Carlos Oteyza, el pandemonio es de película
Bulevar 07/06/2020 07:00 am         


Desde el confinamiento, el realizador comparte su agenda que se debate entre disquisiciones, nostalgias y proyectos domésticos.





Cuenta regresiva.
El confinamiento le ha dado tiempo extra para observar el contexto en horario corrido, y ya se sabe lo que cuenta cada minuto para un cineasta que contabiliza una emoción por reloj. Le queda claro al realizador de documentales, per sé imantado por la realidad, que lo que ocurre en el mundo, pero sobre todo en el país, es inenarrable. Hay más, mucho más, bajo la piel desnuda. Una vergüenza, un sopor caliente, que desconsuela. Si sus trabajos van del sepia al full color, la toma de este momento tendría ausencia de luz… a la vez que saturación. Color de hormiga. Caballero con talento y buen talante, siempre risueño, comprometido con las mejores causas y defensor de la justicia, pero nunca extremista, este artista de la imagen, que se ha metido a lo hondo de la historia nacional buscando razones y exhibiendo la estética del desmán, ve que el rollo es complejo, y tal vez se vea a él mismo en el espejo. “No tiene cabida ahora mismo en este lado del planeta el romanticismo hippie”. 

La coleta en el espejo. Él, que antes que surtir el discurso —que se basta por sí mismo—, de efectos especiales, prefiere razonar, visualizar la panorámica, considerar todos los escenarios, quizá se observa como un venezolano convencido de que la maravilla está ahí, a la mano, pero que cada vez parece más difusa. Escasa. Como un ciudadano que padece y se lamenta porque sabe que otros padecen más. Como un creador que no leva anclas pero ve que el tiempo es agua entre los dedos. Como un progresista con coleta. Ay pero ¿y eso es un estereotipo? ¿Y qué proyecta? ¿A alguien le pasaría por la cabeza hacer la comparación? Del otro lado de la orilla y en las antípodas, aunque su discurso también incluya la palabra justicia, hay otro que se recoge igual la melena, coleta ideologizada. Tranquilo Oteyza. Aquel señor de que es como un pelo en la sopa, que no tiene un pelo de tonto, tiene amigos como Cabello. Tú fuiste amigo de Teodoro.

Hallazgo. “Si algo he descubierto, pues, es lo mal que estamos”, dice con congoja, “esto peor de lo que parece”. El ritmo de trabajo más pausado le ha permitido deconstruir el amargor del bocado. “La gente intenta seguir y sigue, y pretende llevar el fardo a cuestas, pero este pesa más y más”. Tiene agua por cuentagotas, dosificada, por raticos, pero aun sale del grifo, por su parte, el internet titila, es decir, que aparece de vez en cuando durante el día, y no les falta el gas o la luz, no por ahora. Es decir ¡es un privilegiado! “Lo que ocurre con los servicios hace patente en cada tobito recogido la tragedia total que incluye las carencias, la inflación, la corrupción, la falta de democracia, la inseguridad jurídica y general”, dice. “Porque sabemos que el problema de su intermitencia, que no se surta a la ciudad ni al país de electricidad o de agua en un territorio que se toma como potencia hídrica, no tiene que ver con una búsqueda ecológica de alternativas de consumo sino de impericia y caos”. 

El rollo de enterarse. Realizador informado que siempre va a por más —el devenir es su materia prima— comparte que ahora con medios amenazados y redes que se multiplican, con la instantaneidad, los laboratorios de noticias y la sobreabundancia de divulgación de sucesos sin confirmar o atroces confirmados hay que discernir con mucho cuidado para no enloquecer; la verdad triunfa siempre, sin embargo. Quien suscribe el documental Tiempos de dictadura habla desde el conocimiento de causa. Autor de la pieza que revisa el derrocado gobierno del general Marcos Evangelista Pérez Jiménez, y entra en honduras en el eterno debate de obras celebérrimas versus libertad, hace un trabajo profesional impecable, así como con las dos producciones que repasan los gobiernos del presidente Carlos Andrés Pérez (CAP 2 es un documental revelador y visionario sobre el hombre que sí caminaba y saltaba charcos, del adeco de las chaquetas de cuadros con el que conocimos la opulencia y padecimos la ausencia de sensatez, en el que toda la película posterior se ve venir). Oteyza cree que el tiempo es la vara de medir la pertinencia de un trabajo y su vigencia: cuando este transcurre y sigue sosteniéndose el mensaje, por la fuerza de su credibilidad. “Hay que leer, comparar, oír e investigar aunque cueste, con todo y la emocionalidad, hurgar donde el prejuicio pone sus talanqueras”, advierte. “La realidad, felizmente, tiene muchas aristas”.

El pueblo soy yo. Su trabajo más reciente ha sido presentado en medio mundo y sólo con la publicidad del boca a boca ha sido un éxito. Ha repletado los aforos particulares, de la academia o la universidad, donde se ha proyectado entre silencios demoledores y lágrimas, precedidas de suculentos foros. En uno dijo Oscar Lucién que la diferencia entre este documental y cualquier película de ficción es que “si ésta nos ha hecho llorar, regresamos a la realidad, y nos consolamos, pero con El pueblo soy yo, aunque salimos del aforo seguimos en ella”. 

El arribo a salas comerciales de esta producción ha sido un peregrinaje. Con todo y las amenazas, ha sido vista y aplaudida y celebrada. Y provocando taquicardias y envalentonado a más de uno que luego de ver la película completa de estos 20 años, o su resumen minucioso, y cuanto hemos padecido, ha pedido el derecho de palabra para decir que, si el dolor es una inversión, no puede ahora, después de tanto, echarse el sacrificio y el trabajón que es haber resistido, en saco roto. Que vale la pena seguir por Venezuela. Pieza que cuenta con el apoyo teórico y de producción del intelectual mexicano Enrique Krauze, escritor que le lleva el pulso al tema del populismo, en la narración dan su testimonio en primer plano sociólogos, historiadores y políticos, a la vez que se hace un paneo de las reacciones y emociones vividas en barriadas, en encandiladas juntas revolucionarias, en la calle, en marchas, en las colas, que permite palpar el proceso —poseso le decía Zapata— desde la emoción inicial que produjo ese huracán en los que pusieron su esperanza, no solo los más desposeídos, hasta que arranca el declive. Está registrada la agitación que provocó el militar de Sabaneta y qué movilizó. Discursos, cadenas y medidas. Así como las torceduras, manipulaciones, maniqueísmos, atajos, embustes, engolosinamientos del poder. Todo con profesionalismo. “Fue un trabajo difícil e importante, creo yo, documentar este presente, es materia prima para el trabajo que nos toca como sociedad”.

Validez. La historia no está para absolver, tampoco para condenar, es el registro de lo que hacemos y deshacemos, es la trama fabulosa y no fabulada de los que vencen pero también la que dejan escrita los perdedores. Es el recuento de las piezas que cosen la trayectoria del devenir que, mientras más cercana en el tiempo, más confusa, dolorosa, difícil de interpretar es. Oteyza, que husmea en el pasado con devoción eterna, y tiene en la verdad, foco, asume riesgos así como también se pretende equilibrado a la hora de armar el discurso visual y seleccionar el encuadre de la manera más abarcadora posible; enemigo de efectismos, acaso la realidad venezolana tiene contenidos suficientemente exagerados como para añadirle atavíos.
Premios. Oteyza le daría el Oscar de la política a Rómulo Betancourt y el del mejor sonido a su amigo entrañable de Teodoro Petkoff, voz del gurú que hay que atesorar. 
 
Y ahora qué. Acaso crea que lo que corresponde es meterle el pecho a la circunstancia con estrategias de paz más contundentes y persistentes. ¿Cuáles? Para superar este tragar grueso. Para vivir, no apenas sobrevivir. Mientras tanto, en casa, repasa el álbum familiar. Él que tiene todas las barajitas de la historia política y económica del país, que las ha convertido en documentos de colección, mira a los hijos cuando eran niños, y a los padres cuando eran jóvenes e intercambia las fotos que le toma a las fotos con la familia distribuida en medio punto a modo de reunión dominical. Claro que también arregló la biblioteca.








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