Días del Palladium
Bulevar 03/10/2021 08:00 am         


La única sobrecarga existente en el local era emocional, pues ésta emanaba del eufórico entusiasmo de los incansables bailarines



Por Eleazar López-Contreras


El Palladium fue la sala de baile de música caribeña más espectacular que tuvo la ciudad de Nueva York. Maxwell Hyman (que se dedicaba al negocio de la confección) y su primera esposa (heredera de la fortuna de Ascensores Otis) destinaron el segundo piso de un edificio en pleno Broadway, para montar la gigantesca sala en la que se presentaban las orquestas latinas más candentes de la ciudad.

Llegada de Machito

En 1949 tocaba Machito en el Hotel Concord de los Catskills, al norte de NYC, cuando Tommy Morton, gerente del Palladium y ex representante de Chick Webb, le propuso a Mario Bauzá, cuñado de Machito, presentarse en esta sala. La idea era probar tocando al lado de una orquesta de swing, estilo que ya comenzaba a dar sus últimos coletazos. La incorporación y permanencia de Machito en el Palladium sería la base del éxito del local. A las pocas semanas, mientras la audiencia crecía gradualmente, Bauzá le sugirió a la gerencia sustituir la banda de swing por otra orquesta latina. También le propuso instaurar una función de matinée todos los domingos, idea que cocinó con los promotores Moore y Pagani. Así surgió el Blen Blen Club (por la composición de Chano Pozo). Ello constituía una medida preventiva para filtrar un poco el potencialmente peligroso público que bajaría de Harlem, pues ya existía el funesto antecedente del Manhattan Center. En los bailes populares que se efectuaban en ese lugar, que eran llamados tico-tico, las orquestas se enfrentaban en increíbles duelos que se prolongaban hasta la madrugada y no pocas veces terminaban en enormes trifulcas. Esto obligó a cerrar la sala, con lo cual quedó despejado el camino para el Palladium.

La increíble música

La variada amalgama de ritmos y sonoridades que allí se escuchaban en los años 50-60, alcanzaban niveles de intensidad estratosféricos. Sus grandes noches, con sus formidables bandas y talentosísimos bailarines, jamás podrán ser repetidas. Cuando estas orquestas tocaban a todo vapor en el inmenso salón del segundo piso del viejo edificio donde estaba ubicado el Palladium, parecía que el techo iba a volar, o que se iba a desprender de las seis inmensas columnas que lo sostenían, o que el piso pudiese ceder bajo el peso de las cientos de entusiastas parejas que se entregaban al baile ante aquella candente y trepidante música.

La única sobrecarga existente en el local era emocional, pues ésta emanaba del eufórico entusiasmo de los incansables bailarines, en respuesta a las explosivas y arrolladoras interpretaciones de estas orquestas, las cuales generaban un increíble efecto de contagiosa retroalimentación entre público y músicos que jamás podrá ser igualada en ningún otro lugar. El secreto era música continua, sin la división de los sets, pues a medida que una orquesta salía iba entrando la otra, sin que el público notara la transición. De esas fulgurantes noches quedan algunas grabaciones; entre ellas, la hecha la última noche del Palladium. Lamentablemente, éstas no incluyen las correspondientes a las dos ocasiones en que Benny Moré se presentó en la famosa sala, ya que el desconfiado sonero se opuso a ser grabado, hecho muy lamentable porque quien lo acompañó en ambas ocasiones fue la orquesta de Machito.

Antes de Machito

La primera fecha latina que contempló la programación del Palladium, antes de contratar a Machito, la copó el conjunto de merengue de Joseíto Román; pero era el mambo el ritmo que luego iba a atraer a olas de formidables bailadores. En sus momentos de apogeo, se destacaban las tres grandes orquestas de Nueva York: Machito, Tito Puente y Tito Rodríguez. Entonces LIFE dio portada y cobertura al Palladium y sus bailarines. Si siempre predominó el mambo, después del advenimiento del cha cha cha y de la creciente popularidad del festivo merengue, detrás del escenario se colocaba un inmenso cartel que leía: MERENGUE/MAMBO/CHA CHA CHA. La demostración de todos estos ritmos estaba a cargo de las bailarines Augie y Margo Rodríguez.

Los horarios

El Palladium abría sus puertas de miércoles a domingo. Los Miércoles Especiales estaban dedicados al mambo, con sus fantásticas demostraciones del baile. La función de matinée dominical tenía uatractivo costo promocional, aunque la entrada subía de precio después de una determinada hora. Con el atractivo del 4 x 1 se anunciaban cuatro orquestas: dos de relleno, que eran las que tocaban las primeras tandas, y dos que eran el gancho: Moncho Leña y Tito Rodríguez (o Pacheco y Charlie Palmieri, en los días de la locura de la pachanga, que fue introducida en Nueva York por Fajardo y la Aragón, a comienzos de los sesenta). Al acercarse la hora en que comenzaban a tocar estas dos orquestas (9 p.m.), la entrada subía a nada menos que a 10 dólares por persona. Cuando Eddie Palmieri finalmente pudo ingresar al Palladium (después de 1963 ó 64), no hacía falta este tipo de promoción pues su nombre se había convertido en un imán.

Las Noches de Mambo (Mambo Nights), que eran los miércoles, la sala se convertía en un festivo espectáculo, que era cuando acudían los mejores bailarines, músicos de jazz (Stan Kenton, Dizzie Gillespie, George Shearing, Cal Tjader), estrellas de cine (Bob Hope, Henry Fonda, Marlon Brando), cantantes (Sammy Davis Jr., Lena Horne) y celebridades (los boxeadores Jack Dempsey, Ezzard Charles, etc.). El conglomerado étnico de ese día siempre mostró una marcada preferencia por la rítmica orquesta de Tito Puente, si bien el público bailaba delirante con todas las orquestas, a las que luego se añadieron las que iban surgiendo o visitando la ciudad, como Moncho Leña con Mon Rivera, Fajardo y sus Estrellas, Eddie Palmieri, César Concepción, etc.

La última noche

La noche del 13 de abril de 1966 tocaron las orquestas de Eddie Palmieri, Richie Ray y la Orquesta Broadway. El último número fue un memorable jam session a cargo de la Orquesta Broadway, con algunos de los músicos de Palmieri. Todo esto lo grabó Ernie Einsley. Ésa había sido la última noche para el Palladium, pues la sala había perdido su licencia de licores y el público ya no era el mismo de antes. El anticlímax del cierre había ocurrido en el mes de abril de 1966. Durante muchos meses existían quejas de los vecinos del sector debido al “indeseable público” que allí se congregaba. A esto se le sumaba un grupo de inversionistas que por su estratégica ubicación, le habían puesto el ojo a la propiedad. Esto se tradujo en un implacable acoso para hacerle la vida imposible a Hyman, quien se hallaba al borde, pensando que algo drástico iba a ocurrir, algo como el retiro de la licencia de licores, lo cual sería (y fue) mortal para el negocio. Después de una medida así, solo era cuestión de tiempo para que tuviera que cerrar el local. Y tiempo era lo que Hyman precisamente requería para sacar adelante su propio proyecto y construir un rascacielos; pero ello no habría de ser. El innoble procedimiento para doblegar y quebrar el local, a través de una colusión de intereses, bien pudo haber sido una trampa; pero Hyman no tomó ningún riesgo y finalmente accedió a cerrar la famosa sala, sobre todo, porque ya le habían cancelado la licencia de licores.

En la redada inicial, por la FBI y la Policía de NYC, un detective soltó dos disparos al techo y ordenó suspender la música. En la misma cayó preso Rolando LaSerie. Cuando le preguntaron que describiera esa desagradable experiencia, el guapachoso cantante se limitó a exclamar: “¡De película!”. ¡Súbase los pantalones! Alguna noche, de tantas en las que celebraron concursos de baile, en los que sobresalía el bailarín Cuban Pete, tuvo lugar uno realmente absurdo, pues los participantes debían descubrirse el torso y mostrar sus músculos. Al llamar a los candidatos a concursar, apareció sobre la tarima la enjuta figura de un venezolano de nombre Luis Enrique González. Siguiendo instrucciones del animador (Catalino Rolón), con la banda de Machito atrás para generar las oportunas fanfarrias, sobre la tarima, al frente de un inmenso público, Luis Enrique se despojó del saco y la camisa. Cuando su nombre fue anunciado, en lugar de mostrar sus músculos, al atrevido sujeto no se le ocurrió nada más descocado y fuera de lugar, que bajarse los pantalones y quedar en interiores tipo pantaloncillos.

Entonces se armó un tremendo bochinche. Pitas. Gritos. Burlas. Machito: ¡A tocar Sopa de pichón! ¡Todo el mundo a bailar! Catalino Rolón: ¿Usted está loco? ¡Súbase los pantalones!







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