Mercedes Barcha, entre mitos y leyendas
Bulevar 23/08/2020 08:00 am         


La muerte de la viuda de Gabriel García Márquez marca el fin de un tiempo mítico. Ella fue una de las principales testigos de la publicación de la mejor obra del escritor colombiano



La reciente muerte de Mercedes Barcha marca el fin de un tiempo del que ya quedan pocos. La esposa de Gabriel García Márquez fue testigo de una obra prodigiosa y compañera de uno de los autores más importantes del siglo XX. Gracias a ella, que tuvo a bien administrar los escasos recursos, García Márquez pudo disponer de tiempo suficiente para escribir Cien años de soledad. El propio escritor lo contó muchas veces.

En su ensayo La novela detrás de la novela, Gabriel García Márquez da pistas y descubre cómo y cuándo lo asaltó la idea que tomaría forma final en la novela Cien años de soledad, de la que su mujer fue principal testigo. "De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y desgarrador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad: 'Yo también cuando sea grande voy a matar vacas en la carretera'".

"No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: 'Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo'. Desde entonces no me interrumpí un sólo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo lleva el carajo", contó al respecto.

García Márquez tenía 38 años, cuatro libros publicados y frente a sí el comienzo de la mejor novela escrita durante el siglo XX. Y aunque muchos, entre ellos su biógrafo Dasso Saldívar no dan por confirmada la versión de que García Márquez dio la media vuelta en mitad de su viaje, éste la contó así a Plinio Apuleyo Mendoza. "¿Es cierto que diste media vuelta en la carretera y te pusiste a escribirla?", le preguntó don Plinio. "Es cierto, nunca llegué a Acapulco", le contestó el Gabo en una frase que fue a parar al libro El olor de la Guayaba. No será esa la primera ni la única leyenda alrededor de un libro junto al cual todos quieren retratarse. Solía decir Carlos Barral que él había rechazado la publicación del manuscrito, porque según él, la del Gabo era prosa pastelera. Esa anécdota queda en los huesos en el libro de Xavi Ayén, Aquellos años del boom (RBA).

Hay una leyenda más, o al menos podría tenerse por tal, ya que es de la cosecha del Gabo, quien al parecer gozaba fabulando y exagerando las anécdotas alrededor de esa novela. Según el Nobel de Literatura, no dejó de escribir durante 18 meses. Sus muchas versiones dieron guerra suficiente, muchas más que los 32 levantamientos que promovió el coronel Aureliano Buendía. Así lo describe el escritor: "Esperanza Araiza, la inolvidable Pera, era una mecanógrafa de poetas y cineastas que había pasado en limpio grandes obras de escritores mexicanos (...) Cuando le propuse que me sacara en limpio la obra, la novela era un borrador acribillado a remiendos (...). Pocos años después Pera me confesó que, cuando llevaba a su casa la última versión corregida por mí, resbaló al bajarse del autobús con un aguacero diluvial y las cuartillas quedaron flotando en el cenegal de la calle. Las recogió empapadas y casi ilegibles con la ayuda de otros pasajeros y las secó en su casa hoja por hoja con una plancha de ropa. Y otro libro mejor sería cómo sobrevivimos Mercedes y yo con nuestros dos hijos durante ese tiempo en que no gané ni un centavo. Ni siquiera sé cómo hizo Mercedes durante esos meses para que no faltara ni un día la comida en la casa".

A comienzos de agosto de 1966, el Gabo y su mujer Mercedes acudieron a la oficina de correos de México para enviar a Buenos Aires la versión terminada de Cien años de soledad: un paquete de 590 cuartillas escritas a máquina a doble espacio y en papel ordinario dirigidas a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Suramericana. El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: "Son 82 pesos". Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera. "Sólo tenemos 53", le dijo. De esa peripecia surgió una anécdota que llena las tertulias y especulaciones de editores y periodistas. Sobre si exageraba o no. "Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto. Sólo después caímos en la cuenta de que no habíamos mandado la primera sino la última parte. Pero antes de que consiguiéramos el dinero para enviarla, Paco Porrúa, nuestro hombre en la editorial Suramericana, ansioso de leer la primera parte, nos anticipó dinero para que pudiéramos enviarlo. Así es como volvimos a nacer en nuestra vida de hoy".

En Cien años de soledad Gabriel García Márquez inventó un mundo y una forma de contarlo. Un universo familiar. Un reino de peces de oro y mariposas amarillas. Aquello que necesitamos etiquetar como Realismo mágico, pero en el que cabe un mundo propio e inventado. Aseguró el propio escritor que si se unieran todos los lectores de Cien años de soledad en un mismo territorio, sería uno de los 20 países más poblados del mundo.


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