El Entierro de Medina Angarita
Historia 30/05/2021 08:00 am         


A pesar de hacer gala de un pensamiento progresista y modernizador, Isaías Medina Angarita no supo entender la necesidad de generar cambios que permitieran ejercer a plenitud el derecho al voto



El presidente Isaías Medina Angarita será recordado en la historia venezolana como un mandatario de bonhomía, tolerancia y simpatía sin par, que habiéndose incorporado desde muy joven a las tareas de formación castrense en la recién iniciada Academia Militar, y habiendo desarrollado su carrera como oficial en los tiempos de la tiranía Gomecista, supo siempre profesar ideas y conductas liberales que le ganaron múltiples amistades en el mundo civil y gran ascendiente entre sus compañeros de armas. En 1940 cuando se plantea la sucesión del general Eleazar López Contreras, Medina que ha ocupado casi ininterrumpidamente la cartera de guerra y marina desde la transición iniciada a la muerte de Juan Vicente Gómez, no aparece en principio como la figura con mas opción para sucederlo, sin embargo, fuertes presiones ejercidas por viejos generales sobre el jefe de Estado lo hicieron decantarse por el general Medina Angarita, quien dicho sea de paso desde 1928 se había colocado en posición de "mano derecha" del general en jefe, que no vio con desagrado designarlo como candidato oficialista.

Desde el momento de asumir la Presidencia, el nuevo mandatario marca un golpe de timón con las posiciones conservadoras de su antecesor y para sorpresa de todos inicia un viraje reformista y liberalizador que terminará por generar un ambiente de amplias libertades públicas, de un debate ideológico sin cortapisas, de una irrestricta libertad de opinión y de prensa, y de una dinámica que auspicia la organización partidista y el espacio de la oposición. Medina se jactará y así quedará testimoniado en nuestra historia de haber sido el único jefe de Estado que no tendrá un solo preso, un solo perseguido o desterrado durante su quinquenio inconcluso de gobierno.

Lamentablemente y a pesar de hacer gala de todo un pensamiento progresista y modernizador, el general Medina Angarita no supo entender la necesidad de generar los cambios democráticos y constitucionales que permitieran a los venezolanos ejercer a plenitud su derecho a escoger sus gobernantes mediante comicios universales y secretos, este error servirá de justificación a sus adversarios civiles y militares para conjurarse en una conspiración que terminará por derrocarlo el 18 de octubre de 1945.

Preso y luego expulsado del país por los nuevos gobernantes de Acción Democrática y la llamada Unión Militar Patriótica, donde ya destacaba el futuro dictador Marcos Pérez Jiménez, el derrocado gobernante fija residencia en Nueva York, donde en medio de la mayor dignidad y desprovisto absolutamente de odios y rencores, transcurren sus siete años de ostracismo. Calumniado y vilipendiado por adversarios e incluso por quienes habían compartido con él responsabilidades de gobierno, el general Medina demostró una gran entereza moral, hasta el punto de no permitir que en su presencia se hablara mal de quienes lo habían derrocado, toda una demostración de su pureza de ideales y sentimientos.

Cuando en plena dictadura militar se le permite regresar al país, el exgobernante ha sufrido una embolia cerebral que lo discapacita, y solo en esas circunstancias se le permite venir a morir en suelo venezolano. Fallece el 15 de septiembre de 1953, su viuda Irma Felizzola, rechaza categóricamente los honores militares que les ofrece el Ejecutivo por intermedio del ministro del Interior, Laureano Vallenilla, antiguo funcionario de su gobierno. Desde su residencia en el Country Club, miles de personas acompañan el féretro de este gran venezolano, no se permite trasladarlo en carro fúnebre, la multitud lo carga en hombros durante el largo recorrido, al paso del cortejo desde los edificios le lanzan flores, y en el cementerio miles de voces cantan el Himno Nacional. En medio de la cruel dictadura que entonces padecía Venezuela, el recuerdo y homenaje a Medina era la reivindicación de la libertad, la dignidad y el civilismo conculcados por la bota castrense.

Quedaba como ejemplo de su vida y obra, su testimonio para justificar su decisión de impedir que el golpe del 18 de octubre de 1945 derivara hacia un derramamiento de sangre o una guerra civil, cuando afirmó: "… algún día, vivo o muerto, la conciencia de Venezuela habría de decir que Isaías Medina, puesto en la terrible disyuntiva de sacrificar su persona o ensangrentar su tierra, no vaciló en sacrificar su persona".







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