¡Epa Isidoro!
Bulevar 15/03/2020 07:00 am         


El Último Cochero de Caracas



El dos de Enero de 1880, en la casa número 2, entre las esquinas de Teñidero y Chimborazo en la Parroquia La Candelaria, nació Macario Isidoro Cabrera González, siempre fue conocido como ISIDORO. Su primer nombre fue poco conocido, su padre fue Victorino Cabrera de origen canario y desde adolescente heredó el oficio de este, montado en su carruaje tirado por caballos, aunque fue en 1911 cuando obtuvo la licencia oficial.

Isidoro era un hombre elegante, ligeramente gordo de buen vestir y mejor trato, que supo codearse con lo mejor de la época y fue testigo de muchos amores y galanteos, guardó además grandes secretos en los paseos que a cualquier hora de la madrugada hacía por las calles de aquella ciudad de los techos rojos, fría, bañada por la brisa que bajaba del Ávila. Él y Billo Frómeta simpatizaron desde el primer día que se conocieron, cuando nació una amistad que les duró hasta la muerte. En las décadas de los años 40 y 50, Isidoro llevaba y esperaba a Billo en todas las presentaciones y fiestas que el músico tenía y disfrutaban el paseo con guitarras y amores. Fue testigo mudo de los amores y conquistas de los patiquines y pájaro bravo de ese entonces, pero su hermano del alma fue el compositor y director de orquesta dominicano.

Comenta el cronista Román Martínez Galindo que Billo le relató cómo fue el primer encuentro con Isidoro y su coche. Corría el año 1938, la orquesta que amenizaba a Caracas se llamaba la "Billo’s Happy Boys”, y la fiesta más importante de la época se hizo en el “Club Paraíso” a la cual asistió como invitado de honor el general Eleazar López Contreras, Presidente de la República. Billo, un joven inquieto y enamoradizo de 22 años, cuenta que a la medianoche llegó a la mansión “en su regio y señorial coche refulgente de rojo, con lujosos asientos tapizados en cuero negro, tirado por un enjaezado muy bien cuidado caballo alazano engalanado con gríngolas bordadas de azules arabescos andaluces y el cochero conductor de aquel carruaje que parecía salido de una novela de Alejandro Dumas, el famoso cochero Isidoro”.

Luis María Frómeta Pereira (conocido como Billo Frómeta), inmortalizó luego a Isidoro Cabrera a quien conoció cuando tenía 22 años en 1938 y desde esa noche el cochero lo acompañó hasta el final de sus días. En diciembre de 1963, Caracas perdió a uno de sus iconos y Billo sintió la despedida del amigo y llegó a exclamar “porque te vas, sin esperar el Cuatricentenario de Caracas”. Su saludo siempre fue ¡Epa Isidoro!, le compuso una canción para que no pasara al olvido y lo inmortalizó de esta manera.

Billo no era cantante, era reconocido director, pero no cantaba nada. Sin embargo en 1970, en una fiesta se paró ante el micrófono y cantó, le salió del alma “Epa Isidoro”, no estaba en la programación y todos los músicos quedaron asombrados, pero le hicieron el coro. Las parejas pararon de bailar y empezaron a cantar y aplaudir, el éxito fue total, parecía que el espíritu del cochero se había posesionado del músico. Desde ese día, en todas sus presentaciones y bailes era una canción obligada en el repertorio. "Epa Isidoro, buena broma que me echaste// El día que te marchaste sin acordarte de mi serenata// Epa Isidoro, cuando vuelvas por Caracas// Explícale a las muchachas que te fuiste lejos sin decir adiós..."

El Caballero Andante era pulcro en el vestir y sus modales “vestía de rigurosa etiqueta, tocado por un sombrero a lo gentleman londinense, anudaba corbata y hacía gala de camisa sport fix a la última moda, de flux negro con finas rayas longitudinales todo confeccionado en legítimo casimir inglés, y cortado por el sastre Chacho, los zapatos negros de patente reflejaban la luz como límpidos espejos y sobre ellos ostentaba polainas como si fuera un lord que estuviera de visita en el París de La Bella Epoca”. Evidentemente siempre fue un hombre importante que causaba respeto y confianza.

Así como hoy vemos las paradas de taxis, Isidoro también tenía sus paradas, la más usual, estaba ubicada entre las esquinas de San Francisco y Monjas, en la calle lateral de la Asamblea Nacional. Si no lo encontraban allí, lo buscaban por Capitolio, el bulevar del Panteón o la plaza Altagracia. Isidoro Cabrera era el único en su oficio que fue conocido y llamado por su nombre y apellido, porque los otros colegas cocheros eran llamados por sobrenombres o apodos, Rabanito, Masca vidrio, Morrongo, el Elegante, padre eterno y otros que también tenían sus carruajes en las esquinas del centro de Caracas. A finales del siglo XIX, las calles de la ciudad eran de tierras, no había llegado el cemento o pavimento, salvo las calles principales que eran empedradas, esa fue la ciudad donde comenzó su oficio el joven Isidoro. El transporte para las mercancías y las personas se hacía en carruajes con bestias, esa era la tracción, animal. Habían arrieros de burros y mulas, carruajes sencillos, de cuatro ruedas lujosos y techados, las frutas y los productos agrícolas los traían desde Petare, Chacaíto y Chapellín pasando por el pueblo de Sabana Grande hacia el centro de Caracas.

En 1889, el General Ignacio Andrade era el presidente de la República, cuando Isidoro lo condujo en su carruaje hasta la casa de Gobierno y en el trayecto el Presidente lo conoció mejor y le ofreció ayudarlo y cuando descendió del coche le dijo: “Vuelva mañana que le voy a hacer un regalo”. El Presidente le cumplió: le obsequió un coche nuevo un “Victoria” inglés. El Cronista Lucas Manzano, cuenta que Isidoro mantuvo una gran amistad también con Don Julián Sabal, una estrella de la sociedad caraqueña, cliente del prestigioso Club Venezuela. El Cochero lo buscaba a su casa o al trabajo y lo trasladaba al club, lo esperaba hasta que saliera, igual hacía años después con Billo. Dice el Cronista que “días antes de postrarse en el lecho, Don Julián Sabal, sin que Isidoro lo sospechara, escribió de su puño un párrafo en el cual le dejaba su ropa, zapatos, y unos cuantos bolívares para que reformara su coche y renovara los caballos. Isidoro Cabrera, el fiel y honesto cochero trajeado todo de negro y con los caballos enlutados, acompañó al cortejo fúnebre durante todo el trayecto”. Era cumplidor con sus amigos. ¡Epa Isidoro!







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