La Democracia Venezolana
Análisis 22/04/2020 08:00 am         


Queremos un gobierno democrático, pero nuestra conducta como pueblo no es democrática. El resultado ha sido evidente: tenemos los gobiernos que nos hemos merecido



Por Reinaldo Rojas


La democracia, como sistema político, nació en Grecia; luego se transformó en la bandera ideológica del liberalismo europeo, hasta llegar a ser un modelo universal. Pero como todo sistema político, debe coincidir o adecuarse a los valores, los comportamientos y las creencias de los pueblos que quieren implantarlo. Y allí es donde está el problema. Transformado en la más adecuada forma de convivencia política, son múltiples las formas y estilos de vivir en democracia, porque de eso se trata: la democracia no es solo una forma de gobierno, es también una forma de vida, fundada en la libertad individual, la igualdad ante la ley, la tolerancia, el respeto a los derechos humanos y la alternabilidad en el ejercicio de gobierno.

Por eso es que podemos hablar, en cierto modo, de una democracia venezolana, que es decir, aquel sistema formalmente democrático que funciona adaptado, adecuado o limitado por la idiosincrasia del venezolano. Por ejemplo, la motivación al poder que domina entre nosotros hace que ese poder sea en sí mismo un objeto de lucha, no para servir sino para beneficio propio. En nosotros domina la idea de que el poder político es algo que se conquista para beneficio de un grupo, la familia, los compadres y los allegados. Es un botín de guerra, que es lo que desde el siglo XIX llamamos “hacer la revolución”. Asumir una responsabilidad de gobierno, ser electos a un cargo de representación pública para servir. Ni tontos que fuéramos!!

Y ya en el poder, dejar que el gobernado nos diga qué hacer, que nos controle o le entreguemos cuentas, eso no es mandar. Porque se llega al gobierno a mandar. Si no mandas y no te impones, entonces ¿para qué tomar el poder?

La democracia venezolana es muy joven y parece que a muchos no les interesa que llegue a vieja. Desde 1830 hasta 1958, con algunos relámpagos en la inmensidad del tiempo, lo que hemos tenido los venezolanos han sido gobiernos de fuerza, entre dictadura y tiranía, entre autocracia y caudillismo, y muy pocos líderes, que son aquellos dirigentes cuya autoridad nace del reconocimiento de los dirigidos, de los gobernados. Los líderes no mandan, sirven a sus conciudadanos, dirigiéndolos. No son jefes, son servidores públicos. Pero eso está muy lejos de las virtudes guerreras que tanto admira el pueblo venezolano.

En esa minoría de presidentes demócratas que hemos tenido los venezolanos, don Rómulo Gallegos llegó a la primera magistratura precedido de su magisterio de educador y de su obra como escritor. El gobernar no le aportaba nada. Más bien el país se beneficiaba de sus luces y su honestidad. Por eso duró tan poco. El partido militar que naciera de las armas de la independencia lo sacó del juego, como hizo con Vargas y con todos aquellos líderes civiles que han osado perturbar la paz de los cuarteles, donde es principio mandar y obedecer.

Los hombres de uniforme son los beneficiarios y los instrumentos de esa concepción cuartelaria que tenemos los venezolanos de la democracia. De ella nos alertó el propio Bolívar, la vivió José María Vargas y la denunció en su momento don Cecilio Acosta, para no hablar de Gallegos, Andrés Eloy Blanco o los jóvenes de la Generación del 28 que conociendo los rigores de una tiranía, como la de Juan Vicente Gómez, descubrieron que la confrontación de ideas para gobernar es el camino para hacer de Venezuela una nación libre y democrática.

Y dieron los primeros pasos, convencidos de que fundando partidos e instituciones modernas, superando dictaduras militares y eligiendo por el voto a nuestros gobernantes, el mandado estaba hecho. La historia vivida desde 1958 hasta 1998 ha evidenciado que todo ese andamiaje fue de fundamental importancia, pero también hemos aprendido que a la democracia no se llega si los valores, las costumbres y las creencias del pueblo son contrarias a la misma democracia. Queremos un gobierno democrático, pero nuestra conducta como pueblo no es democrática. El resultado ha sido evidente: tenemos los gobiernos que nos hemos merecido.

La sociedad venezolana de este siglo XXI ha vivido una gran experiencia histórica. Buscando salvar la democracia que teníamos, partidocrática, distributiva e ineficiente, cambio de liderazgo, o mejor, de jefes. Y ahora no sabe qué ha pasado. Y ese es el problema de fondo. ¿Qué sociedad queremos construir desde el hogar? ¿Cuál es la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene en lo que estamos viviendo? ¿Seguiremos esperando un mesías, un héroe para que nos salve? ¿Seguiremos acusando al otro, sin asumir nuestras propias responsabilidades? ¿Cuál es la democracia que queremos y para qué la queremos? Cada quien tiene en sus manos la respuesta y, con ello, las claves de la solución.

Diario El Universal







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