En “La Suisse” Pierre René Deloffre parece inquieto; Mediasuela hace flexiones en la puerta; Bisoña deja los pulmones en los sostenidos de la trompeta; y desde el fondo de la sala se deslizan sones, boleros y de vez en cuando un pasodoble. A los minutos enfrente se estaciona un packar negro, Deloffre abre la puerta y tiende la mano al invitado, un hombre de regular estatura, de piel mestiza, con una ancha sonrisa empotrada a la cara, vestido con un traje de casimir marrón de leves rayas blancas, corbata de seda y un sombrero en la mano. El invitado entra y saluda con un gesto afirmativo de la cabeza y en una larga mesa adornada con flores y candelabros es recibido con saludos y abrazos. En el escenario Graciela canta “Vereda Tropical”. Hay aplausos, se baila, el bullicio cubre el ambiente con decenas de copas de champaña en alto. Al rato con discreción el invitado se levanta y se dirige a una mesa cercana, saluda cortésmente y tiende la mano a una joven de ojos negros, cabellera atractiva y que sonríe con cierta timidez. El invitado y la joven caminan hacia la pista y en el bandoneón estalla “La cumparsita”. El invitado da pasos seguros, hace giros bruscos, se mueve con serena soltura, deja a la pareja y parece un enfurecido acróbata, mientras la joven se acopla al ritmo y los movimientos. El ruido aturde la sala con aplausos y más música, mientras en el bar Deloffre observa jubiloso. 

Leopoldo, un sanjuanero que cuenta con gracia la chismografía de la ciudad, ahora se quita el sombrero, sonríe y dice: “te lo aseguro hermano, Gardel bailó su último tango en Caracas”.