Otra vez, el Petróleo del Golfo
Análisis 13/01/2020 01:00 am         


Por Aurelio F. Concheso: Tensiones en el Golfo



En las últimas semanas, las realidades geopolíticas del Medio Oriente en general, y de la producción petrolera del Golfo en particular, han tomado un nuevo giro cuyas consecuencias de mediano plazo están todavía por decantarse. El Gobierno del presidente Trump había demostrado una inusual cautela en las respuestas a diferentes ataques a sus propias fuerzas y las de sus aliados en la zona. La destrucción de un dron norteamericano por los iranís valorado en $250 millones; los ataques a los tanqueros, algunos de ellos británicos en el Estrecho de Ormuz, el ataque con cohetes a un centro de recolección de crudo saudí que interrumpió la producción por 48 horas, pasó sin retaliaciones. Es más, la retirada de un grupo de fuerzas especiales en la zona de guerra con ISIS, pareció confirmar la falta de apetito de los norteamericanos para responder a las provocaciones.

Pero todo eso cambió con la eliminación del número dos del Gobierno Iraní, y principal arquitecto de las acciones terroristas contra occidente e Israel. De momento, pareció que el Mundo se encontraba a la puerta de una confrontación bélica de grandes proporciones. Sin embargo, la respuesta relativamente controlada de la retaliación iraní, parece haber calmado los ánimos, y, de paso, a los mercados petroleros. Al principio, se hablaba de contragolpes que podrían provocar que Estados Unidos destruyera las tres refinerías iranís del Golfo, y que éstos bloquearan el tráfico de tanqueros considerados hostiles al califato.

Hace escasos 10 años esas amenazas bélicas hubieran enviado el precio del petróleo a la estratosfera, más allá de los $ 100 por barril. Para entonces, Norteamérica dependía, en gran medida, del petróleo del Golfo, pero hoy el subcontinente (Canadá, EEUU y México) es autosuficiente, y Estados Unidos es un exportador neto de energía. Es más, si bien todavía Arabia Saudita es visto como el productor con capacidad ociosa que puede suplir fallas de mercado, los inversionistas están viendo que la producción norteamericana, sobre todo la de la cuenca de Permian en Texas y Oklahoma, ahora cumple también ese papel.

La duda que surge es si el Permian, por sí solo, puede asumir ese papel ante una situación en el Golfo, reminiscente de la que sucedió luego de la Guerra de Yon Kippur en 1973. Eso tendrá mucho que ver con cuan cerca de sus topes de producción se encuentran las actividades de fracking en esa cuenca. La respuesta es que solo parcialmente, y que dada una situación así, las únicas cuencas que tienen capacidad de un aumento de corto plazo significativo de crudos convencionales fuera del área de conflicto, son las de Maracaibo y del Oriente venezolano. Es cierto que esta capacidad, aparentemente ociosa, resulta del desplome de la producción nacional en los últimos años, pero dicha situación es apta de ser revertida con acciones que abran el camino para inversiones nacionales e internacionales masivas en la recuperación de esas cuencas, y el conjunto de refinerías que hoy se encuentran en estado de postración.

Quienes continúan viendo la solución del impasse político venezolano, que persiste en mutar de una situación inviable hacia otra más inviable aún, como un problema puramente político local deberían ponderar las implicaciones de lo que está sucediendo allende nuestras fronteras. Estados Unidos no luce que tenga intención de repetir los errores de la Guerra de Iraq, pero la nueva Doctrina Trump, de retaliación con todos los medios tecnológicos a su alcance que puede infringir más daños a la infraestructura petrolera de Medio Oriente, que miles de botas de marines en son de ocupación militar.

En una situación así, la ventaja energética venezolana, con su capacidad de respuesta temprana integrada a la de los países de Norteamérica, vuelve a ser a la vez un reto y una oportunidad para resucitar la economía nacional.







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