Las Partes del Todo
Análisis 10/06/2021 08:00 am         


Israel da un ejemplo de madurez y pragmatismo, y tiene el aval de la responsabilidad que históricamente han tenido todos sus gobernantes



Por Elías Farache S.


Después de dos años y cuatro elecciones, parece que finalmente se logrará una coalición de gobierno en Israel. Se requieren 61 escaños de los 120 del Parlamento para nombrar primer ministro y designar el tren ejecutivo. Hasta hace unos días, resultaba imposible debido al empate entre los dos bloques que pugnaban por la supremacía. Siempre en Israel, el partido con más escaños, que era el de mayores posibilidades de agrupar 61 o más parlamentarios, se quedaba con la primera magistratura y se repartían los ministerios. Por regla general, salvo gobiernos de unidad nacional que tenían partidos de fuerza electoral similar, este fue el modus operandi.

Las últimas cuatro elecciones presentaron una situación bien atípica. En la agenda de los partidos pasaron a segundo plano temas tan delicados como los de la defensa nacional, la amenaza iraní, la situación económica, el manejo y consecuencias de la pandemia, las negociaciones eventuales de paz con los palestinos, las agresiones de Gaza, el frente caliente en Siria, la amenaza del Líbano con Hizbolá y su arsenal de cohetes, las relaciones con la nueva administración de Estados Unidos, los problemas con la población árabe israelí, las diferencias entre laicos y ortodoxos y muchos otros delicados tópicos.

La contienda electoral y luego las intensas negociaciones para formar coalición, tuvieron como eje principal el desplazar a Benjamín Netanyahu del cargo de primer ministro. Doce años en el cargo, muchos aciertos en muchos aspectos, y una personalidad que ha polarizado al electorado israelí respecto a su figura, fueron el caldo de cultivo de los acontecimientos electorales. La oposición a Netanyahu es personal y no ideológica, la necesidad de desplazarlo hizo uso de todos los recursos que el sistema electoral israelí permite para obtener el objetivo.

Al momento de escribir esta nota, parece inminente que el Bloque del Cambio asumirá el poder en unos días. El bloque está conformado por ocho o nueve partidos, que van desde la izquierda radical con agenda pacifista y esquema de paz por territorios, hasta la derecha de Gideón Saar y Naftali Benett que hace nada se situaban a la derecha de Netanyahu. Bennett será el primer ministro de una rotación con Yair Lapid, teniendo el primero escasos 6 escaños y el segundo 17. El apoyo de los partidos árabes por primera vez tiene un peso muy significativo en la conformación del gobierno.

Visto en positivo, es un logro de la democracia israelí el dirimir las diferencias por la vía electoral. Es también digno de elogio que muchas posturas encontradas converjan para conseguir un objetivo, y que manifiesten una genuina preocupación por el devenir del país y sus ciudadanos. Israel da un ejemplo de madurez y pragmatismo, y tiene el aval de la responsabilidad que históricamente han tenido todos sus gobernantes sin importar su orientación ideológica.

Pero hemos de estar conscientes de que la coalición no tiene amalgama ideológica, ni comparten visiones respecto a temas que siempre han sido polémicos. El pragmatismo se ha impuesto a la ideología, el asunto de Netanyahu quedarse o irse ha sido el motivo de todos sin distingo alguno. Las partes que conforman el todo de la coalición son muy distintas. Es verdad que el todo es más que la suma de las partes. Nos resta desear y esperar que sea para bien, que funcione. Es lo que merecen quienes obran de buena fe. Que aparte de todos, las partes funcionen. Y que las partes de gobierno y oposición se guarden el respeto requerido y necesario. Para bien de todas las partes.







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