El “bárbaro del ritmo” tiene estatua
Identidad 06/10/2019 05:00 am         


Bartolomé Maximiliano Moré, el Benny, un cubano auténtico



En agosto de 1919 nace en Santa Isabel de Las Lajas, Las Villas en Cienfuegos (Cuba). Era el mayor de 18 hermanos. Su madre contaba que “se pasaba todo el día “chillando como un demonio”, así que desde pequeño demostró una gran vocación para la música. Le pusieron Bartolomé y le decían Bartolo. Luis Matamoros –Trío Matamoros-, el autor de “El que siembra su maíz”, le dijo temprano: “Quítate ese nombre de Bartolo, que es muy feo” con la advertencia de que no levantaría cabeza en el medio artístico si no buscaba otro. Así nació “Beni” y así se quedó.

Pero el apellido sí era motivo de orgullo para la familia. Por la rama materna, Moré provenía de Ta Ramón Gundo Moré (esclavo del Conde Moré), quien según la tradición de los congos, fue su primer rey en Santa Isabel de las Lajas. Del grupo de negros Congos libertos, traídos mucho antes del África Central y Occidental, Bartolomé Maximiliano Moré recibiría de ellos un especial reconocimiento por la jerarquía de su origen familiar. Eso, por su valioso aval de tener como antepasado a figura tan ilustre.

No tuvo estudios ni empleo fijo, pero su humilde aunque resuelta madre se empeñó en que los hijos aprendieran las primeras letras. La voz potente y aguda del mulatito delgado, inquieto y vivaracho, era conocida a todo lo largo y ancho del humilde barrio de La Guinea.

Desde pequeño descollaron en él aptitudes para el canto y la improvisación, lo que demostró cuando apenas con siete años escapaba para amenizar Guateques y fiestas en las cercanías y quedarse entonando notas junto a la madre para evitar que durmiera mientras planchaba hasta altas horas de la noche.

Aprendió a tocar instrumentos, sobre todo la guitarra. Cantaba, era un maestro de la improvisación. Participó en serenatas, enamoró mujeres y se aficionó a los tragos de ron y aguardiente de caña. Hasta que se enserió e integró, de forma un poco más profesional, con varios jóvenes en grupos musicales.

A los 20 años, cansado de tanta pobreza, le dijo a su madre: «Me voy para La Habana a ver si triunfo en la música, para que tú no tengas que lavar y planchar más.»

En La Habana, flaco y desgarbado, deambulaba con una vieja guitarra por calles, bares, hoteles y hasta prostíbulos. Un golpe de suerte lo llevó a la famosa emisora CMQ, donde logró proyectar voz fresca, de hermoso timbre, sensual y evocadora, de campesino negro.

Conoce al trío Matamoros, el cual quedó muy impresionado por la voz y afinación del muchacho. Se integró al grupo. La entrada de Bartolomé al conjunto de Miguel Matamoros se puede considerar su verdadero debut como cantante profesional, pues con dicha agrupación tuvo por primera vez un trabajo estable como músico y realizó sus primeras grabaciones en discos de 78 revoluciones por minuto.

Cuando terminó el contrato, el conjunto Matamoros retorna a La Habana, pero sin Bartolomé, quien decide probar fortuna solo en México. Allí, Benny se casó con Juana Bocanegra Durán, y el padrino de la boda lo fue el afamado cantante mexicano Miguel Aceves Mejías.

Pero la fama le llega a partir de 1948, cuando canta con Dámaso Pérez Prado. Y es que ese dúo era imbatible. Se reunieron dos genios: en Benny Moré estaban el talento y la intuición natural; en Pérez Prado, además de todo eso, el dominio de la técnica y una enorme facilidad para hacer música. Con Pérez Prado conquistó al noble pueblo azteca en giras por distintos estados de ese país hermano. Debido al éxito alcanzado por el Benny, el pueblo le otorgó el título de “Príncipe del Mambo” y a Pérez Prado el de “Rey del mambo”. Lo demás, fue puro éxito.


SIEMPRE FIEL A SU ORIGEN
A pesar de toda esta fama adquirida, el Benny no olvidó a su pueblo natal, Santa Isabel de las Lajas, mérito que quedó demostrado cuando lanza una de sus composiciones musicales donde manifiesta el orgullo de ser lajero.

Aunque en ese hermoso país, México, tan entrañable para los cubanos, había forjado afectos, triunfado plenamente y adquirido un sólido prestigio artístico, en el fondo no se sentía realizado. La nostalgia por su familia, amigos, por la Patria, y el deseo de obtener laureles en su Isla, donde consideraba que no era conocido lo suficiente, le hicieron regresar a su Lajas querida a finales del año 50. Allí se produce el reencuentro con Luis Matamoros.

Era tan admirado por el pueblo que cuando Benny cantaba en el Centro Gallego de la capital, se desbordaban las aceras y los jardines del Capitolio Nacional para escucharlo. Tenía su propio show y orquestas. Entre los años 1956 y 1957, realizó un periplo musical por países de América. Visita Venezuela, Jamaica, Haití, Colombia, Panamá, México y Estados Unidos, siempre aclarando: “… yo voy, pero va mi orquesta…” y presionaba para que su tribu lo acompañara. Todos los músicos de su orquesta lo adoraban por su nobleza, simpatía, sencillez y desinterés. Alternó esta gira de varios meses con actuaciones en la patria y presentaciones de radio, televisión, cabaret, bailes populares. Las giras eran agotadoras.


SU SALUD COMIENZA A DECLINAR
Entre 1958 y 1962 la salud de “El Bárbaro del Ritmo” se va deteriorando. Su médico y amigo, el doctor Luis Ruiz Fernández, le diagnostica una grave cirrosis hepática. El enfermo se cuidó de su dolencia dejando de ingerir bebidas alcohólicas, pero no hizo el imprescindible reposo, sino todo lo contrario: incrementó su actividad musical

Triunfa la Revolución castrista, y a pesar de encontrase ya enfermo, el Benny tuvo una mejoría y no dejaba de trabajar afanosamente, siempre actuando para su adorado pueblo.

A principios de la Campaña de Alfabetización, el Comandante en Jefe Fidel Castro se entrevista con el Benny, con el propósito de que actuara en el Anfiteatro de Varadero, donde todos los jueves se le brindaba a los alfabetizadores distintos espectáculos, durante todo el tiempo que duró esa campaña, Benny no faltó nunca los jueves, y siempre puntual amenizando el espectáculo, cumpliendo así con la palabra empeñada con Fidel.

Benny Moré sintió siempre admiración y cariño por el pueblo de Venezuela, muchos de sus actos lo demuestran. A sólo dos años de creada su Banda Gigante, visitó Venezuela, Colombia, Panamá, Perú. Donde iba, producía un estruendo y la gente se volvía como loca con su música.

Estuvo en medio del crudo invierno de Nueva York. Lo contrataron para un baile en la celebración de Navidad. Lo esperaron en el aeropuerto, y cuando bajó del avión y sintió el frío, dijo: ‘Yo me voy, aquí no me quedo”. Le llevaron un abrigo, y en el recorrido hasta la casa se fue alegrando y estimulando. El baile que dio, fue impresionante por la cantidad de gente que llegó a verlo. Su propósito era regresar a Cuba lo más rápido posible. Dijo que extrañaba a su mujer y a su hijo.

A finales de 1962, a Benny y a su Banda Gigante les propusieron realizar una extensa gira por algunos países de Europa, pero declinó la invitación: ya eran evidentes en el rostro del sonero mayor los estragos de su enfermedad.

Su espíritu batallador cedió en 1963, muriendo a la temprana edad de cuarenta y tres años. Dejó una amplísima discografía y la huella indeleble de un genio del mambo.

Por petición expresa del artista, sus restos fueron sepultados en su pueblo natal, Santa Isabel de las Lajas. Durante todo el recorrido de la caravana por la Carretera Central, los poblados y ciudades paralizaban prácticamente sus labores para darle el último adiós a su ídolo.

Una vez en su pueblo, en el barrio de La Guinea, la Sociedad de los Congos lo despidió con un solemne rito funeral mayombero de origen bantú, a base de banderas para abrir los caminos y espantar los malos espíritus. El día 20 de febrero a las 4.00 de la tarde fue sepultado en la necrópolis de este pueblo.

Y una de las crónicas termina: “Bartolomé Maximiliano Moré, el Benny, fue bohemio, trashumante, sincero, desbordado, mujeriego, machista, sensual, tierno, violento, derrochador, pero sobre todo, un cubano auténtico. No fue un hombre perfecto. Los orishas tampoco lo son”.







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