Por Francisco A. Casanova S.
INGMAR BERGMAN (1918–2007)
Pocos directores en la historia del séptimo arte han representado las agonías existenciales del ser humano como lo hizo durante décadas el maestro sueco, Ingmar Bergman. Hijo de un pastor luterano y de madre de origen valón, Ingmar Bergman nació en el seno de una familia muy estricta, en la que la buena conducta y la represión de los instintos se consideraban virtudes, condición que le marcó desde temprana edad. Bergman fue educado en la más estricta disciplina religiosa, de la que el director desarrolló una gran angustia existencial hacia la figura de Dios y todo lo que representaba. Conceptos como el pecado, el amor, la muerte o la culpa, estuvieron presentes durante toda su vida y de lo que él siempre quiso indagar a lo largo de su densa obra fílmica. Es por ello por lo que tanto él como su hermana Margareta, se refugiaran en un universo imaginario: juntos construyeron un teatro de marionetas. Bergman no contaba aún veinte años cuando dejó a sus padres para instalarse en Estocolmo. Desde entonces, se dedicó al teatro universitario y fue en esta época, entre finales de los 30 y comienzos de los 40, cuando entabló amistad con el actor Erland Josephson y el cineasta Vilgot Sjöman.
En 1941, llevaría a cabo su primera producción teatral, con la obra del dramaturgo sueco August Strindberg, La Sonata Fantasma. En 1942, tras el estreno de una de sus obras, La muerte de Punch, Bergman fue invitado a formar parte del equipo de guionistas de la productora cinematográfica Sueca, Svensk Filmindustri, donde pasó dos años revisando guiones, mientras seguía escribiendo obras de teatro favorablemente acogidas por la crítica. De hecho, nunca dejó de trabajar para el teatro, aunque lo hiciera de forma intermitente. En 1944, consigue su primer trabajo como director a tiempo completo y a su vez conoció al productor Carl-Anders Dymling, una de las caras más visibles de los SF Studios. Dymling quedó terriblemente impresionado por el joven Ingmar Bergman, a lo que le ofreció trabajar en el proceso de guion de una película del director sueco Alf Sjöberg titulada Tormenta (1944). En la década de los 50 montó un promedio de dos obras nuevas cada invierno en el teatro municipal de Malmö, poniendo en escenas autores como Ibsen, Strindberg, Moliere, Shakespeare y Tenesse Williams, y reservando los períodos estivales para el rodaje de sus películas. Ingmar Bergman está más marcado por su infancia que ningún otro director. Ya su primer guión, Tortura, llevado a la pantalla por el importante cineasta sueco Alf Sjöberg, se basa en un recuerdo personal: el terror que inspirara a Bergman uno de sus profesores, que le hizo objeto de todo tipo de humillaciones en Estocolmo.
Al año siguiente, 1945, la Svensk Filmindustri ofrece a Bergman la oportunidad de dirigir su primera película, Crisis, adaptación de una obra danesa cuyo protagonista, como en casi todos sus primeros trabajos, es un alter ego apenas encubierto del autor, que expresa así sus temores, ansiedades o aversiones o aspiraciones personales. Sus dos últimas obras de los 40, s La sed (1949) y Hacia la felicidad (1949), muestran una nueva preocupación en Bergman, que aborda el tema de la pareja enredada en una lucha sin cuartel.
En Los años 50 se consolida Bergman. Al principio de la década rodó dos brillantes historias de amor que exaltaban el amor y el esplendor del verano sueco: Juegos de verano (1950) una comedia-dramática en un escenario de época, donde un grupo de parejas que pasan juntas una noche de verano son influenciadas por un extraño elixir que provoca que las personas hagan lo que quieren y Un verano con Monika (1952), donde destaca Harriet Andersson. Bergman tuvo tres musas fundamentales en su cinematografía: Harriet Anderson, Bibi Anderson y Liv Ullmann.
Bergman pasaría gran parte de su vida refugiado en su Isla de Farö y en donde pasaría sus últimos días en soledad. En dicha isla, no solo tuvo su residencia principal, si no que a lo largo de los años rodó en ella innumerables películas. Se dice que Bergman, tenía un cine propio en la Isla de Farö en la que, de cinco veces a la semana, a la misma hora, asistía para ver todo tipo de películas que formaban parte de su colección de cinéfilo. Un verano con Monika (1952), es de una modernidad tal que contiene escenas típicas de la futura Nouvelle Vogue y el propio Godard lo reconocía con la escena de los dos jóvenes cerca de la playa mientras fuman. Dos temas se entrecruzan constantemente en la filmografía de Bergman: el primero, reflexivo y filosófico, analiza la angustia de un mundo que se interroga sobre Dios, la dicotomía Bien/Mal y, de una forma más general, sobre el sentido de la vida; el segundo, cáustico, brillante y satírico, sobre la incomunicación en el seno de la pareja.
La obtención por parte de Sonrisas de una noche de verano del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1955, lo sitúa en posición privilegiada y le permitió rodar una de sus obras maestras, El Séptimo Sello (1956), alegoría sobre la vida y la muerte donde refleja a la vez su concepción afectiva e intelectual de Dios. Es la historia de un caballero de la Suecia del siglo XIV, que vuelve a casa después de años de lidiar batallas y que, en un inesperado día, la Muerte se presenta con la intención de llevárselo. Este caballero encarnado por el gran Max Von Sydow, tiene que lidiar con una gran crisis existencial, lo que le lleva a retar a la Muerte a una partida de ajedrez, con tal de resolver algunas dudas antes de que deje esta tierra, las fichas blancas del Caballero frente a las fichas negras de la muerte. Esta película nos muestra uno de los temas más recurrentes de Bergman, que es el miedo inherente del ser humano ante la muerte y la duda eterna sobre la existencia de Dios. Bergman hace un paralelismo, con el contexto que estaba viviendo aquellos años, posteriores a la Segunda Guerra Mundial y la amenaza atómica con la época feudal y la peste. El juego de ajedrez es una brillante metáfora del intento del hombre de derrotar a la muerte a través de sus logros, tal vez en el caso de Bergman, de la necesidad de crear una obra vital que sobreviva a su propia muerte. Y el caballero cerca del final de su vida en un viaje en busca de significado.
El clamoroso éxito obtenido por el film ofreció la posibilidad de dirigir, uno tras otro, cuatro importantes títulos: el primero fue Fresas salvajes (1956), con el director de cine Victor Sjöstrom como protagonista. Bergman recurriría nuevamente a sus recuerdos de infancia para efectuar un acercamiento lúcido y benévolo a la vejez, con toda su carga de lamentos y recriminaciones. Rodó también En El rostro (1958), donde un mago se gana la vida fascinando al público y exponiéndose a la vez a sus sarcasmos y El manantial de la doncella (1959) que es una historia de violación, asesinato y venganza, basada en una balada medieval. A partir de los sesenta el estilo de Bergman experimentaría un cambio sensible. El cineasta aborda una etapa aparentemente austera. Una técnica más depurada y una temática más profunda en la que el cineasta reconciliaba forma y fondo. La trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1962) y El silencio (1963) le permitió profundizar en sus recuerdos de su educación religiosa.
Bergman, se convirtió en portavoz intelectual de su tiempo, convencido de que el ser humano había llegado a una fase crítica de su evolución y de que la apatía del mundo moderno era tan sólo el reflejo de un cierto desencanto. Otra de sus obras maestras, Persona (1966), con una extraordinaria fotografía de Sven Nykvist, y una magistral utilización del espacio y la composición y es una obra profundamente marcada por la el psicoanálisis y reunió a Bergman, que entonces vivía en la desolada isla de Faro, con la actriz noruega Liv Ullman. La película trata sobre una afamada actriz de teatro llamada Elisabet Vogler, interpretada por la brillante Liv Ullmann que sufre un colapso psicológico cuando está actuando. Desde entonces, se ha mantenido en silencio por razones que más adelante en la película salen a la luz. Por este motivo Elisabet es ingresada en un centro psiquiátrico, en el que es atendida por una enfermera llamada Alma (Interpretada por Bibi Anderson). La doctora que la supervisa le aconseja pasar un tiempo en su casa de verano, junto a la compañía de la enfermera Alma hasta que se recupere. Persona (1966), nos habla de la dualidad del ser consciente y de la personalidad externa del ser humano, que podríamos considerar como algo artificial o una especie de mascara.
En la película podemos ver cómo las dos mujeres, se entrelazan de tal manera que el espectador duda de si está viendo a dos personas distintas o a una única alma con dos rostros. Persona reflexiona sobre lo que creemos ser como seres humanos y lo que en realidad somos. Bergman rodó en los años siguientes una serie de dramas que destacan por su crudeza y violencia, como La hora del lobo (1967), La vergüenza (1968) o Pasión (1970). En 1971, Bergman rodó en inglés La carcoma, con Elliot Gould, que fue un completo fracaso comercial. En 1972, Ingmar Bergman realizó otra de sus obras cúspides, que sería Gritos y Susurros (1972). Es una historia de tres hermanas: Agnes (Harriet Andersson), Karin (Ingrid Thulin) y Maria (Liv Ullmann), que residen en una gran casa en el que el rojo es el color predominante. Agnes sufre una enfermedad que la obliga a pasar grandes periodos en cama. Para sus cuidados, tiene una criada de la familia llamada Anna (Kari Sylwan) que ha estado presente para Anna cuando más le azotaba su enfermedad. Es una película que entrelaza a la perfección los lazos familiares que podemos llegar a tener, a través del dolor y la angustia. El estilo de Bergman, el uso de primeros planos prolongados, los fundidos en rojo y una banda sonora en la que resuena el tic-tac de los relojes, el susurro de los vestidos y los gritos silenciosos de los perdidos dan a la película un impacto hipnótico (Variety).
El director sueco siempre fue consciente del impacto de la televisión, y desde 1969, año en que realizó El rito para la pequeña pantalla, mantuvo una relación fluida con el medio, también destino original de Secretos de un matrimonio (1973) y la adaptación de La flauta mágica (1974). En 1976, un escándalo fiscal llevó a Bergman a exiliarse en Munich, donde dirigió para Dino de Laurentiis El huevo de la serpiente (1977), ambiciosa reconstrucción del Berlín inmediato a la posguerra. La película se hizo eco del desasosiego y las preocupaciones del realizador como ocurrió también en De la vida de las marionetas (1980), donde se reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido por la sociedad. En 1982, presentó Fanny y Alexander, otra obra maestra con referencias autobiográficas que aclaran retrospectivamente los temas de su obra: la fascinación por el mundo de los actores, el temor a los tabúes religiosos, la complicidad con el universo femenino, el descubrimiento de la muerte... Todo dentro del marco de una gran familia de Upsala a principios del siglo XX, visto a través de los ojos de un niño de doce años que, una vez más, puede considerarse el alter ego de Bergman.
En esta película, Bergman tuvo muy presente la figura de Freud y sus teorías del psicoanálisis, para tratar cuestiones como los traumas de la infancia, los comportamientos neuróticos o el inconsciente humano. Es su película más personal y autobiográfica, por el hecho de que Bergman a través del personaje de Alexander, se despoja de sus traumas infantiles y los fantasmas de su pasado, en su mayoría relacionados con la estricta educación religiosa recibida por parte de su padre. Fanny y Alexander fue nominada a 6 Oscar de la Academia y gano 4: mejor cinematografía, mejor dirección artística, mejor vestuario, mejor película extranjera. A partir de entonces, trabajo regularmente en el medio televisivo, para el que dirige títulos como Después del ensayo (1983), Los dos bienaventurados (1986) o En presencia de un payaso (1997), mientras que sus guiones son llevados al cine por otros cineastas, generalmente cercanos a su entorno, como su hijo Daniel Bergman, firmante de Niños del domingo (1992), el danés Bille August, que trasladó a la pantalla Las mejores intenciones (1992), y su ex-compañera sentimental, la actriz y directora Liv Ullman, realizadora de Confesiones privadas (1997) e Infiel (2000).
El cine de Bergman se caracteriza por ser un cine en el que lo simbólico prevalece ante una narrativa tradicional, en el que lo metafísico tiene mayor valor que la historia que se pretende contar. Bergman al igual que otros directores como pueden ser Andrei Tarkovsky o Federico Fellini, hace uso del medio cinematográfico para expresar ideas existenciales. El uso del primer plano predomina en las películas de Bergman donde hace un uso constante de primerísimos primeros planos, con la intención de mostrar al espectador lo que un personaje piensa o está sintiendo en un determinado momento del film. Es de esa manera en la que Bergman intenta alcanzar una verdad artística haciendo que la vida se manifieste en su máxima expresión mediante el cine. Lo que hace al cine de Bergman tan próximo al espectador, es la radical sinceridad con la que muestra sus ideas acerca del hombre. Su cine nos habla de la conciencia del ser del individuo, siendo una especie de espejo que muestra las virtudes, y el lado decadente del ser humano. Bergman sentía una fascinación por los espejos, desde un punto metafísico. Bergman exploró cómo la imagen que tengamos de nosotros mismos se refracta a través de la percepción que tienen los demás de nosotros. Nos revela el sufrimiento inconsciente del ser humano y cómo su existencia, persiste en nosotros pese al paso del tiempo. Las películas de Ingmar Bergman muestran las complejidades del ser humano, indagando en las fragilidades psicológicas de ellos mismos y en la agonía existencial que surge ante la ausencia de un significado en sus vidas.
A pesar de que resulte una visión algo pesimista por parte del director, la intención última de Bergman al mostrar esas visiones tan sombrías al espectador es la de revelar la posibilidad de redención por parte del ser humano. Las películas de Bergman están relacionadas más bien, al aislamiento, el rechazo o el amor no correspondido que experimentan sus diferentes personajes. En el cine de Bergman predominan los personajes femeninos. En una entrevista concedida a un medio norteamericano en 1971, el propio Bergman fue preguntado por este tema, a lo que el director sueco respondió: Considero que me apasiona ante todo el mundo interior del ser humano, ya sea el de una mujer o el de un hombre, realmente me es indiferente. A su vez, reconozco que es mucho más fascinante trabajar con una mujer en un escenario o en un estudio, por el hecho de que son más abiertas a mostrarse tan y como son, al igual que se sienten más cómodas delante de una cámara o delante de un público, debido a la manera que han sido educadas desde pequeñas.
Las mujeres en las películas de Bergman, suelen ser en general mujeres de una gran belleza, que, a su vez, tal halo de belleza se ve siempre arrancado, por un dolor o martirio con el que está lidiando. Muchas de sus películas tratan sobre la autoconciencia del ser humano. Los personajes de sus cintas muestran un lado superfluo de ellos mismos, que al final siempre saca a relucir la verdadera naturaleza de ellos. Uno de sus temas más recurrentes, en el que Bergman lo proyecta mediante sus personajes, es la desesperación existencial en la búsqueda de un ser supremo que de sentido a la vida y a su vez que de un propósito. La muerte, es el miedo que Bergman alude ante la posible ausencia de un Dios, que lo que hace es reafirmar, la creencia de que no hay un propósito, que lo que nos espera más allá de la muerte, es nada más que la nada.
El cine de Bergman explora recurrentemente, no el aspecto más teológico del cristianismo, sino que más bien se interesa por el humanismo que se procesa en él. Bergman trata valores como la gracia, la misericordia o la devoción a través de su obra, pero siempre manteniendo una especie de ambivalencia hacia el espectador. Bergman, tuvo la saludable influencia del director sueco Victor Sjöström cuyas películas La Carreta Fantasma (1921) o El que Recibe el Bofetón (1924) marcaron el imaginario fílmico de Bergman. También por el director danés Carl Theodor Dreyer por el uso de primerísimos primeros planos y una de las películas que marcaron más la carrera del directo sueco, fue la icónica película de Dreyer, La pasión de Juana de Arco (1928). El escritor y dramaturgo sueco August Strindberg (educado en ambiente luterano) también fue una notable fuente de inspiración en la obra de Bergman. En las obras de Strindberg, podemos encontrar similitudes en las temáticas de ambos artistas, como puede ser el aislacionismo, la búsqueda de Dios o la autodestrucción inherente del hombre.
Bergman tuvo 9 nominaciones de la Academia, 1 Oscar honorario y 8 premios del Festival de Cannes, entre muchos logros. En 1983 se retiró de la dirección de películas, pero siguió escribiendo guiones para el cine y la televisión y dirigió obras de teatro en el Real Teatro Dramático Sueco durante años. Murió tranquilamente mientras dormía el 30 de julio de 2007.