La iglesia reza por la Amazonía
Identidad 29/09/2019 05:00 am         


Ignorar la destrucción a la naturaleza y el desprecio a las comunidades autóctonas en la zona no es una opción para la Iglesia.



Los sínodos, hasta el sol de hoy, ponían el foco sobre temas básicamente eclesiales. Temas de puertas adentro pero, naturalmente, con proyección sobre el mundo. Estamos a punto de comenzar una reunión de obispos amazónicos quienes, junto a sacerdotes, religiosos, especialistas y laicos, se volcarán sobre los problemas concretos de la gente concreta que habita una de las regiones más vastas, diversas, ecológicamente indispensables para la vida de la humanidad y también olvidadas del mundo.

Todos los ojos están sobre este evento que visibiliza problemas y posibilidades, que aborda toda la potencialidad de una región que comprende territorios adscritos a varios países y que cobija comunidades indígenas que requieren de atención y asistencia.

La Iglesia católica, con una tradición de larga data en presencia amazónica y un desarrollo encomiable en materia de salud y educación, tiene el deber de poner los énfasis en algunos temas neurálgicos a lo cual obliga su compromiso evangelizador y su misión apostólica.

Sin entrar a considerar los telones y entretelones de las polémicas que genera toda novedad en la Iglesia, lo interesante es mirar el asunto con los ojos, sino amazónicos, al menos continentales. Probablemente, si el sínodo tratara sobre la Selva Negra, privilegiaríamos los criterios europeos, específicamente alemanes, pues se trata de un macizo montañoso con una inmensa densidad forestal que se localiza en Alemania, específicamente al suroeste de ese país.

Pues bien, la Amazonía es el bosque tropical del Amazonas, que abarca gran parte del noroeste de Brasil y se extiende hasta Colombia, Perú y otros países de Sudamérica. Es el bosque tropical más grande del mundo y es famoso por su biodiversidad. Es preciso remontarse por encima de discusiones, prejuicios, suposiciones o reparos y abordar con seriedad la compleja problemática que envuelve a la región para ahondar sobre el papel que la Iglesia puede y debe cumplir, habida cuenta de su experiencia, quizá la más rica que organización alguna, gubernamental o no, pueda exhibir.

Solo en Venezuela, sin ser el país que mayor territorio amazónico comparte, hay 16 diócesis en los estados Amazonas, Bolívar –donde se encuentra el vapuleado Arco Minero- Delta Amacuro y parte del Estado llanero de Apure. En cada uno de estos enclaves la Iglesia promovió reuniones preparatorias del Sínodo, sentándose con indígenas, agentes de pastoral y distintas personas que hacen vida en las comunidades a fin de recoger las reflexiones que desembocaron en foros para discutir y evaluar los temas en agenda.

Doscientos cuarenta eventos -solo en el Amazonas venezolano- en todo el territorio en los cuales participaron desde las universidades hasta las comunidades más pequeñas. Un “lobby” impresionante. La idea de la Iglesia, en la etapa inicial, fue consultar lo que los pueblos amazónicos esperan y desean. El procedimiento se ha cumplido en cada país implicado. Una cantidad enorme de datos tienen los obispos en portafolio. Nada se les ha escapado, nada han improvisado. Las opiniones fueron trabajadas por expertos que elaboraron presentaciones a fin de alimentar los documentos de base.

Ya desde el mes de marzo el pontífice nombró un Consejo Pre-sinodal en el cual figuran representantes de las diferentes conferencias episcopales (Brasil, por su extensión, tiene tres representantes) quienes aprobaron el documento sobre el cual trabajará el Sínodo. Allí van los clamores que fueron escuchados, procedentes de las bases amazónicas y debidamente reforzados por la sensibilidad que inspira el Evangelio y la animación del Papa que ya había puesto de manifiesto sus preocupaciones por el tema ambiental en la encíclica Laudato Si.

Ignorar la destrucción a la naturaleza y el desprecio a las comunidades autóctonas en la zona no es una opción para la Iglesia. Los últimos eventos desastrosos sólo afirman las advertencias del papa Francisco y hacen aún más perentoria una toma de postura y el acompañamiento solidario de la Iglesia, la cual no debe quitar el dedo del renglón. Más allá de las incomprensiones y epítetos, debe importar el drama de territorios que tanto sirven al planeta entero y que hoy sufren en “el silencio de los inocentes”.

Es innegable que, detrás del paradigma del progreso y la modernización, avanza la depredación de vastos territorios. Los pueblos que por siglos han estado allí, hoy son puestos a un lado, muy a pesar de legislaciones que contemplan incorporar sus opiniones a las decisiones que sobre ellos y sus lugares se tomen. La Iglesia ha sido, a veces, su única voz al lado, lógicamente, de organizaciones no gubernamentales que acompañan la lucha y protección de estos pueblos. Ellos parecen estar más claros que los propios gobiernos cuando claman: “Si quieren progreso, déjennos, al menos, un mundo en que se pueda respirar!”.

Si tan solo el sínodo consiguiera crear conciencia acerca de la necesidad de ver este problema con ojos comprensivos, ya eso sería parte de la solución. Es claro que ella pasa por detener el abuso para con la naturaleza cuyas consecuencias sufrirán, sobre todo, las próximas generaciones; pero también por poner un alto a la agresión contra los pueblos indígenas. “Hay que pensar en una nueva relación con estos pueblos basada en el respeto. Una de las prioridades del Sínodo debe ser poner sobre el tapete recomendaciones sobre las políticas que pueden adoptarse. Allí hay seres humanos cuya vida y entorno sufren. El mundo tiene que saber lo que pasa allí. Es asunto de la Iglesia ocuparse de ellos”, dice uno de los prelados que viajará al Sínodo con más de veinte años en el Amazonas.

Una de las tragedias asociadas a la problemática del Amazonas es el éxodo indígena. Sus territorios son invadidos y su entorno se les convierte en extraño. Muchas veces son expulsados sin mayores miramientos, lo cual ha sido ampliamente reportado y reclamado. Comunidades enteras se han visto obligadas a dejar sus territorios y emigrar. Un fenómeno que ocurre a la par que la masiva migración de venezolanos a distintos países del continente pero que, por ocurrir en zonas tan lejanas e intrincadas, no siempre es del conocimiento general ni noticia importante para el mundo mediático.

El papa Francisco repite dos fórmulas que permiten comprender el fondo de lo que se busca: conversión pastoral y conversión ecológica. Eso puede colidir con el paradigma tecnológico y sugerir muchas interpretaciones erróneas. Pero la otra cara de la moneda es la misión de la Iglesia con un evento como el que se aproxima y que no puede esquivar esas prioridades. Se especula con que el Sínodo sería un montaje paralelo a la Cumbre de París. Ficciones que inoculan temores absurdos. Si hay temas que la humanidad no puede evadir es el cuido de la “Casa Común”. Es la barca en la que andamos todos.

Si bien se ha aclarado que resulta exagerado hablar del Amazonas como el pulmón del planeta porque, supuestamente, la región consume el oxígeno que genera, sí hay un tema vital, el agua: de cinco vasos de agua que se bebe el mundo, uno viene de la Amazonía. Ese solo dato debe estimularnos a evaluar si todo lo que se cuestiona sobre el consumismo voraz que no piensa en las generaciones que siguen, si todo lo que se señala sobre la cultura del descarte –”si esto no sirve, lo boto”- y sobre la necesidad de mayor austeridad, no debía llevarnos a una conversión, que no es otra cosa que un modo diferente de pensar y de aproximarnos a los problemas que a todos afectan. Mejor tarde que nunca.

Tomado de: Aleteia







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