Los galenos cubanos con credenciales no siempre óptimas se habrían confrontado con una realidad desarticulada que juntaba el desdén burocrático, la corrupción que desmanteló a los ambulatorios de equipos y medicinas con sus deseos de seguir la aventura hasta la quimera del Norte. Muchos doctores de esta atención primaria desertaron y como no era seguro quedarse en Venezuela, donde eran vigilados, migraron a Colombia y de allí al mismísimo imperio. Cada vez más desolados los iglú de ladrillos rojos montados en barriadas y urbanizaciones, algunos en sitios prohibidos por la ley —por ejemplo, en Petare, en las márgenes del río Guaire donde por razones obvias no debe haber más que árboles y bancos de los cuales saltar en caso de crecida—, el proyecto no rebasó la segunda fase, cuando se multiplicarían las sedes a la ene y se ampliarían las ofertas de atención. 

Cada vez más abandonados, Barrio Adentro se convirtió en recuerdo y si alguien entra en alguno es para darle otro uso a las inyectadoras. Si de ellos sale humo no es porque alguien que invadió una sede se hace un sancocho, es porque se robó unos cuantos metros de cable y quiere derretir la cubierta de plástico para vender el cobre que hay en su interior. Lamentable circunstancia, abisma que Maduro estos días celebre los 16 años de este plan exitoso, ay la posverdad. Razonables las palabras de Guaidó: “¿Alguien sabe de una sede de Barrio Adentro que esté funcionando? ¿No? ¡Claro! ¡No funciona hace años! ¿A quién se pretende engañar con tanto cinismo?

Conmemorar este fracaso, esta inexistencia es como que alguien, lo digo con todo respeto, invitara a celebrar los 80 de su abuela… que murió hace tres años”.