Memoria financiera
Análisis 05/11/2019 05:00 am         


Por Egildo Luján Nava: Sin duda alguna, es más que urgente estabilizar el valor de la moneda nacional...



Egildo Luján Nava

Los inicios, concepto, función e historia de la banca comercial en el mundo datan de miles de años. El primer prototipo de bancos comerciales se inicia 2.000 años Antes de Cristo (AdC) en la Mesopotamia, donde hacían préstamos de granos en Fenicia, Siria y Babilonia para agricultores y comerciantes. Por su gran utilidad, tal prototipo se propagó hacia la antigua Grecia durante el imperio Romano. Luego se convirtió en una actividad expansiva que se posicionó en todo el mundo. Su evolución fue tal que entre los años 1.100 y 1.300 los Caballeros Templarios gestionaron y fundaron el primer banco en Europa y el Medio Oriente.

En 1.791, se fundó el primer banco en el Continente Americano. Se trató de "El Primer Banco de Estados Unidos de Norte América". Mientras que en Venezuela, exactamente en 1839, hizo otro tanto el ciudadano Inglés William Ackers, quien lo dio a conocer con el nombre de "Banco Colonial Británico". Se trató de una institución financiera que duró un corto tiempo, y al que luego le siguió en su iniciativa el "Banco de Maracaibo"; fue fundado el 11 de mayo de 1882 en el estado Zulia, gracias a la iniciativa emprendedora de Ramón March, Ángel Urdaneta y A.F. Vargas. Con el inicio de actividades de este banco zuliano, por supuesto, se produce el verdadero comienzo y desarrollo bancario venezolano.

El sistema bancario venezolano, partiendo siempre desde el 1882, comienza su actividad y desarrollo en una Venezuela netamente agropecuaria, muy rural y con una economía muy precaria. Luego, en 1914, cuando el país entra en la era petrolera, se inicia el nacimiento de una vigorosa economía, en la que, obviamente, la participación empresarial privada pasa a desempeñar un rol de dinamizadora. El resultado fue una diversificación que convirtió al país en uno de los más grandes productores de crudo del mundo y exportadores, principalmente a Estados Unidos. A nivel bancario, como era de esperar, se produjo una gran oportunidad que convirtió al sector en uno de los más sólidos sistemas financieros latinoamericanos.

La intermediación bancaria es indispensable. De hecho, es imposible concebir ningún tipo de operación comercial sin la obligada intervención bancaria, mientras que la internacionalización e interdependencia del comercio mundial no sería posible sin la banca comercial. Asimismo, el crecimiento y desarrollo económico tampoco sería posible si no se tuviera acceso a las carteras de créditos bancarios. Tal opción, adicionalmente, ofrece una multiplicidad de servicios conexos, ampliados con todas las noveles oportunidades que brindan la tecnología y el aprovechamiento eficiente que hacen posible las redes cibernéticas. Si ellas no existieran, es posible que la actividad financiera no hubiese superado las condiciones propias de una respuesta sólo ideal para dinamizar modalidades propias de la época del trueque. Nada más.

La grave situación social, política y económica que exhibe Venezuela, entre otro de los tantos grandes problemas que le han hecho perder las ventajas con las que se proyectó a nivel internacional al convertirse en país petrolero, se encuentra la actual condición de la banca nacional. De hecho, está prácticamente oficializada, luego de que el Estado terminara operando casi el 80% de los activos bancarios del país, mientras que la actividad privada trabaja con tan sólo el 22% restante, incluyendo un diferencial realmente marginal. La hiperinflación y la manera como se ha tratado de hacerle frente a sus causas ha imposibilitado a la banca desempeñar uno de sus roles determinantes en cualquier economía: otorgar créditos. Puede hacerlo, pero con pérdidas obligadas.

Con la última obligación de encaje legal del 100%, no solamente se ha limitado la disponibilidad al crédito y el acceso al efectivo o liquidez monetaria. Es que, además, le han forzado a operar prácticamente con pérdida permanente, y, como si fuera poco, le han obligado a depender administrativamente de una drástica minimización operativa, reduciendo oficinas, y de una acelerada reducción de personal. Pero, además, acercándosele peligrosamente a la posibilidad de terminar siendo protagonista, sin quererlo ni habérselo planteado, de un colapso bancario.

Es incierto que este cuadro de dificultades sectoriales, que hoy mantiene a la banca venezolana en una condición de taburete, no tenga solución. Y porque es así -salvo que exista un propósito de fondo para que ese citado colapso suceda- es por lo que tienen sentido los múltiples llamados que han emergido a partir de análisis y de estudios que describen cómo actuar, inclusive qué acciones preventivas deberían adoptarse para evitar un colapso bancario. No actuar equivale a tenderle la mano a una peligrosa y drástica paralización económica del país, con su secuela de consecuencias sociales.

Sin duda alguna, es más que urgente estabilizar el valor de la moneda nacional, erradicar las causas de la inflación, activar la capacidad crediticia de la banca y recuperar la confianza en el sistema privado nacional. La historia económica del mundo está llena de casos y de ejemplos sobre situaciones similares a las que hoy está viviendo Venezuela. Los han superado o actualmente todavía están haciéndole frente a sus orígenes, a partir de hechos y acciones que evidencian la voluntad administrativa de su liderazgo de no convalidar fracasos.







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