Un Genocidio de Libro
Historia 09/05/2021 08:00 am         


Solo 30 países definen así la matanza de armenios iniciada en 1915, pese a que los historiadores no dudan en emplear el término.



Por Guillermo Altares


La palabra genocidio no se había acuñado cuando se cometió el genocidio armenio. Pero fue este crimen contra la humanidad, que a principios del siglo XX marcó el arranque de una era de exterminios en masa, el que llevó al jurista polaco Raphael Lemkin a buscar un nuevo término que definiese una atrocidad que hasta entonces no tenía nombre: el empeño de asesinar en su totalidad a un grupo étnico o religioso por el solo hecho de existir. No es la única paradoja que rodea la deportación y exterminio, sistemático y planificado, de hasta 1,5 millones de armenios por el Imperio Otomano entre 1915 y 1918. Existe un acuerdo sin fisuras entre los historiadores independientes de que se trata de un genocidio, sin embargo, solo ha sido reconocido por 30 países –el último fue Estados Unidos la semana pasada a través del presidente Joe Biden; España no lo ha hecho todavía–. Turquía considera una ofensa, e incluso un delito dentro de la sección 301 del Código Penal, la utilización de ese término y engloba esas matanzas dentro de la Primera Guerra Mundial.

“El genocidio armenio es un hecho establecido entre los académicos”, explica desde Estados Unidos Taner Akçam, director del Centro de Estudios del Holocausto y los Genocidios en la Universidad Clark (Massachussets). Definido por The New York Times como “el Sherlock Holmes del genocidio armenio”, ha dedicado toda su carrera a buscar y publicar pruebas que demuestran que el asesinato de armenios no fue un pogromo desorganizado y espontáneo, sino una política de Estado de los llamados Jóvenes Turcos, que tomaron el poder en 1908 y se mantuvieron hasta 1918, cuando tras la Primera Guerra Mundial se disolvió el Imperio Otomano. En la historia otomana, la violencia contra los armenios, y los cristianos en general, era cíclica (entre 1894 y 1896 fueron masacrados 200.000 armenios), pero hasta entonces nadie se había marcado como objetivo el exterminio total. “Incluso entre el establishment estadounidense”, prosigue Taner Akçam, “en el Congreso o en la Administración, no hay ninguna duda de que lo que ocurrió con los armenios puede ser calificado de genocidio. El presidente tuvo dudas en usar el término por motivos políticos. Fue algo muy planificado. Y puedo demostrar fácilmente que tenemos más evidencias documentales del genocidio armenio que del Holocausto. Tenemos unos cuantos telegramas autentificados que muestran claramente la intención genocida de las autoridades otomanas”.

En libros como A Shameful Act: The Armenian Genocide and the Question of Turkish Responsibility o Killing Orders: Talat Pasha’s Telegrams and the Armenian Genocide, Akçam revela telegramas encriptados del ministro del Interior de los Jóvenes Turcos, Talat Pasha, asesinado en 1921 por un militante armenio, que no dejan lugar a dudas sobre sus intenciones. Durante años, el Gobierno turco aseguró que eran falsificaciones, pero, tras un trabajo detectivesco, Akçam demostró que eran auténticos. En uno de ellos, en septiembre de 1915, al principio de las matanzas, Talat Pasha ordenaba: “El Gobierno ha decidido eliminar totalmente a todos los armenios que viven en Turquía. (…) Sin prestar atención a si son mujeres, niños o enfermos. Por muy trágicos que puedan parecer estos métodos de exterminio, se debe poner fin a su existencia, sin escuchar nuestra conciencia”. Aunque los originales fueron destruidos, Akçam encontró fotografías de esos telegramas en Nueva York en 2015.

Existen evidencias que señalan que los nazis, antes del Holocausto, durante el que fueron asesinadas seis millones de personas, tomaron nota de lo ocurrido en Turquía para su proyecto de exterminar a los judíos europeos. “El 22 de agosto de 1939, Hitler dio un discurso a sus generales sobre la próxima guerra con Polonia”, explica el historiador estadounidense Benjamin Carter Hett, autor de The death of democracy sobre la llegada de Hitler al poder. “Hay tres transcripciones diferentes de lo que dijo. Una de las transcripciones, la menos fiable, le cita diciendo ‘¿Quién, después de todo, habla hoy de la aniquilación de los armenios?’. Las otras dos transcripciones no contienen esta cita”. El hecho de que esta transcripción circulase tras una información de The New York Times en 1945 demuestra que, ya desde los años cuarenta, se establece una relación entre las masacres de armenios y judíos. “Indudablemente tuvo mucha influencia en Lemkin como modelo de estudio y lo cuenta en su autobiografía”, explica el magistrado José Ricardo de Prada, uno de los mayores expertos españoles en justicia internacional y que participó en el tribunal de apelación de la sentencia contra el genocida serbio Radovan Karadzic. “Probablemente formó parte de lo que quería englobar su concepto, lo que ocurrió es que este concepto no se trasladó, al menos del todo, a la definición que se contiene en la Convención de Genocidio y que luego se ha convertido en la definición penal de genocidio en los estatutos de los Tribunales internacionales y en los códigos penales de la mayoría de los Estados. Esta definición es mucho más limitada”.

Samantha Power, que fue embajadora ante Naciones Unidas bajo el presidente Barack Obama, ganó en 2002 el premio Pulitzer con A Problem from Hell. America in the Age of Genocide. Allí relata cómo Lemkin, siendo estudiante en la ciudad de Lviv (entonces Polonia, ahora Ucrania), tuvo una discusión con un profesor que justificaba las matanzas de armenios sosteniendo que al fin y al cabo un Gobierno tenía derecho a hacer lo que quisiese con sus ciudadanos, incluso asesinarlos “como un granjero que matase a sus propios pollos”. De la indignación que le provocó aquella discusión surgió la idea de que tenían que existir unas leyes, por encima de los Estados, que castigasen esos crímenes. El jurista británico Philippe Sands relata en su libro Calle Este-Oeste, sobre el nacimiento de los conceptos de genocidio y crímenes contra la humanidad, que Lemkin señaló: “Se asesinó a una nación y se dejó en libertad a los culpables”. “En el genocidio armenio no hubo una persona como Hitler”, señala por su parte Taner Akçam preguntado sobre las diferencias entre los dos crímenes contra la humanidad. “El genocidio fue una decisión de un partido político, el Comité de Unión y Progreso, implementada por un partido político. Esta es una de las principales diferencias entre el Holocausto y el genocidio armenio. La otra es que los Jóvenes Turcos no tenían una ideología racista que podamos comparar con la de los nazis. Eran nacionalistas, sin duda, pero tomaron la decisión genocida porque consideraron que la mera existencia de los armenios era una amenaza para el Imperio y pensaron que podían eliminar esta amenaza al asesinar a todos los armenios”. El pretexto que esgrimieron los Jóvenes Turcos para lanzar las matanzas fue que los armenios se iban a alinear con los rusos en la Primera Guerra Mundial.

El genocidio fue una mezcla de deportaciones masivas hacia los desiertos de Siria, que entonces formaba parte del Imperio otomano, y asesinatos en masa, de las formas más brutales. La limpieza étnica fue total. “Pueblo tras pueblo, ciudad tras ciudad, eran vaciadas de su población armenia”, escribe el narrador estadounidense de origen armenio Peter Balakian en su emocionante libro La suerte del perro negro, que publicará el Instituto Berg de Derechos Humanos en julio. Balakian mezcla los recuerdos de su familia –superviviente del genocidio– con el relato histórico de las persecuciones y narra también otra consecuencia de las matanzas: la diáspora armenia. Ni el Holocausto ni el genocidio armenio lograron cumplir su objetivo final, borrar de la faz de la tierra a judíos y armenios. Sin embargo, sí lograron destruir culturas milenarias, la de los judíos de Europa del Este y la de los armenios de Anatolia. Tanto Auschwitz como en Deir ez-Zor, el campo en el desierto sirio donde decenas de miles de armenios fueron matados de hambre, los cementerios hebreos abandonados y las sinagogas olvidadas de Polonia o las ruinas de Ani, la capital medieval armenia, arrasada en 1921 por las autoridades de la naciente Turquía, recuerdan las ausencias que dejó atrás el horror del siglo XX, el silencio de las víctimas y el error de olvidar.

El País.







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