Franco: un cadáver belicoso
Bulevar 14/10/2019 06:00 pm         


Por Rafael del Naranco: El Generalísimo vivió entre el brazo incorrupto de Santa Teresa de Ávila y el oscurantismo de Trento. Y todo el país, al unísono, hizo lo mismo con aspaviento...



Rafael del Naranco

Tal vez sea cierto que España es una heredad esperpéntica rociada de añejo vino tinto, mientras a bramidos se habla estos días -van para 44 años- de un muerto nunca enterrado del todo: Francisco Franco Bahamonde.

Al haber vivido el escribidor un largo exilio en Venezuela, el regreso ha representado otro destierro al darnos cuenta de que los lazos comunicantes se habían roto. No vislumbro a la España de hoy al permanecer tan exaltada como cuando la abandoné hace añales.

Expresar esto puede sonar a zozobra; aún así, conociendo bien ese “negro toro de pena” en expresión de García Lorca, compartido entre la amargura de Quevedo y el escepticismo de Gracián, la conclusión final no puede ser otra: pena honda.

Al presente hay una enredadera a razón de sacar del Valle de los Caídos - el Tribunal Supremo lo ha autorizado- los restos del Caudillo, tras una trifulca con los familiares. Y a tanto está llegando la ofuscación, que se demanda además un juicio público contra el general.

La guerra civil terminó en 1939. Aquel conflicto fue entre hermanos y el desespero se repartió a partes iguales. Los vencedores fueron más crueles si cabe. Les cegaba un odio inconmensurable, y habiendo tardado años en poder cerrarse una vez finalizado el tiempo de los rencores, escarbar ahora en esas heridas puede acarrear gangrena.

No se debe olvidar lo sucedido con la historia real, ni tampoco a estas alturas hurgar permanente en ella, de lo contrario se llegaría a la batalla de Guadalete o, antes, a Pelayo en Covadonga.

Francisco Franco es una losa de granito en la capilla central de un monasterio del Guadarrama. Al presente, aún siendo visitado religiosamente, es vaho y sombras. Durante su larga dictadura gobernó la curtida piel de toro con mano dura, siendo exaltado hasta límites con una hagiografía que para sí hubieran deseado Alejandro Magno, Julio César, Ricardo Corazón de León o el propio Carlos V. En la actualidad se halla colgado entre un mito decadente y una realidad rota en pedazos.

Aquel personaje pequeño, regordete, introvertido, construido de silencios, fue en realidad, como apuntaba Reig Tapia, profesor de la Universidad Complutense de Madrid: “¿Un santo cruzado, el último caballero cristiano, o un frío e implacable justiciero que aterró a los vencidos con una represión de masas tan cruel que no llegaron a entender ni sus aliados los nazis?”.

El franquismo mal puede ser borrado del presente por más que haya sido una pesadilla, un pavor y una forma de vida impregnada de angustia.

Su mitología necesitó de una puesta en escena pomposa. En medio estaba la palabra grandilocuente, y jamás una herramienta verbal hizo tanto en el endiosamiento de una figura humana.

Franco fue Señor Supremo por la Gracia de Dios, penetraba como la Santa Eucaristía, en iglesia, abadía o catedral, bajo palio. Jamás se inclinó ante un obispo o cardenal, ellos lo hacían ante él. La Iglesia Católica era su madre, pero ésta le sirvió cual una esclava. El Generalísimo vivió entre el brazo incorrupto de Santa Teresa de Ávila y el oscurantismo de Trento. Y todo el país, al unísono, hizo lo mismo con aspaviento.

“Caudillo de la nueva Reconquista” lo llamó en encendidos versos Manuel Machado –hermano de Antonio-, rematando su exaltación con estas letrillas: “Sabe vencer y sonreír... su ingenio / militar campa en la guerrera gloria / seguro y fiel. Y para hacer historia / Dios quiso darle mucho más: el genio”.

Stanley G. Payne, historiador norteamericano, ha sido durante años uno de los máximos estudiosos del fascismo español y por ende de Francisco Franco, y en uno de sus libros - “El colapso de la República” en la editorial Esfera de los Libros –analizó las causas de “la mayor tragedia de la historia de España”. En una entrevista sobre el cruel enfrentamiento en aquel conflicto, expresó:

-Yo creo que la Guerra Civil fue algo por encima de historias de buenos y malos. En un curso de verano en El Escorial, alguien me preguntó quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos. Y yo le contesté que eso era imposible de contestar, porque se trataba de una guerra de malos contra malos...

Un periodista entonces le dijo: “Es muy extendida la idea contraria, la del conflicto como un choque entre ángeles y demonios”.

Stanley pensó un instante y respondió: Sí, esa definición es políticamente correcta al ser una interpretación que no sólo se da en España, sino también en el extranjero, y es que los republicanos perdieron la guerra, pero ganaron la batalla de la propaganda.

Uno, españolito de aquel entonces, que sobrellevó la posguerra del hambre, el estraperlo y sus miedos, sigue esperando la hora en que la convivencia ayude a integrarse a todos: vencidos y vencedores, ya que esa unión debiera ser la única permisible en la España de hoy. 

Tomada del Diario El Universal







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