Caracas en todas partes
Bulevar 27/07/2020 08:00 am         


La reconocida periodista cuenta su experiencia en otras ciudades que compara con la capital venezolana.



Por Mireya Tabuas


Soy caraqueña. Tan caraqueña que escribo desde una computadora que tiene como fondo de pantalla una foto de la ciudad en la que nací. Tan caraqueña que pinté en una pared de mi patio una silueta -toda chueca, advierto- de los edificios emblemáticos de la capital. Tan caraqueña que no he perdido mi acento, ni me he acostumbrado al frío, ni he dejado de añorar los palos de agua, a pesar de llevar 6 años lejos del país. Tan caraqueña que a veces en mi cabeza canto Cerro Ávila y voy de Petare rumbo a La Pastora por la Cota Mil.

Pero en realidad, más que caraqueña, soy chacaense, aunque esa es otra historia que no cabe aquí. Y soy chacaense, porque-como tantos- soy hija de la migración que pobló el municipio Chacao en los sesenta y que dejó el aire impregnado de guisos españoles, italianos, árabes, portugueses y tantos otros.

Confieso que Caracas -y Chacao, su ombligo para mí- se han convertido en una suerte de vara con la que -para bien o para mal- mido el mundo. Son Caracas -e insisto, Chacao-referente de medida, peso, tamaño, profundidad, sabor, olor, color, magnitud, envergadura y un largo etcétera.

La verdad es que viví por casi cinco décadas allí y apenas me mudé dos veces a una distancia de pocas cuadras. Sin embargo, de Caracas conozco cada pelo. Si de algo puedo vanagloriarme es que la recorrí entera, o casi entera. Mi mamá, patacaliente, me hizo conocerla y, adonde no me llevó ella, me llevaron años después el teatro y el periodismo.

Es por eso que mi ciudad se ha hecho parámetro de tanto (y tan diverso) y es por eso, también, que me la he encontrado en tantas otras ciudades. Es como si Caracas me hiciera guiños desde otros lugares, como si me dijera: “Mira, mijita, aquí estoy, sabes que soy inolvidable ¿verdad?”.Tanto me he tropezado con Caracas a kilómetros de distancia de ella que estoy por creer que nuestra ciudad es una suerte de narrador omnisciente que insiste en describirme el contexto. Tiene el don de la ubicuidad. Está en todas partes.

Ahora, por ejemplo, veo en Providencia, la comuna de Santiago de Chile donde vivo, rasgos de las bonitas casas de La Castellana o La Floresta. Antes, cuando vivía en un sector más céntrico, con muchos restaurantes y tiendas, me sentía en la Francisco de Miranda o en alguna de las transversales de Los Palos Grandes. También, muchas veces, cuando hablo de la cordillera que rodea a esta ciudad, suelo decir que es como El Ávila, pero nevado y más lejano (y donde no venden el heladito de coco de la subida a Sabas Nieves).

Hace pocos meses, caminando por Washington Square, en Nueva York, mi hija y yo nos detuvimos en la que estábamos seguras era una calle de Chacao incrustada en la Gran Manzana y pensamos que allí estábamos como en casa, con la misma certeza con que seguramente mi mamá vio en Caracas algo del reflejo de su propia patria.

He visto a Caracas no solo en Santiago y Nueva York, también en Barcelona, en Ciudad de México, en Londres, en Buenos Aires, en Bogotá, en Madrid,en Guayaquil, en París…Son detalles, sí, una fachada, una vitrina, un café, ciertos colores de un graffiti, algún vagón de metro, la escalinata de un barrio, algo parecido a una camionetica, un motel que colinda con una funeraria. He visto en muchos museos de ciencias del mundo semejanzas con el que queda en Bellas Artes, he notado en innumerables museos de arte -con admiración- algo de la estética del MACSI, he sentido en otros carnavales lo que viví de niña en el bulevar de Sabana Grande, he encontrado en los animales de algunos zoológicos esos ojos tristes que tenían las nutrias del Parque del Este.

Pero también he añorado a Caracas, y mucho, en las ciudades donde no veo las guacamayas ni los perrocalenteros ni los árboles de mango ni la UCV ni las panaderías con ese olor a canilla recién salida del horno, esas ciudades donde no veo esa perfecta luz de la tarde ni esas nubes gordas.

No puedo negar que también -para que todo no sea comeflorismo- me ha alegrado no encontrarme con algunos rasgos terribles de ella en esas otras ciudades a las que no les temo, esas ciudades que son -o parecen ser- pura fiesta, esas ciudades que no me duelen tanto.

Sé que desde hace años Caracas dejó de ser la misma de mi lejanísima infancia, a esa Caracas de mis últimos años muchas veces le tuve miedo y he mantenido con ella esa distancia de amor-odio que se suele tener con algunos ex. Pude ver y recorrer muchísimas veces esa Caracas rota, olvidada, fracturada, también pude verla, resistiendo, fortalecida y digna, a pesar del maltrato. Eso también me ha servido de parangón, de síntoma, incluso de oráculo, me ha valido para diagnosticar y saber leer el futuro de otras ciudades.

No es que, por mirarme en Caracas, no quiera a otros lugares, como este en el que vivo ahora. Pero, sin duda, Caracas sigue siendo la que me enseñó que uno podía enamorarse de las ciudades a pesar de sus sombras.


Periodista y escritora caraqueña -o chacaense- viviendo actualmente en Chile. Fue por 20 años periodista de El Nacional y profesora de la UCV. Actualmente imparte clases en la Universidad Alberto Hurtado, dicta talleres literarios y edita un medio digital especializado. 








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