El Periodista que se enfrentó a cinco Presidentes
Bulevar 19/09/2021 08:00 am         


Benjamin Bradlee, del que se cumple ahora el centenario de su nacimiento, dirigió el ‘Washington Post’ durante 23 años en los que publicó exclusivas como el caso Watergate y los Papeles del Pentágono



Por Pedro García Cuartango


Siempre hay gente a la que le molesta lo que escribes. Lo decía Benjamin Bradlee, director del ‘Washington Post’ desde 1968 a 1991 y figura legendaria del periodismo. Lo había aprendido por experiencia, ya que él había molestado a Kennedy, Johnson, Nixon, Carter y Reagan, cinco presidentes con los que tuvo conflictos que en algunos casos llegaron a los tribunales. Fue siempre un periodista incómodo para el poder. Incluso para John F. Kennedy, del que era confidente y amigo íntimo. Ello no fue obstáculo para que, tras su asesinato en Dallas, escribiera una biografía muy crítica, que disgustó a su viuda Jacqueline, que le retiró la palabra para siempre.

Bradlee, del que se cumple ahora el centenario de su nacimiento, afirmó que el fundamento del periodismo reside en la búsqueda de la verdad. Sencillo de decir y muy difícil de llevar a la práctica. Pero el director del ‘Post’ fue coherente cuando las cosas se pusieron difíciles como en los casos de los Papeles del Pentágono y, posteriormente, en el Watergate, los dos mayores éxitos del periódico.

La investigación de Bob Woodward y Carl Bernstein que provocó la dimisión de Nixon en agosto de 1974 no hubiera sido posible no ya sólo sin el apoyo de Bradlee, que entonces dirigía el ‘Post’, sino, además, sin su experiencia y su rigor intelectual, que evitaron las trampas tendidas desde el poder.
Cuando Woodward y Bernstein descubrieron que los hombres de Howard Hunt, vinculado a la Casa Blanca, habían sido detenidos por haber entrado ilegalmente en la sede del comité electoral de los demócratas en el edificio Watergate, el asunto aparentaba tener una entidad menor. Todo apuntaba a un exceso de celo de unos subalternos que habían cruzado los límites sin el consentimiento de sus jefes.


La punta del iceberg

Bradlee no creía que la investigación llevara a ninguna parte. Pero lo que parecía un delito menor era la punta del iceberg de una estrategia de la Casa Blanca para espiar a los demócratas, desacreditar a sus dirigentes con filtraciones falsas y llevar a cabo una campaña de intoxicación de la prensa. Y todo ello con los fondos electorales que provenían de donaciones de los simpatizantes republicanos.

Según avanzaba la investigación, Woodward y Bernstein se dieron cuenta de que los altos cargos de la Casa Blanca y el entorno de Nixon estaban al corriente de todas las operaciones ilegales. En primer lugar, John Mitchell, fiscal general del Estado y el hombre que controlaba el dinero de la campaña. Pero también colaboradores cercanos del presidente, sus llamados fontaneros, entre los que figuraban Haldeman, que era su jefe de Gabinete, y otros hombres de confianza como Dean, Magruder, Colson y Ehrlichman.

«Los periódicos se ocupan de dar diariamente pequeños bocados a una fruta cuyo tamaño desconocen. Puede llevar decenas de bocados descubrir que estás mordiendo una manzana. Puedes necesitar docenas y docenas de bocados para descubrir lo grande que es una manzana. Así nos ocurrió en Watergate», escribe Bradlee en ‘La vida de un periodista’, sus memorias publicadas en los años 90.

Lo que al final averiguaron los hombres del ‘Post’ era que quien tiraba de todos los hilos era el propio Richard Nixon, que además había cometido la imprudencia, fruto de su sentimiento de impunidad, de grabar cientos de horas de conversaciones en su despacho de la Casa Blanca con sus colaboradores. Era la pistola humeante.


El mayor éxito

Nixon se negó a entregar las cintas, desafió las órdenes judiciales y forzó la destitución del fiscal especial del caso. En su desesperación, llegó a enviar a la Justicia esas grabaciones mutiladas, lo que quedó en evidencia tras los informes de los expertos. La Cámara de Representantes inició el ‘impeachment’, que no prosperó porque Nixon dimitió. Fue el mayor éxito en la historia del periódico y un hito que cambió las relaciones entre el poder y la prensa.

La investigación del Watergate duró dos años y Bradlee tuvo que sufrir las presiones de Nixon y el establishment republicano que no perdían ocasión de denigrar el trabajo del medio. Nixon amenazó con arruinar o cerrar el periódico si no se cejaba en el empeño. Hubo un momento crítico en el que todo estuvo a punto de irse al traste cuando Woodward y Bernstein informaron por error que Haldeman había declarado ante el Gran Jurado. La Casa Blanca ridiculizó todo lo publicado y aseguró que era un montaje sin fundamento.

Pero en ese momento crítico dos personas acudieron a salvar a Bradlee. La primera Katherine Graham, propietaria y editora del ‘Post’, que se había implicado en la historia con la misma vehemencia que sus periodistas. Cada tarde bajaba a la redacción para enterarse de las novedades. Ella mantuvo la fe en sus redactores y su director y les apoyó con todas sus fuerzas. E ignoró todas las amenazas que tuvo que soportar.

La segunda persona fue ‘Garganta Profunda’, la fuente secreta que informaba, oculto en las sombras de un garaje de Washington, a Woodward. Era, como se supo décadas después, Mark Felt, subdirector del FBI. Felt corroboraba los hallazgos de la investigación y sugería los caminos para avanzar. En un momento de vacilación, le dijo a Woodward que se estaban quedando cortos y que el asunto llegaba hasta las más altas instancias.
Cuando Bradlee decidió seguir adelante en el caso Watergate, ya había experimentado un anterior pulso contra el poder que ganó gracias a los tribunales. Fue el asunto de los Papeles del Pentágono, en el que el ‘New York Times’ y el ‘Washington Post’ se habían enfrentado a la Administración Nixon y al fiscal Mitchell, que intentó detener su publicación en 1971.

Los Papeles del Pentágono eran 47 volúmenes, con decenas de miles de páginas, en las que se recogía la estrategia y las acciones militares llevadas por Estados Unidos en la guerra del Vietnam. Habían sido encargados por Robert McNamara, secretario de Estado de Defensa, a un experto y contenían evidencias de que se habían bombardeado aldeas con civiles y se habían utilizado métodos reprobables moralmente. El informe ponía en evidencia que el presidente Johnson había mentido al negar hechos que los Papeles corroboraban.

El ‘New York Times’, que había tenido acceso a los documentos, empezó a publicar su contenido en junio de 1971, lo que provocó una acción judicial promovida por Mitchell. Un tribunal de Washington dio la razón a Nixon y ordenó la paralización de la publicación.


Abuso de autoridad

Mientras tanto, Bradlee asistía consternado a las revelaciones de su competidor, ya que no tenía ni idea de dónde habían surgido los documentos del Pentágono. Justo unos días después de que el ‘Times’ renunciara a seguir con su exclusiva, el ‘Post’ consiguió que Daniel Ellsberg, un funcionario de Defensa, entregara una copia a uno de los periodistas del ‘Post’ con el que tenía amistad. Ellsberg declaró posteriormente ante la Justicia que había actuado por patriotismo, ya que el informe revelaba graves desviaciones de poder y un abuso de autoridad.

En una carrera contrarreloj, Bradlee reunió en su chalé de Washington a una docena de periodistas que trabajaron frenéticamente para reanudar la publicación de los documentos. Mientras los redactores tomaban notas en un salón lleno de papeles con el teléfono sonando de manera incesante, la hija de Bradlee vendía limonada. A última hora de la noche, Bradlee llamó a Graham para solicitar su consentimiento para difundir los documentos. El abogado del ‘Post’ era contrario por las consecuencias legales de la decisión. Pero Graham, tras unos segundos de silencio, dijo unas palabras que han pasado a la historia del periodismo: «Adelante. Publícalo».

Nixon se sintió ultrajado por la decisión de Graham, que era íntima amiga de McNamara. Y entabló una nueva acción judicial contra el ‘Post’. El pleito llegó al Tribunal Supremo, que falló a favor de los dos periódicos con una histórica sentencia que reafirmaba la importancia de la libertad de información en una democracia. Pese a ello, Nixon tomó represalias contra Ellsberg, al que denigró como un traidor.
Un error garrafal
Pero no todo fueron éxitos a lo largo de la gestión de Bradlee como director. El periódico cometió un error garrafal al publicar un reportaje de Janet Cooke, una de sus reporteras más destacadas. Cooke ganó el Pulitzer en 1981 por un trabajo en el que describía como el amante de una mujer negra administraba heroína a su hija de ocho años. El texto, prodigo en detalles que le aportaban credibilidad, era estremecedor.

Un periodista llamado Courtland Milloy empezó a cuestionar el reportaje, mientras el ‘Toledo Blade’ revelaba que Cooke había mentido sobre su currículo. Bradlee exigió a Cooke que contara la verdad, pero esta se reafirmó en su versión. Finalmente, ante la incapacidad de demostrar su historia e identificar a sus protagonistas, admitió que todo era una invención.

Bradlee encargó a un subordinado que realizara un exhaustivo informe sobre el fiasco y decidió publicarlo en sus páginas pese a que ponía en evidencia graves errores del periódico en el control de sus informaciones. Acto seguido, presentó su dimisión, que fue rechazada por Graham.
Fue un duro golpe al prestigio del ‘Post’, ganado por su independencia y la solvencia intelectual de sus periodistas. Muchos años antes, Bradlee había sido acusado de parcialidad por su amistad íntima con Kennedy, que empezó a finales de los años 50 cuando trabajaba en la delegación en Washington del semanario ‘Newsweek’.
Bradlee y el entonces senador Kennedy se conocieron por pura casualidad, ya que vivían en el mismo bloque de apartamentos de Washington. Los dos matrimonios acostumbraban a cenar y a ir al cine y al teatro juntos. Kennedy invitaba con frecuencia a Bradlee a su casa de Hyannis Port. En poco tiempo, el periodista se convirtió en confidente y amigo.


El idilio apenas duró

Kennedy ganó las elecciones contra Nixon y juró su cargo en 1961. Tenía 43 años y era cuatro años mayor que Bradlee, que siguió la campaña junto a su amigo, viajando en su avión y discutiendo su estrategia. Fue uno de los pocos privilegiados a los que Kennedy invitó a cenar en su domicilio para celebrar el triunfo. Pero el idilio apenas duró un año porque, en febrero de 1962, Kennedy le contó a Bradlee en una pista de baile que Estados Unidos iba a intercambiar al espía Rudolf Abel por Gary Powers, el piloto del U-2 derribado cuando espiaba sobre territorio soviético.

Kennedy le pidió a Bradlee que cambiara la portada de ‘Newsweek’ y que abriera con un gran reportaje sobre la operación. Pero el periodista sabía que la noticia sería filtrada antes y que su exclusiva perdería valor. Lo que hizo fue llamar al director del ‘Post’ y contarle la revelación. Al día siguiente, el periódico se adelantó a la competencia, lo que provocó un enfado monumental en el presidente, que retiró la palabra a su amigo. «¿Para quién trabajas, joder?», le espetó Kennedy.

La relación ya nunca volvió a ser lo que era, entre otras razones, porque Jacqueline Kennedy recelaba de la influencia de Bradlee sobre su esposo. Años más tarde, cuando el periodista escribió la biografía sobre su amigo, se sintió indignada y se negó a darle la mano en las dos ocasiones que se cruzaron. Aun así, el periodista de ‘Newsweek’ viajó con la familia Kennedy en el avión oficial hasta Dallas tras el asesinato de su amigo. Cuenta en sus memorias cómo encontró a Jacqueline en el hospital con un bonito traje rosa, manchado de sangre.

De lo que Bradlee se enteró muchos años después es de que en el diario íntimo de Mary Pinchot, la hermana de su mujer, que había sido asesinada accidentalmente por un delincuente, aparecían menciones expresas a su relación amorosa con el presidente. Bradlee creía que el diario había sido destruido por la CIA, pero no era sí. Al constatar que Kennedy le había engañado, se sintió muy decepcionado y contó a sus amigos que el presidente no era una persona sincera y confiable.

Bradlee también tuvo problemas con Lyndon Johnson, que desconfiaba de él por su amistad con Kennedy. Poco después de jurar el cargo, Johnson comentó con sus colaboradores íntimos que iba a cesar a Edgar Hoover, el sempiterno director del FBI. Bradlee fue informado y publicó la noticia en la portada del ‘Newsweek’. Contaba que Johnson estaba buscando candidatos para dirigir el servicio de seguridad. Pero el presidente no se atrevió a dar el paso y, tras la filtración, compareció en público con Hoover, al que no sólo cubrió de elogios, sino que además afirmó que le había pedido que continuara. Cuando se disponía a comparecer en la Casa Blanca con Hoover, Johnson le comentó a Bill Moyes, íntimo de Bradlee: «Dile a tu amigo que se joda».

Tampoco la relación con el presidente Jimmy Carter fue fácil. Siendo ya director del ‘Post’, Bradlee se enteró de que Huséin de Jordania cobraba un millón de dólares al año de la CIA. Tratándose de un jefe de Estado, era algo manifiestamente irregular. Bradlee le advirtió a Carter que tenían esa información y el presidente le pidió en el Despacho Oval que no la publicaran porque perjudicaba los intereses de la política exterior. Pero recalcó que era el periódico el que tenía que tomar la decisión y que él la respetaría. El ‘Post’ publicó la noticia y Carter montó en cólera. Hasta el punto de que le envío una carta a Bradlee en la que le reprochaba haber cometido «un acto irresponsable».


Venta de armas ilegal

Tampoco las relaciones con Ronald Reagan fueron buenas. El mayor motivo de fricción fue el llamado Irangate en 1986, que demostró que se habían vendido armas de forma ilegal al régimen de Teherán y que esos fondos se habían utilizado para financiar a la guerrilla que operaba contra el sandinismo en Nicaragua. Fue un escándalo que implicó al almirante John Poindexter, consejero de Seguridad Nacional, que fue juzgado y condenado por su participación en este turbio asunto.

Bradlee dejó la dirección del periódico en septiembre de 1991. Habían pasado los mejores tiempos y había cumplido ya los 65 años. Continuó como consejero de la empresa, pero poco a poco se fue desvinculando. El hijo de Graham había tomado ya las riendas de la compañía.

El director del ‘Post’ había nacido en 1921 en Boston. Estudió en una escuela militar y sirvió como oficial en un destructor de la Marina en el Pacífico durante la II Guerra Mundial. Al volver a casa, abandonó el Ejército y empezó a trabajar en un periódico de New Hampshire. Como estaba insatisfecho, pidió la cuenta e inició una gira por el país para buscar trabajo. El ‘Post’ le contrató como reportero local. Pero como ganaba muy poco y quería salir fuera del país, aceptó un cargo en 1951 como adjunto al agregado de Prensa en la Embajada de París.

Tras comprender que no era lo suyo, se decantó por una oferta para incorporarse a la delegación del ‘Newsweek’ en la capital francesa. Fue enviado a cubrir la guerra de Argelia y el conflicto de Suez, donde constató que había cientos de muertos en las calles de Portsaid, lo que contradecía la versión oficial de los británicos y franceses.

En 1957, Bradlee volvió a Washington para trabajar en el semanario, que era propiedad de Vincent Astor, un millonario que falleció poco después. Bradlee propuso a Phil Graham, marido de Katherine, que el ‘Post’ comprara ‘Newsweek’ y la operación prosperó. Eso le valió la gratitud de Graham, un editor de gran talento y personalidad inestable, que se suicidó años después. Katherine se hizo cargo de las riendas del negocio y pidió a Bradlee que se incorporara al ‘Post’ como director adjunto. Al cabo de unos meses, fue promovido al cargo de director, que desempeñó durante 23 años.

El periódico se sumió en un notable declive a comienzos del nuevo siglo. Y tuvo que ser rescatado por Jeff Bezos, fundador y propietario de Amazon, en el año 2013. Se había convertido en una empresa ruinosa, incapaz de adaptarse a la nueva era digital, con un equipo profesional envejecido.

El ‘Post’ había contratado unos meses antes a Martin Baron, exdirector del ‘Boston Globe’, al frente de la redacción. Baron había sido el periodista que había sacado a la luz los abusos sexuales de los sacerdotes de la diócesis de Massachussets, superando el negacionismo y las presiones. El ‘Globe’ logró demostrar que el cardenal Bernard Law había encubierto decenas de violaciones a menores. La historia fue relatada en la película ‘Spotlight’, que cosechó numerosos galardones.


Diez Pulitzer

Lo mismo que Graham había hecho con Bradlee, Bezos apoyó a Baron, que impulsó la edición digital del ‘Post’, aumentó el número de suscriptores y apostó por el periodismo de investigación. El periódico ganó diez premios Pulitzer en ocho años y resurgió de sus cenizas. En febrero de este año, Baron dimitió del cargo. «Ha sido un honor trabajar en esta institución indispensable en una democracia como la estadounidense», dijo en el momento de marcharse, unas palabras que hubiera hecho suyas su predecesor.

Bradlee murió de Alzheimer el 21 de octubre de 2014. Su brillante carrera se había borrado de su memoria, pero el paso del tiempo no ha hecho más que aumentar su legado como un periodista que siempre buscó la verdad.







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