La Fotografía Cambió de Enfoque
Bulevar 22/11/2020 08:00 am         


La fotografía como objeto de soporte a la memoria ya no se estila, porque las nuevas generaciones van a otro ritmo y prefieren mirar hacia delante



Por Mirco Ferri


En días pasados estuve buscando en mi archivo fotográfico familiar algunas imágenes que necesitaba para un proyecto audiovisual. Fotografías casi todas en blanco y negro, de los años 50, que atestiguan la vida que llevaron mis antepasados directos y sus familiares, tanto en su estadía en su país de origen como sus inicios en esta tierra, que escogieron para radicarse hasta que los sorprendió la muerte. Casi todas representan grupos de personas en alguna actividad festiva, como un viaje al campo, una reunión en un restaurante para festejar un acontecimiento importante, o simplemente un paseo por la ciudad. Se nota que son fotos tomadas para un propósito en específico, con la paciencia del fotógrafo que busca el mejor encuadre y la mejor iluminación posible para que el resultado final sea digno. La fotografía, en ese tiempo, era un hobby que implicaba tiempo y dinero, tanto para la compra inicial del aparato como para la adquisición de la película y el posterior revelado. Era, además, un ejercicio de paciencia, pues una vez tomadas las imágenes debían ser enviadas al laboratorio para su posterior revelado e impresión, a menos que el fotógrafo llevara su pasión un paso más allá y procesara en su propio cuarto oscuro los negativos.

A medida que fue evolucionando la técnica, se fueron acortando los tiempos, y en los períodos finales de la fotografía analógica ya la espera podía ser de apenas minutos, gracias a los “minilabs”, precisas máquinas que, con la menor intervención humana posible, entregaban las fotos en una hora.

Con la aparición de la fotografía digital, todo el juego cambió radicalmente. Adiós a la espera, adiós a las tiendas de fotografía. Adiós también a los cuartos oscuros: a partir de ese momento, el fotógrafo amateur podía producir sus fotos en casa, con su propio computador personal, gracias a los potentes programas de procesamiento de imágenes que permiten a cualquiera editar sus composiciones, logrando resultados excelentes. Y, queriendo, con una buena impresora y papel especial, hacer copias impresas de aquellas fotografías que tengan alguna importancia particular. La fotografía se masificó, y también podemos decir que se banalizó.

¿Para qué tomamos tantas fotos? Hoy en día, una gran cantidad de personas tiene un celular que toma fotografías, y el común de la gente lo utiliza para capturar cosas que le parecen interesantes, raras o cómicas. O para documentar en tiempo real momentos de su vida, tales como una comida memorable, un viaje, un encuentro inesperado, o algún fenómeno de la naturaleza. Esas fotos terminan siendo publicadas en las redes sociales, vistas por cierta cantidad de personas, y hasta allí. Se borran del dispositivo, o se suben a la nube o al pc, y es raro que se regrese a ellas a menos que se esté buscando algo en particular. Muchas veces son un reflejo narcisista de la personalidad; la búsqueda de la gratificación instantánea a través de los consabidos “me gusta”, esos corazoncitos que se instalan al pie de las publicaciones en Instagram o Facebook. La gente termina siendo reportera de su propia vida, y usa esas aplicaciones como vitrina para exhibir sus mejores momentos. Yo, debo ser honesto, tampoco escapo a esa tendencia: en mi celular debo tener una cantidad de fotos que oscila entre el millar y medio y los dos millares. De esa obscena cantidad, tal vez valga la pena una proporción que no rebasa el 10 por ciento, y eso siendo generoso. El resto son capturas fallidas, experimentos mal realizados, o tomas destinadas para ser vistas una sola vez por alguien en particular.

La fotografía como objeto de soporte a la memoria ya no se estila. Como comenté al principio, yo me crié en un mundo analógico, en donde las fotografías tenían una importancia afectiva de primer orden. Dado su costo, y su engorroso procedimiento, no se tomaban con la ligereza de ahora. A pesar de que en cada casa había por lo menos una cámara, se utilizaba cuando era preciso, y se procuraba hacer el mejor uso posible de ella. Cada foto era un relato, pudiera decirse. Un objeto que, en el caso de nosotros familia de migrantes, cruzaba el océano, ya que muchas de esas fotografías se tomaban como testimonio gráfico de las vicisitudes familiares, los momentos gratos, los solemnes, precisamente para hacerlas llegar a la familia lejana. No sé cuántas fotos mías estarán todavía en algún cajón olvidado en casa de los parientes. Sí sé que en mi casa hay muchas, muchísimas imágenes de ellos, porque no soy capaz de deshacerme de esas fotos que nos enviaron. Me parece un desprecio a la memoria. No hay tecla de "delete" en mi archivo físico de fotografías. Probablemente sea el último depositario encargado de preservar ese legado visual, porque las nuevas generaciones van a otro ritmo, y prefieren mirar hacia delante.







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