Se sueltan los "Demonios"
Identidad 09/05/2021 08:00 am         


Por estas horas retumban los ecos de la violencia en países de América Latina como Colombia, Venezuela y hasta El Salvador, un país donde la paz parece haber quedado atrapada en un largo y ardiente ve



La violencia vuelve a las calles de América Latina. Por distintas razones. En un ritornello demencial, nunca termina de irse para no volver. Cuando uno cree sofocado un fuego, se prende otro. Un expresidente venezolano dijo: “Somos un cuero seco. Si lo pisas por un lado se levanta por el otro”. Ante la ausencia de instituciones sólidas, la violencia parece el recurso a la mano para quienes quieren imponer sus condiciones, tanto como para aquellos que necesitan protestar lo que les parece injusto.


400 ejecuciones extrajudiciales en un año

En Venezuela, la fuerza ha tomado la forma de violencia de Estado. La Asamblea Nacional acaba de presentar un informe de 525 páginas sobre la situación de los derechos humanos que documenta 400 ejecuciones extrajudiciales en el país sudamericano durante 2020. Y han responsabilizado al grupo de exterminio, las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), de la Policía Nacional Bolivariana por cometer estos delitos.

Y después del tardío reconocimiento, por parte del propio Fiscal General, de crímenes cometidos contra detenidos en la propia sede de la Seguridad del Estado, se recuerda la exigencia del hoy cardenal emérito de Caracas Jorge Urosa (2018) ante la horrenda muerte del concejal católico Fernando Albán: “Me siento profundamente conmovido por la extraña, inesperada e inexplicable muerte del Concejal Fernando Albán. Es preciso que se abra una investigación imparcial que aclare las circunstancias de este trágico suceso y que, en caso de que haya habido un crimen, se apliquen las penas necesarias a quienes resulten responsables de su muerte”. Nadie respondió. Se ignora la razón por la cual estos casos, hoy, sueltan el polvo tras tres años de gaveta.


“Que la violencia no sea protagonista”

En Colombia, la violencia con protestas a raíz de la reforma fiscal que adelantaba el gobierno del presidente Duque. Después de 19 muertos y más de 800 heridos el ministro de Hacienda, redactor del polémico proyecto, renunció y a petición del propio mandatario la reforma será retirada por el Congreso y replanteada. El proyecto tenía como objetivos principales ampliar la base de recaudación tributaria, evitar que la deuda colombiana genere la pérdida de más puntos en las calificaciones de riesgo internacionales, institucionalizar la renta básica y crear un fondo para la conservación ambiental.

En medio de fuertes disturbios, la violencia, en la ciudad de Pasto, el obispo Juan Carlos Cárdenas Toro hizo un llamado a la sensatez de sus habitantes, pidiendo el respeto por la vida humana. “Que la violencia no sea protagonista”, clama la Iglesia.


Los ecos de la guerra en El Salvador

El Salvador aún escucha los ecos de una de las guerras civiles más sangrientas y prolongadas que conociera el continente. Una cronología de violencia que abarca desde el año 1980 hasta 1992, con complejos antecedentes. Cuando la paz llegó, luego de complicadas negociaciones, con la firma de los acuerdos en el Castillo de Chapultepec, en México, contabilizaban más de 75,000 civiles salvadoreños muertos y alrededor de 9,000 desaparecidos. Para la década de 1980 la población de El Salvador rondaba los 4.5 millones de habitantes, lo que significa que casi el 2 % de la población perdió la vida en el conflicto.

Más recientemente, esos ecos se llevaron a San Romero, el obispo mártir asesinado mientras celebraba Misa, recientemente canonizado; y las vidas de 5 jesuitas españoles en el ataque a la Universidad Centroamericana (UCA) en la capital salvadoreña cuando, la madrugada del 16 de noviembre de 1989, un grupo de soldados del batallón Atlacatl de las Fuerzas Armadas de El Salvador irrumpió en sus instalaciones y abrió fuego contra parte del personal de la casa de estudios. En febrero del 2020, la Iglesia católica de El Salvador se declaró preocupada porque el Congreso no había aprobado una ley de reconciliación que garantizara justicia a víctimas de violaciones de derechos humanos en la guerra civil.

«En verdad estamos muy preocupados y es el sentir del pueblo, porque no vemos voluntad de la Asamblea Legislativa por cumplir la sentencia de la Sala de lo Constitucional cuando derogó la ley de amnistía y mandó que se promulgara la ley de reconciliación», señaló a la prensa en aquella ocasión el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar. Otras organizaciones sociales salvadoreñas acompañaban el reclamo a los legisladores para que avanzaran en la aprobación de la ley.

Hace pocas semanas, en el ámbito del centenario del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre la República de El Salvador y la Santa Sede, el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin recordó los difíciles años del conflicto armado, y se refirió a los actuales desafíos que afronta el país. Aseguró la cercanía de la Iglesia y elevó su oración para que se consoliden y progresen aún más las relaciones entre la Santa Sede y el país centroamericano. En el plano político, el país había iniciado un proceso de democratización, pero la guerra legó una gran polarización y resentimiento en la población salvadoreña, que han vuelto a la sociedad «poco solidaria, apática y harta de la política».


Pisando la línea amarilla

Ese fue el panorama que encontró Nayib Bukele, un político joven, osado y también harto de lo que él llamó “el régimen”. El antecedente es que Bukele había logrado romper el bipartidismo imperante desde que finalizara la guerra civil en El Salvador. Pese a ello, todo lo que quería aprobar en el Congreso acababa bloqueado por la oposición de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), que contaba con 35 diputados, y la izquierda heredera de la ex guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), con 23. Ante este oposición férrea, decidió dar un paso más allá…y engulló, de un solo bocado, los tres poderes del Estado.

A dos años de sentarse en la silla ejecutiva, su partido Nuevas Ideas (NI) tiene dos tercios en la plenaria para decidir sin obstáculos y, además, gobierna desde este 1 de mayo en 152 alcaldías de los 262 municipios que conforman el país centroamericano.

El panorama se complica en El Salvador. Reina la incertidumbre después de los hechos en la Asamblea Nacional, a la cual, por cierto, se había presentado tiempo atrás- 9 de febrero de 2020- el propio Bukele, acompañado de representantes del ejército y la policía, a presionar la aprobación de presupuestos. A partir de ese episodio, se han multiplicado los desencuentros entre el Ejecutivo, la Asamblea y la Corte Suprema.


La seducción de los extremos

Las reacciones han sido diversas, existe preocupación en EEUU y rechazo en la OEA. Hay quienes lo han felicitado, como el hijo de Bolsonaro y quienes lo fustigan, como Julio Borges, comisionado para las Relaciones Exteriores designado por Juan Guaidó, quien lo calificó de «dictador» al cuestionar la destitución realizada por el Parlamento de la nación centroamericana -de mayoría oficialista- de los miembros del Tribunal Supremo de Justicia y del fiscal general. “En El Salvador, nos costó 30 años liberarnos del régimen. No vamos a retroceder ahora”, le replicó Bukele tajante.

A Bukele le importan poco las reacciones internacionales. Nada en todas las aguas. Fue militante del Frente Farabundo Martí, grupo derivado de las guerrillas que gobernó durante un tiempo y que ha compartido el poder con ARENA, la respuesta de derecha que se fraguó en aquel momento. Bukele fue candidato a alcalde por su cuenta, luego de que aparecieran diferencias con la dirigencia del FMLN y resultó cómodamente electo. Fueron elecciones muy importantes pues inauguró un nuevo estilo, apuntalado en las redes sociales. Lo llamaban “el presidente del tuiter”.

"Ha hecho un gobierno muy curioso pues se diferencia de todos los gobiernos tradicionales –dice el analista político Manuel Felipe Sierra– sobre todo en las formas. Él dice que el político no tiene que recorrer mercados, que no tiene por qué tener contacto con el pueblo porque eso es demagogia y que para eso están las redes sociales. En el fondo, es un representante de las fuerzas armadas, no de los partidos políticos, pues allí está su apoyo fundamental. No hay que olvidar que ese es un país marcado por la guerra, donde los militares tienen un peso muy importante".

Pasó de ser un militante de partido a descansar su poder en la fuerza armada. Un riesgo, considerando que su masa electoral, el voto que lo lleva a ser alcalde, procede de la izquierda representada en el Farabundo Martí. Luego se aparta. Pero es su base de sustentación política. Si bien fundó un partido para las elecciones presidenciales, las cuales ganó hace dos años, Bukele lo disolvió y ahora, en estas elecciones realizadas hace apenas un par de meses obtuvo una victoria muy grande, ganó la mayoría de los puestos con lo cual pasó a controlar el parlamento.


Una decisión política, no constitucional

“Eso tiene dos explicaciones –acota Sierra- desplazó del gobierno tanto al FMLN como a ARENA, un caso parecido al de Chávez en Venezuela, cuando derrotó a los dos polos electorales, a lo que se llamó la partidocracia. Así, emergió Bukele, con un proyecto que plantea que debe gobernarse de manera distinta. Y la primera medida fue, con la mayoría que controla en el Congreso, destituir a la plantilla de poderes. El problema es que no era el momento de cambiarlos. Fue una decisión política. Ello ha generado este clima en donde se ha alterado el equilibrio de poderes. Aparece, entonces, la legítima interrogante de hacia dónde puede derivar un presidente que actúa de esa manera”.

Muchos vinculan a Bukele con Bolsonaro, aunque no ha llegado a esos extremos. La base de sustentación de Bolsonaro es también el sector militar y sus respuestas frente a situaciones similares, es la misma. De manera que, en El Salvador, se entra en una etapa impredecible. “Pero el hecho curioso –destaca nuestro interlocutor- que llama la atención, es que se trata de un gobernante absolutamente distinto al estilo de gobernar que hasta hoy ha conocido el país. Por los momentos, a la gente le gusta, ganó las elecciones. Pero la suspicacia entre los demócratas del continente es que, de hecho, ya se rompió el equilibrio de poderes. Y no fue legal porque el cambio no procedía”.

Maduro ha hecho lo mismo en Venezuela. Y frente a estos modelos de democracia controlada, lo que hay que hacer es rescatar la democracia verdadera. Si quienes se proclaman diferentes se dedican a copiar procedimientos autocráticos, por más legales que parezcan, es la democracia la que naufraga. “Ahora –agrega- el fenómeno allí es el carisma, el estilo, el tema mediático que Bukele parece manejar muy bien. Pero no olvidemos que, en Centroamérica, estas cosas ocurren con mucha frecuencia”.


¿Qué quiere Bukele?

“Relanzar al país hacia la modernidad pero sobre la base de un control total del Estado, responde Sierra sin dudarlo-. Es el mismo criterio que ha privado en muchos políticos de la región. Hugo Chávez lo hizo en Venezuela, pero apoyándose en la Asamblea Constituyente que convocó, guste o no, como un hecho apoyado por la gente. En El Salvador, lo hicieron de manera directa, sin mucha contemplación y apenas a un mes de haber tomado el control del Congreso», expresó Sierra.

"El otro problema es que él -Bukele- no tiene partido, estructura, y desde la guerra civil ese país está dividido en dos porciones, ARENA y el FMLN, grupos políticos que han gobernado y eso pesa en una sociedad por lo que va a ser muy difícil gobernar contra esas estructuras. Y la única manera de sobrevivir en el poder de esa forma es que tu apoyo y tu instrumento sean las fuerzas armadas”, agregó.

Lo mismo hizo Fujimori, inicialmente. Más que un fenómeno, él fue producto de unas fuerzas armadas que lo mantuvieron diez años en el poder. Igual hace Bolsonaro. “El tema es que los militares hoy –explica Sierra- después de la experiencia del cono sur y todo lo que ha pasado, parecieran resistentes a tomar directamente el poder. Los ejércitos se colocan detrás, no en primera línea. Ejercen el poder detrás de hombres o de partidos a los que dan su apoyo y les sirven de piso”. En otras palabras, prefieren ser el poder detrás del trono.


El nuevo populismo

Interpretaciones a nuestras desgracias políticas hay muchas. Lo cierto es que, en el caso de El Salvador, se abre una expectativa en Centroamérica. El contexto es una problemática variada y complicada, con desigualdad y migraciones. El Salvador, no obstante, es menos enredado que Honduras. Pero toda la región es víctima de la pobreza y la violencia representada en las maras. Sus gobiernos se afirman en las fuerzas armadas pues el enemigo es la delincuencia. Más que una propuesta política, el adversario a vencer, el problema controlar es la violencia delictiva. Con sus diferencias, es el caso de Brasil.

Y es así, ante la violencia, pensando que las redes sociales son suficientes, que se van divorciando de la gente. “Pero aquí – recalca M.F. Sierra- el asunto se focaliza en la personalidad de Bukele, en su particularidad. Hay algo diferente que la gente busca. Es el nuevo populismo, cimientos de izquierda y políticas de derecha. El populismo centroamericano, distintos a los puramente de izquierda o de derecha. Por ahí va la cosa. Fueron de izquierda en algún momento pero también pueden ser de derecha. Así de simple”.


¿Y si se sueltan los «demonios»?

Puede haber algo peor. La fatiga del bipartidismo también cuenta, como ha ocurrido en tantos de nuestros países donde estamos cansados de ver outsiders que tampoco han logrado consolidar liderazgos acertivos y duraderos. Muestran que no todo lo nuevo es mejor. Las lunas de miel cada vez duran menos y los gobernantes saben que los pueblos se están cansando más rápido luego de tantas decepciones. De allí que el estamento militar sea siempre una palanca a mano.

Las ultras se fortalecen en estos cuadros. Los extremos toman la cancha. Y el pueblo en el medio, pasando los mismos problemas sin ver cambios a futuro. La guerra civil, que genera violencia, aún pesa mucho. El Salvador ha cumplido un proceso de estabilidad y se avanzó en consolidar instituciones. Pero hoy la duda se impone. No se sabe hasta dónde llegará el actual proceso ni qué podrá desencadenar, o cuales demonios soltará.

Pero la Iglesia sí parece saberlo. La Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, conocida simplemente como UCA El Salvador, es un centro de educación superior jesuita salvadoreño y prontamente, el 1º de mayo pasado, se pronunció al respecto, encendiendo algunas alarmas. Condenó el irrespeto a la ley por parte de la nueva Asamblea Legislativa en su acción de destituir y reemplazar a los magistrados de la Sala Constitucional, “pues dinamita la independencia de los poderes del Estado, propia de una democracia”.

Fueron directo al punto, señalando la ilegalidad de la acción emprendida por los nuevos diputados: “Según el ordenamiento jurídico nacional, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia pueden ser destituidos, pero solo por las causas específicas establecidas en la ley. Las razones esgrimidas en la pieza de correspondencia presentada este día no son coherentes con lo dispuesto en la legislación; por lo tanto, son ilegales e inconstitucionales”.

Y alertaron acerca de que la no coincidencia de entre lo dicho y deseado por la Sala de lo Constitucional y el Ejecutivo no se resuelve con una destitución, pues ésta aleja a la sociedad salvadoreña de la vivencia democrática. Y finalizan con un llamado: “En esta hora oscura para nuestra ya de por sí débil democracia, la UCA llama a defender cívicamente lo que con tanto esfuerzo y vidas costó construir luego del fin de la guerra: una sociedad donde decir no al poder no sea una quimera”.

Nada que agregar ante tanta violencia. Mucho por lo que velar. Un largo y ardiente verano. Amanecerá y veremos.

Aleteia








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