Lo que se ha
convertido en ley, costumbre, tradición histórica y literaria es que el viaje y
sus circunstancias, de descubrimiento y conquista, ha de estampársele, en rol
de protagonista, un rostro masculino. El que asume la aventura y en el camino
se convierte en vencedor de las batallas que librará por tierra y por mar es
siempre un varón, forzudo para más señas, cosa de lidiar con bestias —para molinos
si vale que seas flaco—, piratas parchados o criaturas mitológicas ciclópeas,
de fuego en las fauces.
Ulises, el que
encarna el arquetipo de aquél que parte por una causa y vuelve convertido en
otro, representa ese tránsito en el que revelas los misterios de la vida en el
que te sumerges con sables y consignas, causas y arrebatos. Desde Homero hasta
Kavafis, pasando por Emilio Salgari, que no necesitó salir de su pueblo para
recorrer el mundo con su imaginación, la literatura recoge la audacia exclusivamente
varonil. La realidad hermanada a la ficción tiene maravillosas cartas para
jugar, el icónico Cristóbal Colónda la cara por los hombres de mar con una
trayectoria marina de excepción. Tan audaz al pretender darle la vuelta al
redondo mundo y cruzar océanos, y llegar a tierras nunca vistas y habitantes de
costumbres y usanzas desconocidas también hubiera podido ser inventado.
La mujer, en cambio, ha
sido la tierra firme, la paciencia que todo lo contiene —en la cópula y en la
maternidad ¡la vida!— y acaso no necesita ir muy lejos: la encarna Penélope. Pañuelo
blanco en la bienvenida o despedida, la mujer es el puerto. La memoria no el
timonel. Así el estereotipo, no la realidad. María Inés Calderón,
documentalista que ve y registra las huellas vitales y la realidad en pleno
desarrollo, que investiga la vida de Teresa Carreño, viajera en clave de sol, y
la de Alexander von Humboldt, el explorador que nos regaló su espejo y su
astrolabio para vernos, así como recoge los acontecimientos en el barrios y los
prolegómenos en cada marcha o manifestación, con talante de pionera ha hecho un
viraje al arquetipo de muchas millas náuticas. Una vuelta de timón. La
venezolana que compartió el timón del Celcit Carpery navegó 7 años en compañía
de un aventurero, como exploradora en igualdad de condiciones y corriendo los
mismos peligros en los mares, amo al hombre y el mar, estuvo allí y vivió en la
piel lo que es la soledad de las aguas no siempre tranquilas, vio con sus ojos
atónicos la inmensidad del mar cuando es agua alrededor y la embarcación isla flotante. Azul al norte
y al sur —solo con las herramientas se puede saber en qué coordenadas te mueves—
y de pronto una ballena.
Estaba en la playa de
Arapito con amigos, “todos con parejas menos yo”, cuando en eso se aproximaría
el Simbad, el Jack Sparrow, el Jacques Cousteau que tenía anclado su yate a
pocos metros y había parado hacía pocos días en Venezuela, lugar otrora ideal
para disfrutar de comidas fantásticas, chapuzones, aperarse de víveres, cargar
pilas, ser recibido. La conversación fluyó y no pasó mucho tiempo para que
David, con nombre de escultura, se volviera humano galante y enamorado audaz.
Primero la invitó a subir a bordo y luego, no mucho después, le propuso que se
fueran juntos. ¿A dónde? ¡Al mar! Un año, dos, como mínimo.
Claro que lo dudó,
pero no demasiado. No era una salida al cine, aunque aquello sería una historia
de película, una en la que ella, María Inés (el nombre contiene el Mar y al
Cine, sus pasiones) sería protagonista. Quienes la conocen pueden dar fe de su
temperamento tenaz. No se arredra. Defiende sus puntos de vista a capa y espada.
Es tan solidaria como cejijunta ante todo gesto plañidero. Le gusta la certeza.
“Me criaron así”.De manera que aceptó y emprendió la aventura de su vida, otra,
además de la maternidad y las vividas con el oficio de ver desde una lente. Conoció
medio mundo, culturas, gentes, idiomas, prendas de vestir y sazones inéditas,
aventureros de la misma especie con alergia por la tierra firme, otros y otras navegantes
y sus neurosis, la belleza del mundo que se convirtió adictiva revelación cada
tres por dos, territorios que parecen sacados de la imaginación por lo hermoso
o por lo extraño, y a sí misma. Pero pares del gentilicio no. Ella es única.
En el trance pasaría
de todo. Cambiarían sus gustos estéticos y comprendería el valor primordial de
la vida viendo que la ausencia en un momento dado de la afeitadora no es en
absoluto algo sustancial en comparación con toparse una tarde de cielos
despejados con la mirada en tus ojos de un cachalote descomunal, más grande que
la embarcación, que de pronto está navegando a tu lado, o mejor dicho contigo: te
observa fijamente, curioso, tranquilo, rompiendo aguas pero sin intentar una
peripecia, a lo largo de un trecho inolvidable que quedará impreso en la sesera
como uno de los mejores recuerdos de tu vida. Porque también de pronto dejaría
de estar, y no hubo tiempo a cargar el equipo audiovisual o mejor, porque no
quiso interrumpir la magia de la conexión.
Vio en islas remotas
que algunos viven con muy poco y en realidad tienen todo: llegan los visitantes
y ellos cocinan sus recetas para honrarlos sin cobrar nada, agradecidos por la
compañía y lo que pueden compartir. Quedó boquiabierta con la fuerza del agua
como talladora compulsiva de esculturas naturales. Probó recetas de las que no
tenía idea y sabores que ahora son nostalgia en la punta de la lengua. Vivió 7
años entre coordenadas y oleaje tibio o frío, espuma y profundidades, las del
agua y las suyas. El mar fue su hogar por siete años y en ese piso
movedizo entendería las maravillas y exageraciones que propone la soledad.
Viviría sobre el eterno vaivén acuático qué es la incertidumbre y aprendería a
tomárselo con. El mar que es origen, pasión, libertad, amor, enigma permanente,
conocería también de ella, de su vocación, de su asombro y sus carcajadas. De
su devoción desafiante por la aventurera. El mar está dentro de ella.
Luego de conciliar
romance y acción en 3D, María Inés Calderón recopiló sus apuntes de viaje, la
bitácora de sus días por todo el planeta y lo convirtió en un libro profundo,
azul, sorprendente, cuya lectura es un deleite para los sentidos, he aquí la
siguiente aventura. El mar dentro de mí es el título del libro que detalle cada
episodio, cada paso, cada sorpresa, cada tropiezo, cada sonido y con el que
comparte su audacia romántica por donde quiera que se le mire. Hoja por hoja, o
digamos que en formato virtual, donde también se navega, María Inés Calderón
(de la Barca) cuenta su experiencia y se muestra: ahí está su piel, los besos,
los sueños, la pareja con quien se lanza al agua, las estrellas, los amigos del
camino, el silencio, los delfines, la sal, el sol, las temperaturas oscilantes,
los atascos, las nostalgias, el faro, la femineidad.
Ahí están su mirada
curiosa y reveladora. Ahí están el coraje de una mujer que aprende de nudos y
de manejos sobre la marcha. Ahí están ese periodo de vida, algunas batallas
interiores y un regreso con gloria, claro. El
mar dentro de míen el que es un placer zambulliremos y es inspiración para
todo aquel y aquella que busca levar anclas. Flotar. La nueva escritora
caraqueña nos habla en tiempos de agua escasa y de mares cercanos pero por
ahora remotos de la posibilidad de avanzar. De no contentarnos con la realidad
contenida. Represada. Somos 70 por ciento de agua y María Inés Calderón, seguro
ciento por ciento, nos dice que puede vernir una nueva ola.