Dólar revolucionario
Análisis 27/11/2019 05:00 am         


Por Aurelio F. Concheso: “Tanto nadar para morir en la orilla”.



Aurelio F. Concheso

“Tanto nadar para morir en la orilla”. Pues sí. Así reza un refrán popular. Y apelamos a dicha cita porque algo parecido sucedió cuando, en entrevista dominical, el Inquilino de Miraflores declaró, aparentemente de manera sincera, que: “…ese proceso que llaman de “dolarización” puede servir para la recuperación y despliegue de las fuerzas productivas del país y del funcionamiento de la economía. Es una válvula de escape. Gracias a Dios, existe”, indicó hablando previamente de “la autorregulación de la economía”. Pero, además, y que “tenemos un mercado en funcionamiento”.

Viniendo del portaestandarte del Socialismo del Siglo XXI, por supuesto, es una declaración sorprendente. Durante 16 años, a partir del establecimiento del control de cambios más largo de nuestra historia republicana, los jerarcas de la economía han hecho precisamente todo lo contrario para establecer un férreo control político sobre lo que para ellos era tan solo una nimiedad de la ultra derecha capitalista: el funcionamiento del mercado. Al principio, precios estratosféricos del petróleo y una producción de 3 millones de barriles diarios, les permitieron tapar el sol con subsidios. Y cuando la renta no daba para más, lo hicieron con emisión de dinero inorgánico, lo que fustigó a los ciudadanos con la hiperinflación más longeva y virulenta que recuerde el Hemisferio.

Nadie les recordó el lema de Bill Clinton en su exitosa campaña electoral de 1992. “!Es la economía, estúpido!”. Sí, la economía: esa que en el mundo globalizado post marxista tiene un ancla que no perdona y que, más temprano que tarde, logra imponerse, y que se llama: el mercado. Poco a poco, y sin que los planificadores gubernamentales pudieran evitarlo, la hiperinflación comenzó a dolarizar la economía. Y lo que ha sucedido en meses recientes, no es otra cosa que el reconocimiento del Banco Central de Venezuela del hecho de que su capacidad de ejercer política monetaria, sencillamente, se ha agotado. Para eso fue necesario que redujeran la economía a una tercera parte de su tamaño anterior. Asimismo, que lanzaran un 15% de la población más joven a la diáspora. Pero, además, que pulverizaran el salario oficial y las pensiones a unos míseros centavos de dólar diarios.

Dicen, sin embargo, que rectificar es de sabios. Y la dolarización incipiente que ya abarca cuando menos un 50% de las transacciones entre particulares, es una realidad que, difícilmente, se podrá revertir, y que más bien continuará avanzando, sobre todo ahora cuando los ciudadanos han encontrado que tienen alguna alternativa sobre cómo preservar el valor de su dinero. Se dice que parte del combustible del fenómeno dolarizador viene de las remesas, y de los ahorros en el exterior que consumidores y empresarios están inyectando al torrente de dólares y de euros, por supuesto. Bienvenido dicho mecanismo, porque, en él, esos fondos, ¡afortunadamente!, y, por lo general, escapan de las horcas caudinas del Banco Central de Venezuela. Para esa parte de la economía, ahora es a la Reserva Federal Americana, y no al BCV, a la que habrá que temer en lo referente a destrucción del valor del circulante. Desde luego, nos sospechamos que, al igual que los ecuatorianos, los venezolanos van a preferir confiar en el FED.

Sorprende oír a expertos que han clamado en otros momentos por una estabilización monetaria, que ahora vean con ojeriza este proceso a medias. Pero, además, que, en vez de alentar que llegue a su lógica conclusión, hablen de la importancia de no perder la soberanía del señoreaje del Banco Central de Venezuela, es decir, el derecho de éste a imprimir bolívares cuando le venga en gana. Es posible que algún día haya un BCV similar al Banco Central Suizo y que se respete mundialmente, alejado del control del mundo político. Pero mientras ese organismo no exista, y hasta que no haya tenido años rescatando la confianza perdida desde hace tres décadas, más nos vale a los venezolanos que se termine de dolarizar, o de crear una caja de conversión (en la que el BCV no puede emitir bolívares), para ver si, partiendo de una moneda estable, los empresarios, inversionistas, y ahorristas privados, logran rescatar una economía que terminó hecha añicos por el intervencionismo gubernamental.







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