Son variadas y numerosas las múltiples apreciaciones sobre la situación venezolana. Sin embargo, con unas pequeñas excepciones, todas van en la dirección de describir una crisis económica y social de grandes proporciones. No cabe la menor duda que los índices inflacionarios, la baja de la producción petrolera y el número de venezolanos que se van del país, conforman, junto con otros temas, una verdadera “bola de fuego” que no termina de extinguirse.

Pero algo sí es cierto. “Y sin embargo se mueve” una sociedad que se adapta rápidamente a los cambios y a los grandes retos que significan vivir bajo la incertidumbre y la masiva operación mediática de ambas partes, involucradas en un irresponsable desdén por una salida pacífica y democrática a esta situación.

En este marco, lo que sorprende y es quizás un tema que pueda explicar el aparente empate que se da en la política venezolana, es que se van imponiendo prácticas sociales que de alguna forma adversan las narrativas diabólicas que en medio de una visión negativa, no ven o no reconocen que esta es una sociedad que se sigue moviendo por caminos novedosos.

Veamos por ejemplo como la aparición pública de la moneda fuerte ha impulsado un leve pero notorio repunte económico, a la vez que la mayoría de la población intercambia por múltiples vías bienes y servicios cotizados en divisas y en medio de una escalada de precios nada grata para el consumidor promedio que depende de un salario cada vez menos útil.

Por ello, la multiplicación de vías para defenderse es un fenómeno social que debe analizarse con la imparcialidad que brindan los análisis modernos; la diáspora, el trueque, la tenencia de divisas, las compras nerviosas, el cobro de las subvenciones públicas, el respaldo familiar, todas unas vías que de alguna forma explican este movimiento que desmiente las referencias apocalípticas que no dan cuenta con el rigor debido de lo que está pasando y puede pasar en el país.