Caracas, rumberas y juegos prohibidos
Vida 22/09/2019 05:00 am         


Por Eleazar López Contreras: La apertura democrática que tuvo lugar a partir de 1936, se tradujo en un “destape” artístico y llegada a Caracas de múltiples cantantes y orquestas



Eleazar López Contreras

La apertura democrática que tuvo lugar a partir de 1936, se tradujo en un “destape” artístico que condujo a la llegada a Caracas de múltiples cantantes y orquestas que le dieron un realce a la música en la capital

En 1938, el periódico “La Esfera” publicaba diariamente unos cupones para que los lectores eligieran los títulos y autores de canciones, las cuales se radiaban a través de su propia radio emisora (La Voz de la Esfera). La intención era “contribuir al fomento en Venezuela de la música bailable, y seleccionar los mejores valses, joropos, sones, rumbas y pasodobles”. Los escrutinios, para hacerse acreedores de los tres primeros premios (50, 30 y 20 bolívares), eran públicos y las composiciones instrumentadas y ejecutadas por la Orquesta de la Voz de la Esfera. Refiriéndose a esta original promoción, Federico León, periodista de La Esfera, conocido con el pseudónimo de “Pepe Alemán”, decía que Ramón David León (el dueño del diario) había convertido el periódico en un dancing “porque esta vaina vive llena de músicos”. Pero la verdad es que los músicos y cantantes estaban por todos lados, lo cual contribuyó a crear un ambiente festivo que comenzó a enriquecerse en variedad y calidad, gracias a la presencia de grandes figuras internacionales y el realce de valores locales que sonaban mucho.

Ese mismo año comenzó con la visita de Guillermo Portabales y continuó con los famosos tenores mexicanos, Juan Arvizu, Alfonso Ortiz Tirado y Pedro Vargas. En cuanto a orquestas, vinieron la Lecuona Cuban Boys, la Riverside y la Casino de la Playa; pero ese año también visitaron Caracas la - y el puertorriqueño Cuarteto Marcano, que se presentaban al lado de la criolla Orquesta Melody, en el Luna Park Follies, el primer cabaret que tuvo Caracas, ubicado en Quinta Crespo. Allí también bailaban Celina y Flor de Fuego, que fueron las primeras rumberas en venir a Caracas y, por supuesto, antecesoras de María Antonieta Pons cuya contraparte más “zanahoria” era la actriz y vedette puertorriqueña Mapy Cortés, quien protagonizó la película “La liga de las canciones” en México, con la participación de la orquesta de Luis Arcaraz. Mapy era tía de Mapita Cortés, Miss Puerto Rico 1957 y casada con Lucho Gatica en 1960. Por su parte, María Antonieta Pons era una basquetbolista que, de la mano de su esposo el cineasta Juan Orol, se convirtió en la gran estrella del llamado “cine de rumberas” mexicano de los años 40 y 50.

En los años cincuenta las rumberas estaban por todas partes: Ninón Sevilla, Cheche Barba, Amalia Aguilar, Rosita Fornés, Rosa Carmina, Lina Salomé y Chelo Alonso; y, en algún momento, Iris del Mar, Rosa Carmina, Tongolele, Chelo Alonso y Piel Canela aparecieron juntas en la pista del Pasapoga, el gran cabaret de la época, propiedad de Pepe Arriaga, el cual estaba ubicado en el Edificio Karam de la nueva Avenida Urdaneta, donde los caraqueños aplaudían a artistas y orquestas de gran talla, como Los Panchos, Carmen Delia Dipiní, Olga Guillot, Bobby Capó, Virginia López, Bola de Nieve, Myrta Silva, Leo Marini, Los Churumbeles de España, Pérez Prado y Noro Morales. Las únicas que se presentaban como dúo eran las Dolly Sisters (María y Caridad Vásquez), que Caracas vio bailar en la televisión con la orquesta de Aldemaro Romero. Igualmente, otras también se presentaban en el Capri y en el Plaza de Pedro Báez, que estaba ubicado en El Paraíso; pero también había figuras en el cabaret Mario (de Mario Amelotti) y, más tarde, en el Alí Babá (a nivel de Maripérez, en la recién inaugurada Avenida Andrés Bello, que antes era un lodazal (donde el padre de Nelson Mezerhane tenía unos terrenos que algunos consideraban una locura). De todos ellos, también queda para el recuerdo, el famoso Trocadero-Longchamps, que eran dos locales en uno, albergados en un inmueble de Puente a Cochera, perteneciente a la Sucesión de Antonio Pimentel, ricachón que financió a Juan Vicente Gómez y que luego, éste favoreció en su gobierno. Tanta era la confianza del General en su amigo que ambos iban juntos a la playa.

Como la música y la comida son hilos conductores en la pequeña historia de una ciudad, Pierre René Deloffre hizo historia en ambos locales con la música y la comida. En 1925, cuando se bailaban los ritmos norteamericanos y todavía estaba de moda el tango, se bailaba “A media luz” en La Suiza, un cabaret-restaurant en el que Deloffre invirtió 80 mil bolívares, sin duda, una fortuna para la época. Ese negocio se lo había comprado a León Becker que años antes se había iniciado con el Restaurant El Calvario.

La Suisse, como era su verdadero nombre, era un lujoso dancing-restaurant, ubicado en la Plaza Morelos, que luego se convirtió en el Rainbow Room de Vicente Amengual. Allí Deloffre ofrecía cenas bailables y cenas de gala con máscaras cuando era carnaval. El precio del cubierto era de quince bolívares cuando un trago no pasaba de uno. Después de La Suiza, Deloffre abrió el Longchamps, donde ofrecía un menú a la carta con platos franceses. En el mismo inmueble, ubicado de Cochera a Puente, funcionaba el Trocadero, que era parte del mismo negocio. A los dos locales los dividía una cortina y, en los shows importantes, se integraban ambos. Al Longchamps asistía la alta sociedad; al Trocadero los parranderos. Como éstos son atraídos por las bellas artistas, tal circunstancia picaba la curiosidad a las señoras que inducían a sus esposos a llevarlas al restaurant a probar la sopa de cebolla en horas de la madrugada, o a culminar una noche de fiesta con champaña y caviar. Las elegantes damas entonces le pedían a Deloffre que descorriera la cortina “un poquito” para ver quiénes estaban allí.

Además de la orquesta para los shows, que dirigía Jesús Pallás, para amenizar la cena, tocaba el organista panameño Salvador Muñoz, que fue descubierto por el propio Deloffre, quien también presentó una audaz revista francesa de cuadros vivos, al desnudo, que le hizo arquear las cejas al público conservador caraqueño. A ese show, que le dio más fama al Trocadero, se le sumaron impactantes atracciones, entre las que figuraban María Antonieta Pons (con Deloffre), Toña la Negra, José Luis Moneró y Agustín Lara.

Deloffre era un hombre que sabía promocionar lo suyo. Cuando tenía Le Canarí organizó un concurso de feos con premios de botellas de ron y un jurado conformado por seis damas de sociedad. Pero al lado de lo social, en esos tiempos figuraban cabarets de medio pelo, como el “Miami” en San Agustín y bares de mala muerte, que por incluir mujeres en calidad de “ficheras” (así llamadas porque acumulaban fichas por los tragos servidos en su mesa), algunos fueron cerrados. Entre esos “bares de mujeres” estaban de moda el Charlemos, el Mamacita, La Posada del Sabor, El Buen Rato, El Bombillo Rojo y El Pingüino Azul, donde se bailaba con discos y ofrecía muchachas muy jóvenes (menores de 18 años), para que divirtieran a hombres de avanzada edad.

La precursora de todas las rumberas había sido Alicia Parlá la llamada reina de la rumba, que falleció en 1999 en su exilio en Miami. Su carrera se remontaba a los años treinta cuando se inició demostrando cómo bailar la rumba, lo cual la llevó hasta París. A partir de 1935, sus pasos fueron seguidos por Mercedes Barba, quien fue reconocida en su país como la primera rumbera mexicana, también desaparecida en 1999; de tal modo que ambas vieron y vivieron el auge del tango al mambo, hasta el chá chá chá y una que otra loquera moderna. La más famosa de todas las rumberas era María Antonieta Pons, que vino a Caracas en tiempos de Medina, a quien —se dice y es muy factible— se la presentó Deloffre. Además de la rumbera (que comenzó como basquetbolista en Cuba) y, entre otros artistas, Deloffre también presentó al famosísimo Miguelito Valdés cantando Babalú (con la orquesta de Jesús Payás).

Pero no todo era tan decente en él y ésa era su fachada. Además, como parte de su fama proviene por haber impuesto el buen gusto culinario en las mesas de los restaurantes caraqueños, en sus negocios siempre había algo turbio, pues fue él quien introdujo la cocaína entre algunos personajes, quienes luego la disfrutaban con descaro en El Chicote (de Pepe Arriaga), donde había un grupito que tenía la osadía de llenar el salero de su mesa con esa droga (traída de Cuba en varios saleros (misteriosamente) llenos, para burlar la Aduana).

También Deloffre pertenecía a una red de juego que operaba en una lujosísima residencia de Vista Alegre llamada Quinta San Pedro Alejandrino (en Bella Vista). Los jugadores los pescaban entre los ricos que asistían al Longchamps y eran captados por una hermosa rubia (Margot Salas), que era pareja del director de la banda a la cual se le sumó Félix Vargas Chacón (mejor conocido como “El cumanés”), quien con ellos aprendió allí a desplumar en grande. Si bien “El cumanés” nunca hizo uso de la droga, en cambio cuando murió en la Clínica Razetti al incorregible Deloffre se le halló debajo del colchón un tubito con cinco gramos de cocaína.







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