El futuro del trabajo
Análisis 05/12/2019 08:28 am         


Por Aurelio F. Concheso: Los retos no se pueden enfrentar con recetas del pasado, sino que requieren de una mirada al futuro



Aurelio F. Concheso

La Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras 2012, conocida popularmente como la LOTTT, ha sido una de las víctimas del huracán hiperinflacionario, el cual, para efectos prácticos, la ha hecho inaplicable. Es una situación validada por el sector público, que es el más connotado infractor de la misma en casi todas sus dependencias. Siendo esto así, y ante la perspectiva de un cambio del modelo económico hacia uno de moneda estable acicateado por la incipiente dolarización de la economía, desde luego, surge un consenso en cuanto a la necesidad de reformarla.

Este caso venezolano sucede en medio de un contexto mundial en el que las relaciones de trabajo están experimentando cambios fundamentales, y están por sentir efectos, aún más disruptivos, en el futuro cercano. No es por accidente que las protestas que estamos viendo, comenzando por los chalecos amarillos franceses, la clase media y trabajadora chilena, y de una alianza variopinta en Colombia, tengan en común las relaciones laborales y de servicios de seguridad social como puntos principales de su agenda. En todas partes, sistemas que se diseñaron en atención a los retos de la tercera revolución industrial de finales del siglo XX, exhiben falencias que no se compaginan con la cuarta revolución industrial del siglo XXI, y menos con la que ya están en curso de la mano de la Inteligencia Artificial y lo que se conoce como -perdonado el anglicismo- “Big Data”.

Venezuela tiene una oportunidad de oro para recomponer sus relaciones laborales, adaptándolas a lo que está sucediendo, porque la maltrecha LOTTT, en realidad, codificaba de manera detalladísima las relaciones laborales. Pero aquellas que eran propias de la primera revolución industrial, respondía a otras razones. Veamos:

La primera versión de la LOTTT se promulgó en 1936 de la mano de expertos de la OIT de aquel entonces y de Rafael Caldera. Por coincidencia, en ese año se estrenaba la película “Tiempos Modernos”, de Chaplin, que hacía parodia de las vicisitudes de los obreros en líneas de ensamblaje, las cuales formaron parte de esa etapa, bajo los principios de Francis Taylor y el genio empresarial Henry Ford. El mundo evolucionó, pero las relaciones laborales venezolanas no. Se fueron mineralizando anclados en los principios de la LOT de 1936. Y un intento de modernización con las reformas de 1997 fue puesto de un lado con la vuelta atrás que impuso el Socialismo del Siglo XXI, al devolverle la inflexibilidad en la LOTTT 2019.

Ahora la situación es otra. Se prevé que para el año que viene, más del 40% de los trabajadores latinoamericanos serán contratistas independientes; dos billones de empleo mundialmente serán desplazados y 91% de las compañías actuales habrán desaparecido para 2030. A eso, hay que sumarle que profesiones enteras, entre 80 y 90%, tienen probabilidades de desaparecer por el efecto de la Inteligencia Artificial. Semejantes retos no se pueden enfrentar con recetas del pasado, sino que requieren de una mirada al futuro que probablemente requiera pensar en cosas como: reeducación permanente, distintas formas de relacionamiento empleado/patrono en un ambiente de trabajo a distancia inclusive traspasando fronteras, horarios flexibles y multi empleos simultáneos, por sólo mencionar algunos.

Nos hemos acostumbrado a que la legislación laboral sea “el contrato social más importante después de la Constitución” y, en consecuencia, ésta se ha vuelto una suerte de Código de Hammurabi, reglamentando hasta el último ápice de la relación laboral. Para ser útil, una legislación con visión de futuro debería ser todo lo contrario: un instrumento marco lo suficientemente flexible para que relaciones que a lo mejor todavía ni siquiera se contemplan, tengan cabida bajo un ancho paraguas de principios que deberían respetarse, pero implementarse de distintas maneras. De no ser así, las reformas corren el riesgo de volverse rápidamente letra muerta y, lo que es peor, a inhibir la creación de empleo y de riqueza, mientras fenecen.







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