevitable: “la arepa sustituirá a la hamburguesa en el mundo”.

Es perfecta. Alimenta y todo el tiempo se reinventa. Si fue un pan de maíz que sirvió para acompañar la ingesta de otros platos, desde los años cincuenta esa suculenta hoja en blanco comenzó aceptar en sus entrañas todos los sabores hasta convertirse en una opción completa en sí misma. “Puedes rellenarla con lo que se te antoje, salvo con pasta”, añadirá Scannone. El chef Federico Tischler, anclado en Estados Unidos, dijo algo similar en una reciente videoconferencia: “La arepa es un sobre, tú escoges el contenido”.

Ahora se nos ha puesto cuadrada, pero cada vez más popular, se ha mudado junto con sus fieles comensales a Alemania, Suecia, Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Chile, Canadá, España o Brasil. Claro que está también en Colombia, ay, y hay quienes confunden su origen y creen que no está del todo clara su nacionalidad venezolana. 

No es como el spaghetti que, aunque nadie duda de su italianidad, nadie desmiente las pesquisas genealógicas que conducen a los investigadores directo hasta los fideos chinos. Tras su paso por Asia, Marco Polo se habría traído a casa la ocurrencia de los hilillos de masa comestibles que se enredarán dos siglos después en un tenedor inventado por el paisano Leonardo Da Vinci. Si hay una sombra de duda sobre el origen venezolano de la arepa, las investigaciones llegarán hasta lo que ahora es Sucre, donde vivían los cumanagotos y comían arepa. Podría estar allí su partida de nacimiento. Los colombianos creen que es de ellos este pan de maíz que comen sin relleno. Eso puede servir de aclaratoria. La arepa con relleno es la que se enseñorea en las vitrinas; a este concepto se le da aquél nombre. Entretanto, en el país, a la arepa sola, por considerársele lánguida de apariencia, se le llama Viuda.

Plato esférico y barrigón que le abre la boca a todo lo rico y hace aguas las nuestras, se vuelve en efecto bandera nacional. Así se le reconoce. Un estudio dirigido por el sociólogo venezolano Gerardo Perozo demostró que más de 80 por ciento de los encuestados —ninguno venezolano— considera que la arepa es nuestra. ¿No tienen peso las creencias tan rotundamente difundidas? Los investigadores dicen que el maíz está en tierras colombianas desde hace 3 mil años y en Venezuela desde hace 2.800, es decir, el ingrediente principal apareció antes en suelo vecino ¿e hicieron arepas también antes? ¡pero es que entonces tales países no existían! ¡o eran uno solo! Ahora que existen ambos y comen el plato según recetarios distintos, y Venezuela celebra su día, la reinventa, la exporta, ofrece distintas marcas de harina precocida y la asume símbolo, la duda con respecto a la arepa y su nacionalidad se despeja. Y la línea de franelas de Gaby Papusa, que llevan la estampa de la mujer con el turbante de lunares de la celebérrima marca Harina Pan, se internacionaliza y pone la guinda. 

Ocarina Castillo, antropóloga y profesora de la UCV, entiende que en América hay similares bollos de maíz, pero concede importancia al marketing empático y el perfil plural de la arepa vernácula, tan adaptable, tan versátil, tan venezolana y tan venezolanizada, tan exportable. Cada día fuera del país se abre una nueva arepería y remite a Venezuela. Los nombres de cada una, por cierto, se mantienen sin traducción y empiezan a ser difundidos como la palabra chévere, un producto del país, por ahora, en crisis: 

Pelúa: queso amarillo y carne mechada

Catira: pollo y queso amarillo.

Dominó: caraotas negras y queso blanco.

Llanera: carne finamente cortada, tomate en rodajas, aguacate y queso guayanés.

Pabellón: tajadas, caraotas y carne mechada.

Patapata: queso amarillo, caraotas negras y aguacate en lonjas.

Perico: revoltillo de huevos con el guiso básico, tomate y cebollas (cilantro opcional), y una pizca de sal.

Pernil: pernil horneado, tomate y mayonesa.

Reina pepeada, pepiada o pepiá: ensalada de gallina o pollo, mayonesa y aguacate.

Rompe colchón: mezcla de varios mariscos a la vinagreta.

Rumbera: pernil horneado y queso amarillo rallado.

Sifrina: igual que la Reina pepeada, pero con queso amarillo rallado.

Viuda: arepa sin relleno.

Enfilada como opción gastronómica que ofrece las posibilidades de un plato gourmet —¿quién dice que no le calza el salmón o la trufa?— y las ventajas de la comida llamada rápida, la arepa avanza meteórica al cénit de la ricura luego que ganara el primer lugar de los mejores desayunos en el ranking elaborado por un reconocido blog que se especializa en viajes, gastronomía y bebida. El día mundial de la arepa de 2014 la arepa logró superar platos de otros países como los chilaquiles mexicanos o el desayuno americano, es decir, estadounidense. Y sigue sumando laureles. La historia, tan añosa, recién comienza.

Es eterna. Ocarina Castillo, autora del libro Los panes de esta tierra, que estudia el uso histórico en Venezuela de productos como el maíz, la yuca y el plátano, cuenta los antecedentes de la arepa, cuya preferencia viene rauda desde antes de la llegada de los conquistadores y se mantiene ilesa. De las piedras de moler, pilones y budares, planchas circulares que se usan para cocer o tostar alimentos como la arepa y el cazabe (tortilla de yuca), pasó a la sartén y de allí al aparato eléctrico llamado tostiarepa. Obra artesanal hecha a mano, queda en Colombia la arepa de huevo —frita y rellena con huevo —, dilecta en el estado fronterizo del Zulia, y aquí todas las demás. “Es un alimento irrenunciable, de absoluta centralidad en la mesa del venezolano”, reconoce Castillo.

Según explica el historiador Miguel Felipe Dorta, autor del libro ¡Viva la Arepa!, este pan sui generis fue descrito por varios pensadores en Venezuela como un alimento patrimonial y emblemático de la identidad nacional. Gruesa, delgada, pequeña, grande, asadas, fritas u horneadas, “la arepa es un símbolo gastronómico de lo esencial venezolano, digno de un monumento”, escribió el poeta Alfredo Armas Alfonzo en 1945. Así es. Mientras la arepera es un palíndromo, la arepa es una delicia al derecho y al revés, una realidad patrimonial, y un plato de muchos contenidos que puede resumir, su voz, un deseo pragmático: haré pan. O uno más profundo: haré paz

FNL







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