Liderazgo Decadente
Análisis 28/04/2020 07:00 am         


"Lo ocurrido en algunas naciones con la aparición de la pandemia ha puesto en claro, la ligereza y la improvisación en sus respuestas y decisiones de personajes que ahora ejercen el mando..."



Las guerras y las grandes catástrofes mundiales, como lo comprueba la historia, someten a prueba la capacidad, la experiencia y el certero manejo de la realidad de líderes políticos y gobernantes, más allá de que ellos gocen del apoyo y las simpatías de partidarios y compatriotas que le han confiado la responsabilidad de gobernar. Y es que las situaciones extremas y las tragedias sobrevenidas ponen en juego la serenidad y el estado de ánimo de quienes deben tomar decisiones fundamentales para superar las peores contingencias. La sensatez, desde posiciones contrarias y divergentes de Roosevelt, Stalin y Churchill en 1945 puso freno al desvarío guerrerista de Hitler al firmar la paz de la Segunda Guerra Mundial, y abrir de este modo un largo espacio para la convivencia diplomática y la reconstrucción económica de las naciones. ¿Qué hubiera ocurrido si el “Führer” dispusiera del camino despejado para su monstruosa “solución final”?

En los últimos años ha cobrado fuerza (y cada vez con nuevos impulsos) la llamada “antipolítica” como un fenómeno que se emparenta con la “videocracia” ya estudiada por Giovanni Sartori y que contagia el debate público al glorificar el manejo fácil de las encuestas (como tendencias sociales consistentes) y rendir culto cinematográfico a la imagen como el principal atributo del líder. Tal deformación se ha visto estimulada actualmente con la revolución de las redes sociales que consagran la “fake new” como receta ideológica y a cualquier afortunado “influencer” como idóneo aspirante a conducir un Estado en conflicto.

Felipe González escribió que en una ocasión que se encontró con Henry Kissinger en Nueva York y, en la conversación, el ex Secretario de Estado norteamericano le preguntó: “¿Felipe, qué es lo que pasa en el mundo que ahora algunos estadistas parecen más bien audaces vendedores de electrodomésticos?”. Por mucho tiempo las excentricidades y cierta trágica comicidad parecían propias de tiranos africanos como el rey Bokassa y el carnívoro Idi Amín Dada y, en algunos casos en países del Caribe, como ”Chapita” Trujillo embadurnado de medallas en Santo Domingo, o su vecino haitiano Francois Duvalier, reviviendo cadáveres con oraciones del vudú. Si bien no se trata de un fenómeno todavía universal, sino atribuido a ciertas personalidades cuyas ocurrencias no implican mayores costos para sus países -y que incluso suelen celebrarse como resultado de las desconcertantes circunstancias del mundo actual-, lo ocurrido en algunas naciones con la aparición de la pandemia del coronavirus ha puesto en claro, sin embargo, la ligereza y la improvisación en sus respuestas y decisiones de personajes que ahora ejercen el mando en potencias decisivas de la política mundial.


LLEGÓ EL COVID-19

El llamado Covid-19 es una epidemia que por su naturaleza y diferencias con las antiguas pestes medievales se inserta en las coordenadas de un tiempo globalizado y complejo, y de allí que sólo a dos meses de su aparición en China, ya sume millones de víctimas en todo el globo, que haya comportado cambios económicos; grandes secuelas sociales y enormes desafíos científicos con resultados por verse, todo lo cual debió exigir, cuando menos, una acción combinada a nivel internacional para valorar plenamente su origen, su evolución y las adecuadas respuestas para proteger la salud y la vida de la población global. Sin embargo, ello no ha ocurrido de esta manera para algunos gobernantes que aún propician el cruce de acusaciones propias de las disputas en la llamada “diplomacia de albañal“, hasta el extremo de sentar en el banquillo a la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) que ha cumplido con advertir sobre los alcances del virus y cuyas recomendaciones preventivas han sido acatadas y aplicadas por los mismos gobiernos que ahora le critican o, incluso como lo ocurrido con Estados Unidos, cuyo gobernante le ha retirado el apoyo financiero vía Naciones Unidas, justamente cuando este resulta más necesario que nunca para la ayuda sanitaria internacional.


LOS CHARLATANES

Si bien es conocido el comportamiento estrafalario de Donald Trump, en la onda del “populismo de derecha”, hasta el punto de convertir la Casa Blanca en un set de “reality show”, ante la proximidad de elecciones presidenciales en las cuales se juega su reelección, se explican toda suerte de extravagancias como acusar a virólogos chinos de fabricar -sin la menor prueba en la mano- el mortífero virus que ha hecho estragos en Nueva York y otras capitales norteamericanas. Lo ocurrido con el Primer Ministro del Reino Unido Boris Johnson es menos grave, pero recuerda el dicho que “la lengua es castigo del cuerpo”: El exalcalde de Londres es un populista conservador con moderación británica que, en su momento, celebró incluso la audacia de Hugo Chávez junto al laborista Jeremy Corbyn, con el discurso del socialismo del siglo XXI y que asumió luego la prédica de Brexit, que como se sabe finalmente se impuso y que habrá de colocar pronto a su país al margen de la Unión Europea, con las consecuencias que muchos vaticinan inciertas. Ante el brote del Covid-19 y la cuarentena ordenada por la OMS, Johnson eufórico apostó más bien por desafiar la pandemia solo con medicamentos, pero sin alterar la actividad económica y el febril ajetreo de las calles. A los tres días del anuncio fue recluido en un hospital para el despistaje del caso y, aun en reposo, celebra haber escapado de la enfermedad o de la muerte.

El caso de Jair Bolsonaro en Brasil ya es conocido por su práctica de gobernar contra el sentido común y las reglas más elementales de la gestión presidencial. Beneficiario del vacío de poder decretado por la detención de Lula Da Silva (quien en la cárcel el día de las elecciones, según las encuestas, lo triplicaba en el favor popular), el llamado “Trump carioca” ya es conocido por la tendencia al aislamiento de la más importante nación suramericana y su vinculación subalterna con Washington. Se inclina por romper con Mercosur y con la alianza del Pacto con la Unión Europa; desconoce el Acuerdo Climático y sostiene que la Amazonía pertenece exclusivamente a su país y que no es una “reserva vegetal de la Humanidad”, entre otras notorias genialidades. Desafió el Covid-19 negando la cuarentena y el uso de mascarillas y guantes de manera obligatoria. El resultado ahora mismo es aterrador. Brasil es el país latinoamericano con el mayor número de casos comprobados de coronavirus y las escenas de cientos de cadáveres hacinados en las calles de Manaos, en el sur brasileño, provocan horror y tristeza en las pantallas televisivas del mundo.

Como escribe Daniel Eskibel: “La sociedad vive la mayor crisis sanitaria, económica, social y política de la que tengamos memoria: la pandemia Covid-19 se va a llevar por delante muchos liderazgos políticos que parecían sólidos y va a colocar en su lugar nuevos liderazgos que hasta ahora pasaban inadvertidos”. En cambio, la crisis actual tiene para Moisés Naím una explicación más criolla: “Es una época de oro para los charlatanes”.







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