Juan Félix Sánchez, el arquitecto del páramo
Identidad 26/01/2020 08:00 am         


La Capilla de Piedra de Juan Félix Sánchez



Hay un lugar mítico en los páramos andinos: La Capilla de Piedra de Juan Félix Sánchez. Llegar no es fácil, pero maravillarse en ese entorno es instantáneo. Su célebre Capilla de Piedra de San Rafael de Mucuchíes, una de sus construcciones emblemáticas, la cual se aprecia desde la carretera Trasandina, es sitio de interés para devotos y turistas.



Juan Félix fue juez sin estudiar Derecho, arquitecto sin pasar por las aulas universitarias, agricultor como buen merideño y hasta político, asunto que pronto dejó para ocuparse de su pasión: el arte. Autodidacta y empírico se inspiraba en su fe, tan sólida como la cordillera. Nació con el siglo, en 1900 y moriría con él, en 1997. Dejó sus estudios muy pronto y trabajó con su padre conociendo los secretos del cultivo de las fértiles tierras andinas. Aprendió también el arte de tejer en lana cruda, muy propio de la fría región. Su maestra sería la madre de quien escogería como compañera de vida, Epifania, una silenciosa y laboriosa mujer que lo secundaría hasta el final. Familia de profunda fe, como es común entre los andinos, realiza su primera obra escultórica en 1935, tallas elaboradas en mármol, un Cristo, La Virgen y María Magdalena. En 1941 trabaja en la reconstrucción de la iglesia del pueblo.

Con Epifania, se muda a su casa en El Potrero, en el corazón de El Tisure, a más de seis horas en bestia desde la Mucuchache de San Rafael. En 1952, el 14 de septiembre, decide rendir homenaje a la Virgen de Coromoto en su día, y le promete construir una capilla al filo del Tisure. Muy devoto de la Santísima Virgen, estaba claro en eso: “Sea la que sea –decía- cualquiera de ellas”. Dos años después viaja a Guanare y trae una imagen de la Virgen y termina de construir la capilla, su “Bohío”, como la llamó. Sus siguientes años los dedicaría a transformar ese sitio en algo más ambicioso: el Complejo Religioso de El Tisure.

El filósofo italiano Umberto Eco, impresionado con el artista cuando visitó Venezuela en 1994, escribió: “Juan Félix Sánchez no es un artesano, no es un artista, no es un aficionado al bricolaje; es un asceta de la montaña, un visionario”.

Sus obras arquitectónicas más conocidas son, por supuesto, la Capilla del Filo del Tisure, dedicada al Dr. José Gregorio Hernández -andino como él, nacido en el vecino estado Trujillo- -, y la Capilla de Piedra, ubicada en San Rafael de Mucuchíes. Utilizaba los materiales que la montaña ofrecía, sin alterarlos, tal y como los encontraba en la naturaleza. Con piedra, madera, y ramas, sin emplear cemento ni pegamento alguno, fabricaba paredes, soportes, muebles, y tallas, entre ellas, las religiosas.

Muchas entrevistas le hicieron los fascinados por su trabajo. Repetía: “Tenemos que amar toda la naturaleza, porque por algo Dios nos la dio”. Su montaña era para él un testimonio de la generosidad divina. Se sorprendía de no carecer de nada y de la belleza de su páramo: “Es Su obra –decía- la obra de Dios”.

Cuentan que confesó al investigador Ennio Jiménez: “Hay gentes que le gustan las iglesias parejitas, lustrosas, muy bonitas. Pero a mí me gustan las cosas feas. Pa’ Dios, así sea una iglesia de oro es igual que una de piedra y quizás agradezca más una iglesia sencilla, pero hecha con buen sentido”.

Con admirable paciencia y maestría, trabajó durante 30 años en la edificación de un muro para cerrar el complejo, escaleras de piedras, una segunda capilla, el pesebre, la capilla grande dedicada a José Gregorio Hernández, mesa de altar, la torre, la talla del Cristo, y todas las tallas de las escenas del Calvario entre otros detalles.

No cabe duda de que se trata de un “artista confesional” –como han apuntado los comentaristas- profundamente arraigado en la fe católica y en la religiosidad popular venezolana. De allí que su obra, concentrada en este complejo arquitectónico y escultórico de El Tisure, invite a la contemplación.

Nadie es profeta en su tierra, como advirtió Jesús en los Evangelios (Luc 4,24). De hecho, a los 80 años Juan Félix Sánchez era un perfecto desconocido, resalta el P. Ramón Vinke, historiador venezolano.

Lo lleva a la fama un artículo publicado en ‘American Craft Magazine’ a finales de 1980, escrito por el experto norteamericano en arte y curador de exposiciones Lloyd E. Herman, quien narra su recorrido de 6 horas en mula por los Andes venezolanos para conocer al artesano popular, quedando deslumbrado por su obra.

En 1992 se abre la exposición “Lo espiritual en el arte: Juan Félix Sánchez” en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. El crítico de arte José María Salvador – hoy profesor en la Universidad Complutense de Madrid- elabora el catálogo de la exposición y elogia al artista:

“Campesino, artesano y artista popular (…) de intuiciones brillantes e innovaciones notables capaces de revolucionar lo que la tradición artesanal le ofreció como legado originario”, poniendo de relieve “el gran paso adelante que significó su telar de tres lizos y sus imaginativos diseños”.

Llagó a ser el más famoso tejedor de la comarca. Sus tejidos de mantas y ruanas destacaban por su diseño, combinación de colores y materiales.

Tejió mantas para galerías internacionales de arte y expuso en museos de Caracas. Nunca buscó proyectarse fuera de sus amadas montañas, pero su arte lo fue haciendo objeto de admiración sin que él mismo se percatara. Hoy, es una referencia de pureza, de misticismo y de excelencia en las artes plásticas.

Murió el 18 de abril de 1997 a los 96 años de edad y fue enterrado en la Capilla de San Rafael de Mucuchíes, junto a Epifania Gil. Dos años después de su muerte, fue creada en San Rafael de Muchuchíes la Biblioteca pública “Juan Félix Sánchez y Epifania Gil”. Recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas que otorgaba el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) en 1988. El Presidente de la República Luis Herrera Campins (1978-83) declaró a la obra de Juan Félix Sánchez Patrimonio Nacional.

Uno de sus más famosos comentarios fue: “Yo no hice esto por facha, ni para nada, sino ideas mías para tener una obra aquí, porque uno por donde pasa debe, más que sea, rastro dejar, una huella… Y cuando yo me muera me voy a ir al sitio de los sueños, en donde sabré si los sueños míos eran verdades…”.







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