Caracas Blues
Identidad 28/03/2019 01:00 pm         


Esta crónica fue publicada el 15 de marzo del año 2010 en el semanario “ABC de la Semana”, y se vincula directamente con la actual crisis eléctrica que afecta a Caracas y gran parte del país



En el twitter se cruzan los mensajes. Miguel Henrique Otero, editor de El Nacional escribe: “No hay más que salir de noche por las ciudades venezolanas y recordar, para los que pudieron verlo, ciudades de la Cortina de Hierro”. Antonio Ecarri, en campaña como aspirante a la Asamblea Nacional por el municipio más poblado de la ciudad, retwittea: “Te invito a la Parroquia Altagracia; nos estamos pareciendo a las ciudades de la Cortina de Hierro y en poco tiempo a las ruinas de La Habana”. Se trata de una percepción común en estos días de racionamiento eléctrico, con cortes y restricciones de un servicio básico, que ya son comunes en las capitales del interior. 

Pero en el caso de las noches caraqueñas es cierto el asombro. La capital muestra entonces un rostro triste, resignado e irremediablemente sombrío, que recuerda escenas de películas recientes sobre La Habana, capital luminosa en el pasado hoy abatida por las tinieblas. Cuando menos son dos memorables. “Habana Blues”, la coproducción franco-hispana-cubana de Benito Zambrano que a través de canciones cuenta la vida en una ciudad con luz mezquina y “La Ciudad Perdida” de Andy García que revela el drama de una sociedad fracturada por un sistema político que se expresa con imágenes de pesar y fracaso. 

¿Por qué a los caraqueños los cortes eléctricos les trasladan a las noches deplorables bajo el comunismo? Si el sacrificio energético obedeciera a una emergencia provocada por desastres naturales, no existirían razones para una asociación automática entre Caracas y La Habana. A nadie se le ocurre comparar la devastación de Chile en el reciente terremoto, con la postal de una ciudad soviética. Durante años Santo Domingo por ejemplo, tuvo problemas con su industria turística por las insuficiencias del flujo eléctrico. A ningún turista se le habría ocurrido comparar la penumbra dominicana con las noches de Bucarest o Sofía en los años 50. Pero en cambio, existen elementos para establecer una comparación entre los apagones de Cuba y Venezuela. La actual crisis energética pudo evitarse sin llegar al borde del colapso. No ha sido un hecho fatal, ni siquiera imprevisto. Numerosos estudios elaborados por organismos públicos fijaron los pasos y las acciones para evitar el estallido de un cuadro crítico que hubiesen evitado las presentes calamidades. A diferencia de otros países, incluso de Cuba, (cuya revolución fue afectada por el bloqueo de Estados Unidos y que no dispone de músculo petrolero), en Venezuela se ha contado con suficientes recursos y posibilidades para recomponer un eficiente servicio eléctrico nacional. 

Pero la oscuridad es también una suerte de expresión gráfica de la desgracia comunista. Lenin levantó la consigna “soviet y electricidad” como la fórmula mágica para superar el atraso ruso y dar paso al capitalismo en tránsito hacia el paraíso comunista. Ya se sabe que Stalin y sus émulos en Europa del Este tuvieron una interpretación inversa de la frase y no por discrepancias ideológicas insalvables. Simple y llanamente, el modelo económico comunista resultó inviable y ruinoso, condujo a la desinversión, propició la liquidación de conquistas existentes, fomentó el desempleo y decretó la quiebra financiera de los estados. Una de las maneras más elocuentes de graficar esta costosa estafa histórica es la oscuridad clásica de sus ciudades que se complementa con la desesperanza y el hastío de sus ciudadanos. Berlín durante décadas fue el espejo de dos visiones económicas: la mitad de la ciudad bajo el dominio comunista era oscura y resignada y la otra mostraba el brillo comercial del capitalismo, hasta que el muro que la dividía, cedió al empuje de la modernidad. 

Si como todo indica, la meta del chavismo es convertir a Venezuela (con las modalidades de tiempo y lugar por supuesto) en una réplica mejorada de La Habana, es lógico que la carencia energética sea percibida (más allá de un hecho material) como la trágica simbología de un modelo de dominación económica y social. La oscuridad, la carencia de luz ha permeado de tal manera la vida toda de los cubanos que Abilio Estévez en su novela “Los Palacios Distantes” hace reflexionar a uno de sus personajes en el atardecer habanero: “Siempre que anochece, comienza La Habana su rápido proceso de desaparición. Cortan la electricidad. La vida parece suspenderse, o se suspende en realidad, el tiempo se detiene. Sólo queda la espera. Se escuchan voces ¿Cuándo volverá la luz?, y los ánimos se cierran como flores marchitas en vaso seco. Las ilusiones huyen, las pocas que quedan. Cortan la luz y Victorio tiene por unos segundos la sensación de que ha quedado ciego, hasta que las pupilas se adaptan. La oscuridad lo mortifica y lo hace feliz. Son las horas en que se goza de mayor libertad. Como cada uno de los habaneros que sufre el apagón, Victorio pierde particularidad, rasgos personales, deja de ser quien es para trasmutarse en sombra chinesca”.

En Caracas, todavía no.





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