Rafael Cadenas, la cirugía del verso
Vida 21/06/2019 11:18 am         


Por Adriano González León: El autor de “País portátil” traza el perfil del poeta venezolano ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana



Adriano González León

El autor de “País portátil” traza el perfil del consagrado poeta venezolano ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana

Por allí va, en ciertas tardes muy lentas, husmeando las calles, los colores que nadie ve, las cosas que se depositan olvidadas por todos, algún pedazo de cielo vacilante en las vitrinas, con los ojos desencajados en un mirar que es una trampa y es trampa porque el ánimo selectivo del poeta quiere los objetos y el paisaje no como son, sino en rango de materiales que pueden sufrir una transformación interior. Se vive hacia adentro, aposentado en fantasmas, nutrido de personalísimas visiones. Ha sido difícil seguir la pista de Rafael Cadenas porque los instrumentos de investigación que poseemos, aunque eficaces, se estrellan contra el velo de soledad y tristeza, de mutismos irreconciliables, con los que Cadenas suele levantar su muralla entre él y el mundo real. Hemos debido valernos, entonces, de los expedientes, de su confesión escrita, más que del interrogatorio y el seguimiento. Cadenas es parco, silencioso, rechaza el diálogo y la vida de café, por una parte. Por la otra, hemos concluido que sus pasos lentos, su cotidiana visita a las librerías de Sabana Grande, su ascética contemplación de los peces extraños que venden en Animalia, su presencia sin ruidos en los pasillos de la Universidad, no nos dicen nada nuevo para construir su ficha y siempre son matices de esa misma imagen solitaria que finalmente se nos pierde, ya entrada la noche, por la redoma de Petare, en medio de un centelleante desamparo. En sus textos se muestra igualmente desabrigado, “liviano, como salido de los fregaderos”. Ya en su primer libro reconocido, Cadenas se ubicaba en el destierro o “en el extremo menos iluminado de la escena”. Todos sus poemas han girado hasta ahora en torno a un desacuerdo entre su verdad íntima y la verdad de los demás. Los lectores y los críticos han hallado una estrecha correspondencia entre su expresión poética y sus hábitos existenciales. Es el único poeta de su generación que jamás ha sido puesto en duda. “Podríamos encontrar la verdadera manera de ser de Rafael: una larga, exhaustiva, melancólica y dolorosa búsqueda de sí mismo”, dice una nota de la revista Papeles. “Cadenas ha aprendido desde hace largo tiempo a no respirar sino su propio ambiente”, dice G.P. en el Papel Literario. “En esta última dirección crearon y se pudrieron Nerval y Rimbaud. En nuestro país, sin salvar las distancias, Rafael Cadenas ha padecido y vivido como nadie su desacomodo verbal y la sensibilidad más limpia que una generación puede anunciar”, anotaba Rayado sobre el techo, número tres. Y bien, después de todo eso y mucho más, ¿qué rasgo nuevo anotaremos en su ficha?

Pues nada, habría que seguir girando en torno a la misma rueda de molino. Sin embargo, vale la pena examinar si la harina resultante es la que mejor conviene a una levadura interior compleja y difícil como la de Cadenas. Saber hasta qué punto es necesario trascender la contradicción y la soledad, hasta qué punto, en la fermentación de un estado de espíritu, ha contribuido la gran visión levantada por todos y aceptada incluso por el propio Cadenas a riesgo de asumirse más en su dolorosa introspección. Los cuadernos del destierro pudieron actuar un poco como el instrumento para expurgar las pasiones que pedía Aristóteles. No obstante, literatura, abundosa literatura, palabras tras palabras, puestas allí por ponerlas, tomadas en préstamo a muchas lecturas, empañaron la experiencia. Para el año en que el libro fue publicado, la vibración y el magnetismo que incorporaba deslumbró a los lectores. Hoy, aquel despilfarro metafórico, aquellas mezclas emocionales e ideológicas, aquellas exclamaciones de fachada, deben incluso disgustar al propio Cadenas, quien también aceptará como nervadura válida de su poema aquella parte en que comienza a enfrentar la verdad y dice: “Estoy aquí, muerto pero aún andando, desnudo, recreado en las hojas de fuego, devolviéndome hacia mi final, pactando con el asesinato, dado al tiempo sin armas… excelente en el sufrimiento…” y así en una sucesión de autoanálisis y reclamos que componen una elocuente estructura y dotan al texto de una sincera brillantez. Anticipaba allí mucho de lo que sería la línea acerada y el mecanismo punitivo propios de su segundo libro, totalmente redondo y aquilatado, Falsas maniobras. De la descarada decoración verbal, Cadenas pasó a una cirugía del verso, tanta que incluso la prosa invade con argumento y todo muchos textos del libro, como ese admirable “Aprendiz de cónyuge”, parecido a ciertos relatos orientales o a la factura sorpresiva de Cortázar. Los frenos han sido aplicados a fondo en estos 24 compuestos, lejanos a lo que usualmente el lector común llama poemas, a distancia incluso de las ya conocidas explosiones de Lautréamont, Rimbaud o Ramos Sucre. Aquí se trata de preposiciones muy densas de la palabra, al margen de ritmos y sonoridades, sin propósitos de canción , pero por ello, algunas veces, susceptibles de girar sobre sí mismas, agotarse, hacerse tediosas y reventar la forma –hecho fundamental en el poema- en beneficio del contenido. Y a propósito de esto último, Falsas maniobras muestra una coherencia absoluta: aun dentro de la estructura difícil y las situaciones herméticas, el lector advierte con facilidad lo que el poeta o relator quieren decir: el mismo tema agónico, el destierro hacia adentro, el rechazo del mundo, el combate sordo con la realidad, apenas iluminado por el resplandor de visiones tituladas en inglés y que seguramente tienen relación con la estancia de Cadenas en Trinidad. Lo demás es fuego lento, lava íntima, mordeduras del desacuerdo, que solo al final quiere ensayar una reconciliación, cuando Cadenas pide una canción distinta y reclama sosiego.

Pero la nueva canción y el sosiego no llegan. Este poeta que impresionó a medio mundo diciendo descaradamente su verdad en el famoso texto llamado “Derrota”, cultiva enfermizamente su soledad y su abandono. Lo que suponemos sea su último poema, aparecido en la revista Casa de las Américas, insiste bellamente y con una escalofriante pureza, en el tema del anonadamiento. La palabra, concebida como un grano de mostaza, vuelta fantasma, que no se sabe de dónde viene ni dónde caerá. Hay, podríamos decirlo, una soberbia de la humildad. Y esto no es ni cristiano ni budista, atenta contra toda disposición libre y ascética del espíritu. Si alguien ha sido lo suficientemente reflexivo para ordenar su poesía, para filtrar el lenguaje, para informarse de los aconteceres históricos, tampoco puede glorificar, a toda hora, el extravío. Cadenas juega peligrosamente a inyectarse a sí mismo la desolación. Sus amigos y críticos han contribuido un poco. Ese último poema pareciera un adiós o una renuncia. Y esta, como acto definitivo, puede ser heroica, pero no nos sirve a los lectores ni a la poesía. Después de todo, el Rimbaud que cuenta es el de Las iluminaciones o Una temporada y no el traficante de armas que reventó en el África. Cadenas carga sobre sí una invalorable sucesión de imágenes y riquezas. Con él y su palabra digna, en búsqueda de la canción distinta y el sosiego, vamos, por allí, en ciertas tardes muy lentas.

Tomado de “Señas de una Generación”





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