La niña gitana del holocausto
Bulevar 26/11/2019 05:00 am         


Por Natividad Pulido: Niña gitana, Ceija Sojka soñó que vivía... Y el sueño se cumplió.



Natividad Pulido

“Sueño que vivo...” Mientras el común de los mortales pasa su infancia soñando, hay otros que simplemente sueñan con vivir. Es el caso de la protagonista de esta tremenda historia: una niña gitana, Ceija Stojka (Kraubath, 1933-Viena, 2013), a quien el Museo Reina Sofía dedica una conmovedora exposición. Fue deportada con tan solo 10 años. No solo vivió el horror de un campo de concentración, sino de tres (Auschwitz-Birkenau, Ravensbrück y Bergen-Belsen). Ceija no forma parte de ese 90% de la población romaní que fue asesinada en Austria en los años 30 y 40: se calcula que entre 220.000 y 500.000 personas.

Pero, ¿cómo logró sobrevivir una niña a aquel infierno? En un documental firmado por Karin Berger en 2005 –un fragmento se proyecta en la exposición–, Stojka lo cuenta en primera persona. El testimonio es desgarrador. “Todo estaba prohibido, menos morir. Sólo había alambres de púas y muertos. Montañas de cadáveres, que se podían escalar”. En Berger-Belsen aprendió a convivir con los muertos, que se convirtieron en sus compañeros de juego y sus protectores: “Allí podía encontrar la paz y me protegía del viento. Me gustaba hacerlo”. Su madre la acurrucaba entre ellos para protegerla del frío del invierno. Y se abrigaban con sus ropas. Comía tierra y las hierbas que crecían bajo las tablas del barracón. “Las SS no se acercaban a nosotros por miedo a coger el tifus o la sarna”, recuerda.

Continuar con la vida después de aquello, dice en el documental, no fue fácil. Todo lo asociaba con aquel dolor. Incluso en un hermoso día con un sol radiante, ella se preguntaba: ¿Por qué estuve allí? ¿Qué crimen cometí? Se pellizca para saber que la pesadilla acabó. Con los años, se hizo vendedora de alfombras y tiñó su pelo de rubio para parecer más austriaca. En una fotografía tomada por Christa Schnepf en 1995 no esconde en su brazo izquierdo la huella tatuada de la ignominia: su número en Auschwitz (z-6399). La letra z se refería a zigeuner (gitano en alemán).

Tardó mucho tiempo en poder contar su historia, reprimió su biografía. La cultura romaní promueve el olvido. Pero la vida se cebó aún más con Ceija. Por si no hubiera sido bastante cruel con ella, su hijo menor (tuvo tres) murió de una sobredosis. No pudo más. Tenía la necesidad de escribir (era casi analfabeta; la primera vez que entró en una librería fue para firmar uno de sus tres libros) y de pintar (nadie la había enseñado). Animada por un colegial, que le escribió una carta, cuarenta años después de vivir en el infierno, en 1990, a los 57 años, cogió un lápiz y un pincel... y empezó a escribir y a pintar, con pasión e intensidad, su historia. Y ya nunca paró de hacerlo hasta su muerte.

Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, sigue empeñado en dar voz a quienes no la tienen, a contar las historias no contadas, silenciadas. Como la de Ceija Stojka. La exposición, que puede verse hasta el 23 de marzo, reúne 140 obras: pinturas y dibujos (en apenas dos décadas llegó a realizar un millar), además de fotografías, vídeos, publicaciones y documentos, como las tarjetas de identificación del registro racial en la época nazi. Realizó sus obras luminosas y oscuras sin orden cronológico, aunque sí se exhiben como tal.
Ceija Stojka. «Deportación a un campo de exterminio», 1994 - Wien Museum, Viena

Ceija procede de una familia de comerciantes de caballos romaníes, originarios de Hungría, los Lovara, pero vivían en Austria. Sus recuerdos de aquellos años felices, idílicos, de vida nómada a bordo de carromatos, los plasma en coloridos lienzos. Pero su paleta se oscurece con sus recuerdos de los campos de concentración y aparecen símbolos como esvásticas, calaveras, botas, cuervos, ojos, trenes, alambradas... Pinta aquellos recuerdos siendo una mujer mayor, pero desde la perspectiva de la niña que padeció aquel horror.

Paula Aisemberg, comisaria de la exposición junto con Xavier Marchand y Noelig Le Roux, dice que “Ceija no hubiera sobrevivido sin su fe. Fue un milagro”. Se emociona hasta las lágrimas al pensar “cómo le habría gustado ver su obra expuesta en uno de los mejores museos del mundo, al lado de los grandes artistas de este siglo”. En 2013 un historiador y crítico alemán descubrió y mostró su obra; en 2015, Xavier Marchand, profesor de teatro, montó un espectáculo con uno de sus textos y le mandó a Aisemberg, que dirigía La Maison Rouge en París, tres pinturas. Hicieron una muestra, que tuvo mucha repercusión, y se creó una fundación para estudiar y preservar su obra. Ceija Sojka soñó que vivía... Y el sueño se cumplió.


Tomado de ABC







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