Verne que te quiero Verne
Bulevar 19/07/2019 05:00 am         


20 de julio de 1969: el día en que la Luna dejó de ser de queso



Cincuenta años después la humanidad no se repone del suceso. Boquiabiertas seguimos por el mítico acontecimiento que tuvo lugar ¡en La Luna! y se da apenas 66 años después del primer vuelo, una brevedad entre nuestras nubes, el de los hermanos Wright. ¡Cuánto progreso en tan poco tiempo! Pasma también que cada vez más se populariza la duda sobre si realmente aquello que vio todo el mundo en una transmisión televisiva costosísima de audiencia inédita (que vieran el suceso más de 500 millones de espectadores costó 11 millones de dólares) realmente ocurrió. 

De hecho, un cuatro por ciento de estadounidenses escépticos sostienen que la escena casi bíblica del alunizaje fue un montaje hollywoodense; y argumentan que por eso, claro, porque fue una farsa, es que no se ve ninguna estrella brillando en la escena que reproduce la bóveda celeste, como por ejemplo en la celebérrima fotografía que le toma el astronauta Neil Armstrong a su colega Buzz Aldrin, saliendo de espaldas por las escalerillas de la cápsula del Apolo 11. Convertida por cierto este 2019 en estampa minúscula chapada en oro, está incrustada en los relojes Omega edición especial y espacial, justo en las 9. Un Omega de pulsera tenía Aldrin en su muñeca cuando alunizó. 

Los expertos, aburridos, dicen que de ser cierto que aquella circunstancia épica tuvo lugar en una locación truculenta ¿cómo es que todavía siga siendo un hermético secreto el procedimiento y nadie sabe el nombre de la empresa o de los funcionarios que hicieron el supuestamente fraudulento video promocional? ¿Y acaso es un testigo protegido la script que hizo la pésima ambientación del set: un firmamento sin astros? No, dicen. Que no se ven las estrellas en la escena porque el obturador de las cámaras fotográficas con que se realizaron las tomas allá arriba, en nuestro hasta entonces romántico satélite, se abrieron y cerraron a toda velocidad para cuidar que en condiciones de luz tan distintas no se perdiera la escena de los extralunáticos retozando sobre aquella superficie polvorienta; por eso no hay otro trasfondo (de ningún tipo). 

Por su parte, los especialistas de la NASA dicen que semejante esfuerzo en el que participaron más de 400 mil personas (todo Puerto La Cruz) y semejante riesgo no iba a realizarse apenas producto de un impulso competitivo, y que la hazaña estadounidense le pertenece a todos los terrícolas, rusos incluidos. Si la carrera espacial fue un maratón corrido entre dos que se hacían zancadillas, envidias y celos incluidos, también es cierto que se aliaron y en 1975 crearon a cuatro manos, estadounidenses y soviéticos, el proyecto Apolo-Soyuz. Buzz Aldrin, ahora mismo de 84, manda a todos los incrédulos al carajo. A un periodista que le preguntó si de verdad había viajado en el Apolo 11 hasta la Luna, si de veras caminaron por su superficie, recibió como respuesta un puñetazo neto en la cara. 

Como lo cuenta la historia es que el viaje, milimétricamente calculado, fue, así en la Luna como en la Tierra, un tortuoso camino de investigaciones, pruebas, trasnochos, sustos hasta que la elipsis fue completada, o sea, tuvo lugar el pequeño paso de un hombre y el gran salto para la humanidad. Solo el despegue, el primer segundo, sería una proeza. Que tras ser empujado por la plataforma matriz (el Columbia) alzara vuelo la nave espacial (el Apolo 11 y volara el famoso Eagle) que contenía a los astronautas y los sueños vernianos de los estadounidenses es una epopeya ciclópea. Increíble. Hasta el último minuto estuvo empacada la aeronave en hielo para enfriar el combustible y que pesara menos; las bajas temperaturas lo compactan aunque no llega a congelarse, pero ocupa menos volumen. 

El suceso que mantuvo al planeta 8 días en vilo, desde el 16 y hasta el 20 de julio de 1969, día del alunizaje, y luego al 24 cuando volvieron a la Tierra a la Nasa le llevó años de duermevela, revisando cada aspecto hipotético o ya experimentado en misiones anteriores, despejando incógnitas climáticas, atmosféricas, gravitacionales, físicas, matemáticas, psiquiátricas o fisiológicas. Calculando de nuevo la masa, la velocidad, el roce, el tiempo, la distancia, todos los pesos, los meteoritos, la presurización, el blindaje, el oxígeno. Qué alimentación debían llevar, qué material debía garantizar la protección del cuerpo sin alterar la temperatura corporal, o sea, qué vestirían; asimismo donde excretarían o harían pipí (un aparato circulatorio externo y de utilería, adherido a la ropa, distribuiría los fluidos), cuánto dormirían, cómo encapsularles oxígeno de manera que respirar no fuera nunca un problema. Debían ser hombres entrenados en todo, si militares mejor, con coraje a prueba de rigurosos test y dispuestos a correr el riesgo. Preferiblemente si habían nacido por cesárea.

Moscas, ratas, monos, conejos, perros llegaron antes. Luego dos gobiernos del mundo pensaron que al espacio de afuera podían asomar las narices un miembro de la raza humana y entonces Yuri Gagarin fue el primero escogido “para la gloria” de dar vueltas alrededor del planeta. También la causa de la igualdad de género salió al cosmos. La primera mujer en órbita fue la soviética Valentina Tereshkova en 1963 y la primera estadounidense, Sally Ride 20 años después. Si todo empezó 12 años antes con el Sputnik, la consagración llega cuando van y, sobre todo, regresan sanos y salvos los tres astronautas del Apolo 11: júbilo mundial caen al mar, al sudoeste de Hawai. “La gente no pensó entonces en nacionalidades, nos decía lo hicimos, como una victoria de la humanidad”, recordaría Mike Collins, el único que se quedó a cargo en la nave, frente al tablero, viendo la Luna y a sus compañeros hacer de flaneur en ella.

Darían todos gracias al cielo, desde donde venían los corajudos, por la vuelta a casa, la redonda Tierra que, hasta que William Anders del Apolo 8 no le toma la foto icónica y viral en la Nochebuena de 1968, nunca había sido vista desde la perspectiva del afuera. Sería un batacazo que pertenece al imaginario colectivo descubrir el planeta azul que habitamos, suspendido en la eterna noche. Una dicha la labor cumplida aunque traían los astronautas las cremalleras atascadas gracias al muy penetrante polvo lunar. Cómo digerir lo vivido les tomaría el resto de sus días.

Para estudios y sin duda de souvenir los astronautas de diversas misiones, a lo largo de cuatro años, trajeron 382 kilos de rocas lunares, según reseña National Geographic, en su edición de julio. Pero llama tanto o más la atención lo que llevaron para allá y, vaya, no declararon como equipaje. No solo Neil Armstrong, el primer hombre en poner el pie en la superficie selenita, Buzz Aldrien, el segundo y Mike Collins, viajaron a la Luna con cosas increíbles escondidas. Un astronauta del Apolo 15 dejó una figurilla de forma humana con el nombre inscrito de todos los colegas (astronautas y cosmonautas) que perdieron la vida en misiones (14). Alan Shepard del Apolo 14 escondió en un calcetín un hierro seis que luego acopló a un palo para golpear dos bolas de golf en la Luna. Alguno llevó un emparedado cuyas migas rociaron el interior de la nave y Buzz Aldrin, del Apolo 11, ocultó un servicio religioso completo: vino, pan y un cáliz para comulgar. Ese cáliz todavía se usa en la que fuera su parroquia cerca de Houston.

Que parezca detenida la curiosidad humana por la dueña de nuestras mareas porque no se ha vuelto a visitar no significa que se haya perdido el interés científico ni mucho menos que el hombre nunca dijo, en su suelo: “¡Luna!”. El costosísimo programa espacial en el que participan hiperricos del planeta ha sido un éxito, aunque en realidad apenas estamos en el principio de la era espacial, como dicen los que saben: se supone que un día seremos más que terrícolas, Marte y el Universo en la mira. Que un día superaremos lo que Isaac Azimov llamaba nuestro chauvinismo planetario y quizá comprendamos la justa medida (nosotros como referente y medida de todas las cosas según Pitágoras) si tan absolutamente ínfimos, si universales, si casi casi infinitos.

Entretanto, incorporamos a la cultura pop y al lenguaje moderno, el tópico que siempre fue quimera poética, verso garcialorquiano, canto de romance para Simón Díaz. No hay vuelta a atrás. Espectadores de Mi marciano favorito, La guerra de las galaxias, Star Trek, Los Supersóncos, admiradores del moonwalk de Michael Jackson, decimos que los precios subieron como un cohete, que estamos a años luz de que una guerra, ojalá, o cuando estamos atascados remedamos la frase de la Nasa: Houston, tenemos un problema. ¿Y no es cierto que muchas veces estamos en la Luna? 

Del viaje uno se queda con la estampa de los hombres embutidos en aquellas escafandras gigantes y blancas dentro de las cuales intentan ser bípedos y más bien parecen gusanos ingrávidos a los que les cuesta ponerse en pie. Parecido a la felicidad aquel flotar en cámara lenta, admiramos y hasta envidiamos ese sentirse cargado por el viento espeso, y es imagen de asombro tatuada con fuego en la memoria colectiva la del dúo de valientes de andar ligero, sin peso alguno, haciendo verdad la obra de Melevich blanco sobre blanco. Mi abuela, nostálgica y escéptica sobre las bondades de semejante ocurrencia, la de ir hasta allá en vez de celebrar el reflejo de la Luna en el río o cantarle coplas y ya, decía que desde que la están jurungando la Luna ya no es como antes.





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