Futbolito, Polarización y Política
Análisis 14/06/2020 07:00 am         


La lógica de hierro de la historia y de la lucha social nos enseña que los pueblos despiertan insospechadamente



Por Julio Castillo Sagarzazu


El lector seguramente recordará un partido de futbolito improvisado que tuvo lugar en las jornadas de grandes movilizaciones populares en el 2002 en plena autopista de Prados del Este en Caracas. El juego enfrentó a dos equipos, uno de los manifestantes de la oposición y otro de defensores del gobierno de Hugo Chávez. Por varias horas, ambos, jugadores e hinchas confraternizaron sobre el asfalto caliente de aquel candente momento de la política nacional. Por cierto, nadie recuerda el score, todos recordamos que el partido tuvo lugar. ¿Recordaremos acaso también la reacción de Chávez? Yo sí, y claramente. Montó en cólera, sacó de su costal todos los improperios contra los ricos, los apátridas, los escuálidos. Identificó muy bien, para su gente, quiénes eran aquellos con los que jamás debían juntarse y ni siquiera ir a misa; mandó el mensaje de acuerdo con el cual, confraternizar y sonreír con los explotadores era una traición. A todos ellos quedó claro que quien quería ver deporte que se fuera a la cancha del Círculo Militar a verlo lanzar su rabo e cochino o que se pusiera en su barrio a jugar chapita como jugaba él con el teniente Andrade antes de dejarlo tuerto. ¿Por qué esta reacción tan desmesurada frente a un inocente partido de futbol calle? Pues justamente porque el partido no era inocente, al menos no para sus planes. Porque para imponer el régimen que padecemos desde entonces hace falta mucha división, mucho odio y sobre todo meter muchas cuñas entre la unidad de los gobernados para que no puedan juntarse nunca.

Así se hizo la polarización política y social. Venezuela ya no era un solo país y los venezolanos no tendrían un solo proyecto para mejorar y avanzar, sino que la vida desde entonces se planteaba entre ricos y pobres; patriotas y apátridas; buenos y malos; chavistas y no chavistas. Chávez creó su ring de boxeo, su zona de confort y acopió la leña que sería el combustible que avivaría, hasta el día de hoy, su hoguera de la manutención del poder. ¿Cuál es la lógica de la polarización? Pues, demostrar que el proyecto político que encarnó no triunfará mientras no derrotemos y aniquilemos definitivamente al adversario. A la victoria no se llega sino sobre las ruinas del adversario. Mientras tanto, todos los problemas, las miserias, los sinsabores, son parte de la larga marcha hasta La Tierra Prometida. Los pobres conquistaran el cielo como lo cantó Marx sobre los Comuneros de Paris de 1871 porque “el motor de la historia es la lucha de clases” y su “partera es la violencia”.

Todo esto ocurrió ante nuestros ojos. Este escenario fue concebido como una trampa jaula con cuyo paral no hemos dejado de tropezar nunca. Hemos caído en el juego de la polarización para solaz de quienes lo inventaron para mantenerse en el poder. Han sido pocas las ocasiones en las cuales hemos sorteado la trampa. Una de ellas fue en el 2015 cuando logramos la maravillosa victoria electoral de la Asamblea Nacional (AN). Aquella campaña fue impecable. Era la época de las colas, del bachaqueo, del estallido de la mega inflación y de la escasez. Hubo muchas consignas, pero el fundamento de todas ellas era. “Si no quieres esta vida de colas, de irrespeto, de escasez y de vida cara, vota contra Nicolás Maduro en la AN”. Es decir, nos salimos del mensaje polarizador del “¡Maduro vete ya!” para hablar a la gente de sus problemas lo cual, desde que el mundo es mundo, es la única manera de convencer a alguien para que haga el puente entre su vida cotidiana y la política. Pero, como cuando el pobre lava llueve, enseguida regresamos a la zona de confort de Maduro. En lugar de convertir la Asamblea en el pivote de las luchas sociales y populares y la aspiraciones de los millones de compatriotas que nos llevaron allí, volvimos a caer en la trampa. No se había secado la tinta del acta donde Tibisay Lucena proclamada la irreversibilidad de nuestra victoria, cuando le ofrecimos al país que en seis meses sacaríamos a Maduro. Conclusión: Maduro nos dijo “vengan a Miraflores a sacarme” y nosotros le tomamos la palabra y cada vez que lo intentábamos, las ballenas no nos dejaban pasar de Chacaíto.

Mi cauchero chavista que votó por la oposición, me dio una clase de política cuando aquello ocurrió. Me dijo: “¿Viste, Julio?, lo que querían era un quítate tú para ponerme yo”. Y como las desgracias nunca vienen solas, nos equivocamos en el fondo y también en la forma. Con esa política nos retiramos a los salones de los hoteles, a las redes sociales a realizar cuanto foro, seminario, taller y simposio, entre nosotros mismos (ahora hacemos tuitazos, webinars y sesiones de zoom) para elucubrar sobre el sexo de los ángeles y dejamos a la gente entendiendo con sus problemas y viendo desde las gradas la pelea de boxeo entre Morochito Rodríguez y Muhammad Ali. Venezuela ha visto agravar todos aquellos problemas y hay quien quiere vendernos la idea de que los venezolanos nos estamos adaptando a la situación como la ranita de la olla con agua tibia. Esta es solo una verdad a medias. Se trata de un mecanismo de defensa natural de toda persona que pone la sobrevivencia como punto central de su existencia. Gracias a ese instinto nos hemos preservado como especie.

Pero la lógica de hierro de la historia y de la lucha social nos enseña que los pueblos despiertan insospechadamente. A veces despiertan y los derrotan y a veces despiertan y logran victorias y avances. La diferencia entre una y otra está en la clarividencia y capacidad de su dirección política. Es necesario reconstruir la credibilidad y la confianza. El 80% de los venezolanos no quiere a Maduro y lo responsabiliza de la actual pesadilla. Solo hay que regresar a estar con la gente y a organizarla. Poner una política creíble, transversal que interese a TODOS y no a un grupito de iluminados y diseñar una agenda que destierre la polarización de las consignas puramente políticas; que ponga énfasis en los problemas que padecemos todos los venezolanos y diseñe el país bonito y distinto que también todos queremos. Imaginemos por un rato que aquel partido de futbol en Prados del Este llegue al medio tiempo y terminemos hablando de nuestros problemas comunes y que entonces nos pusiéramos de acuerdo para actuar. No habría ballenas pa’ tanta gente. El segundo tiempo lo jugaríamos en libertad.







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