Gallegos, la carta final
Historia 24/11/2019 05:00 am         


El 24 de noviembre de 1948 el presidente Rómulo Gallegos fue destituido de su cargo



El 24 de noviembre de 1948 el presidente Rómulo Gallegos, primer mandatario electo por el voto popular, fue depuesto por un golpe militar encabezado por los oficiales Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, dando comienzo a mandatos castrenses hasta el 23 de enero de 1958

Raúl Nass dejó las oficinas de la Secretaría de la Presidencia en Miraflores y atravesó la avenida Urdaneta; pocos minutos después estaba frente al ministro de la Defensa, coronel Carlos Delgado Chalbaud, y el jefe del Estado, mayor general el coronel Marcos Pérez Jiménez. Sentado en un catre, con el rostro surcado por el sueño, Delgado Chalbaud leyó la carta en voz alta. Se detuvo en el párrafo final: “fuera cual fuere la decisión del Presidente de la República, ratificamos nuestra solidaridad y respaldo al gobierno constitucional por él presidido”. Pérez Jiménez, que recorría nerviosamente la habitación dio media vuelta e increpó a Delgado: “esa carta no se puede firmar”. El ministro releyó el párrafo en silencio. Volvió la mirada a Nass y le dijo: “solamente si se quita esa parte firmo la carta”.

La carta, mediante la cual el Gabinete renunciaba para dejar en libertad al Presidente de reorganizar el gobierno era ya un recurso tardío. La fase final del operativo golpista se había desencadenado. El mayor Tomás Mendoza ya estaba sublevado en La Guaira y “La Voz Dominicana” en Santo Domingo anunciaba la caída de Rómulo Gallegos. Era el desenlace inevitable de una aguda crisis militar de varias semanas. Gallegos, que esperaba con sus ministros en la “Quinta Marisela” de Los Palos Grandes, había jugado la carta final en una reunión con la oficialidad el 19, cuando en el patio del Cuartel Ambrosio Plaza habló en tono firme sobre los riesgos del Golpe de Estado y su invariable decisión de no aceptar presiones. Y convenía solamente en la reestructuración del tren ministerial. Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez alegaron que el malestar era prácticamente incontrolable entre capitanes, tenientes y subtenientes y se comprometieron a visitar las guarniciones e informar sobre lo acordado. La versión que dieron a la oficialidad fue confusa. Muchos entendieron que las palabras presidenciales eran el indicio de represalias y detenciones en masa y la activación de las “milicias partidistas” con las cuales se amenazaba al Ejército en la propaganda opositora. Ya el terreno estaba abonado. Desde su regreso de una gira continental en la “Vaca Sagrada” (como se llamaba a los aviones presidenciales en alusión a la nave utilizada por Roosevelt y Truman) Pérez Jiménez se había dedicado con tenacidad a promover los resultados de sus reuniones con el presidente Perón y con su profesor el general Manuel Odría, quien al poco tiempo habría de asaltar el poder en Perú. Muchas de las lecciones y proyectos que se debatían a comienzos de la década en el centro de estudios de Chorrillos en Lima cobraban ahora sentido concreto. Se reivindicaba una máxima de los coroneles argentinos de 1943: “Jamás un civil comprenderá la grandeza de nuestro ideal, por lo cual habrá que eliminarlos del gobierno y darles la única misión que les corresponde: trabajo y obediencia”.

Las otras gestiones que se hicieron resultaron igualmente inútiles. Ni el sorpresivo viaje del comandante Mario Vargas desde Saranac en Nueva York para hablar con sus compañeros en la acción del 18 de octubre; ni la intermediación de José Giacoppini Zárraga traído por Gallegos desde el Territorio Amazonas (donde era gobernador) para parlamentar con los altos jefes militares, cambiaron las cosas.

Desde meses atrás se había extendido la conspiración y creado en la opinión pública la impresión, cierta por lo demás, que el gobierno podría caer en cualquier momento. En octubre, Betancourt recibió en Nueva York (a donde había viajado para aliviar la tensión de los golpistas) una correspondencia de Valmore Rodríguez presidente del Congreso en la cual le recomendaba regresar ante lo delicado de las relaciones del gobierno con los militares. Ya en abril, en ocasión de la Conferencia Interamericana en Bogotá, un diplomático centroamericano lo había alertado sobre las conexiones existentes entre Pérez Jiménez y Juan Pedro Vignale, el embajador que Argentina enviaría a Venezuela y las conversaciones de los militares golpistas con el encargado de negocios de Perú en Caracas. Pedro Estrada, reveló años después que una invasión que se preparaba desde Brasil, con la ayuda de aviones financiados por Trujillo y que según él habría de correr mejor suerte que intentonas anteriores, fue cancelada ante la convicción de que el golpe del 24 resultaría exitoso.

A las 12 del mediodía del 24 los insurrectos llegaron a Miraflores. Minutos antes habían ido al Palacio Leonardo Ruiz Pineda y Alberto Carnevalli para informarse sobre la situación; junto con Raúl Nass, oyeron un mensaje que se había grabado para llamar al pueblo a las calles. Ambos coincidieron en que todo estaba consumado. Ruiz Pineda llamó a su esposa Aurelena por teléfono quien recuerda: “me dijo que veía por la ventana de un despacho que había militares corriendo con sus armas en la mano y que estaban tomando el Palacio; cuando salgamos de aquí lo más seguro es que nos hagan presos. Llama al viejo Gallegos y le dices lo que está pasando y llama a David Morales Bello al Ministerio de Comunicaciones y le dices lo mismo”. Luego comenta: “Yo llamé a Don Rómulo Gallegos y le pregunté si sabía lo que estaba pasando y me dijo que sí, pero me preguntó, ¿qué sabes tú? Entonces yo le narro la conversación que tuve con Leonardo y él me dijo que eso no lo sabía. Yo no volví a saber nada. Prendí la radio y oí la voz de Enrique Vera Fortique, quien también cayó preso inmediatamente, que decía: “en este momento se está consumando un golpe de Estado contra el gobierno de Rómulo Gallegos”. No volví a saber nada más hasta las 2 de la tarde cuando llamé de nuevo a su casa al Presidente y le pregunté cómo estaba, me respondió: “estoy igual que tú”. Me di cuenta que estaba detenido en su casa. No volví a llamar más”.

Desde las doce y treinta del mediodía hasta la medianoche, cuando llegó Juan Pablo Pérez Alfonzo los calabozos del Cuartel de Motoblindados se fueron llenando con los ministros depuestos, salvo aquellos que habían viajado a Maracay para formar gobierno con Valmore Rodríguez y el teniente coronel Gámez Arellano. A esa hora entró el comandante José León Rangel (quien se sumó a la conspiración a última hora). Blandiendo el bastón de mando dijo en tono de burla: “Puede comenzar la reunión del Gabinete”. Desde un rincón se oyó una voz: “Falta el ministro de la Defensa”.







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