"No sean tan embusteros..."
Historia 01/05/2019 03:12 pm         


El arte de la adulancia, el rastacuerismo, la incondicionalidad y el cortesanismo, tan de moda en estos tiempos, tiene remotos antecedentes en la política venezolana



El arte de la adulancia, el rastacuerismo, la incondicionalidad y el cortesanismo, tan de moda en estos tiempos, tiene remotos antecedentes en la política venezolana, y ante sus formas más grotescas o sutiles han sucumbido todos nuestros gobernantes desde José Antonio Páez, hasta la desmesura que se practica hoy entre los validos del poder. Para muestra un botón: El general Joaquín Crespo, fue el último gran caudillo militar del siglo XIX venezolano. Formado casi desde niño en las audacias de las guerras que consumían a Venezuela llegó a construir una compleja personalidad que resumía dotes de valor y arrogancia, con dosis de tolerancia y comprensión frente al ataque de sus adversarios.

Correspondió a Crespo ser heredero de las viejas glorias del liberalismo amarillo que alcanzó cumbres en la época guzmancista y que luego comenzó a menguar ante las cabriolas de quienes sucedían al “Ilustre Americano” y su propia despreocupación por el poder lugareño, más interesado como estaba en disfrutar de los placeres de la “belle epoque“ parisina. El general Crespo con lealtad y consecuencia termina por ser el heredero del decadente sistema que predominaba en Venezuela desde el Tratado de Coche que puso fin a la larga y desgarradora Guerra Federal.

A partir de su llamada Revolución Legalista, que liquida las pretensiones continuistas de Raimundo Andueza Palacios, el nuevo jefe político y militar del país impone su estilo y predominio que se caracterizaba por apertura y tolerancia en las libertades públicas, incluyendo la de organización política y de prensa, dando una apariencia de democracia y pluralismo, pero siempre con una idea tutelar del poder, en el que solo pudiera sucederlo a quien escogiera como “obediente Delfin“, dispuesto a devolverle el mando cuando venciera el cuatrienio de gestión, ello implicaba un riguroso control de los mecanismos electorales que permitían la elección del jefe de Estado.

En 1897 los venezolanos habilitados para el voto debían concurrir a las urnas para escoger al sucesor de Crespo, pues este en demostración de su talante liberal había propiciado, en la reforma constitucional de 1893, la inclusión de la prohibición reeleccionista. Contaba el caudillo guariqueño con que al amparo de su prestigio militar pudiera imponer un hombre de “paja” que se dedicara a cumplir sus instrucciones y a cuidarle la silla presidencial durante los cuatro años de mandato. Sin embargo, los planes del general Crespo se resentirían y sufrirían un grave tropiezo cuando apareciera en escena el liderazgo del general José Manuel Hernández, a quien sus seguidores llaman “El Mocho” y que lograra transformarse en un autentico fenómeno electoral en la Venezuela de finales de siglo.

El general Hernández era un personaje folklórico y pintoresco, pues su grado militar no cuenta con mayores avales guerreros, pero sus vivencias en los Estados Unidos a mediados de la última década del siglo XIX, le permiten visualizar y asimilar los métodos electorales norteamericanos que incluían giras, propaganda, mítines, contacto directo con los electores, lo que resultaba inédito en una Venezuela que solo había conocido de chafarotes y de guerras.

Al amparo de las libertades políticas que auspicia el general Joaquín Crespo, el “Mocho “de vuelta a Venezuela, organiza el Partido Liberal Nacionalista, que la mayoría apellida “mochista” y que resucita con visiones modernas al viejo conservatismo desaparecido desde 1863, pero añadiéndole vigor y pegada popular, lo que convertiría a su jefe en el personaje más popular y con mayor respaldo social en el país, siendo remotas las posibilidades de que pudiera ser derrotado en las urnas electorales. 

Joaquín Crespo, estaba consciente, de que solo mediante un fraude masivo y un arrebatón, puede desentenderse de su incómodo y popular adversario. Como necesita un candidato afecto que le garantice sus propósitos de volver al gobierno en 1902, escoge al más pusilánime y descolorido de quienes pugnan en el Partido Liberal por la nominación, al general Ignacio Andrade, incapaz de poder competir con la arrolladora simpatía del “Mocho” se aprestan a controlar las juntas y mesas electorales para burlar la voluntad del electorado. 

Con el mayor cinismo y arrogancia, el presidente Crespo sabe que el general Hernández es el favorecido del respaldo popular, en términos nunca vistos hasta entonces, y para probar el deseo de sus ministros y allegados de zalamearlo y lisonjearlo con mentiras, les encomienda el día en que el candidato de la oposición cerraba su campaña en Caracas, en la para entonces denominada Plaza de la Misericordia que se infiltren en ella y luego le lleven a la Casa Amarilla informes sobre la concurrencia. Cuando los atribulados ministros luego de cumplir su misión informan de sus resultas al jefe de Estado, sus expresiones son: ¡qué va general, no había nadie¡ ¡cuatro gatos nada más¡ ¡un fiasco¡, Crespo que disfrazado de paisano se ha acercado a la concentración los confronta categórico: ¡no sean tan embusteros, yo estuve allí, estaba toda Caracas!

El fraude electoral al “Mocho” Hernández, cerrará un ciclo histórico y político, la muerte de su propiciador el general Crespo y la impotencia de su impuesto sucesor Ignacio Andrade, enterrarán el predominio liberal amarillo y abrirán campo a una nueva hegemonía: la de los andinos.





VISITA NUESTRAS REDES SOCIALES
© 2024 EnElTapete.com Derechos Reservados