El Piloto que derribó a Saint-Exupéry
Identidad 10/10/2021 08:00 am         


El escritor y aviador desapareció en una misión de reconocimiento en el Mediterráneo durante la Segunda Guerra Mundial. Despegó de Córcega para fotografiar las posiciones nazis al este de Lyon y estaba previsto que regresara a las 12, pero nunca lo hizo



Por Israel Viana


Antoine de Saint-Exupéry pilotaba un Lightning P-38 cuando desapareció durante una misión de reconocimiento en el Mediterráneo. Había despegado poco antes de las nueve de la mañana del 31 de julio de 1944, desde Borgo (Córcega), para fotografiar las posiciones enemigas al este de Lyon y estaba previsto que regresara pasadas las doce. Pero nunca lo hizo. Y su cuerpo, perdido en la inmensidad del Mediterráneo, jamás se encontró. Llegó incluso a especularse con la posibilidad de que pudiera tratarse de un suicidio… pero aún tuvieron que pasar ocho décadas para que ese misterio se resolviera.
[Portada del Cultural ABC del 2 de septiembre de 2017 dedicado a las últimas investigaciones sobre su desaparición]

En los días posteriores algunos testigos aseguraron haber visto caer un avión en la zona. Poco después, un cadáver que llevaba ropa de oficial e insignias francesas llegó hasta la Bahía de Carqueiranne, pero fue enterrado en esta ciudad gala sin que llegase a ser identificado. No fue hasta casi cuatro décadas después cuando ABC ya desveló que el autor de 'El Principio' –la novela corta que ha vendido más de 145 millones de ejemplares en todo el mundo y que es hoy uno de los libros más famosos de la historia– había sido abatido. En concreto, en una noticia publicada en mayo de 1981.
En 1998, entre investigaciones y teorías varias, apareció por fin un vestigio cierto que lo confirmaba, cuando un pescador de la costa de Marsella llamado Jean Claude Bianco encontró entre sus redes una esclava plateada con el nombre de Saint-Exupéry y el de su esposa, Consuelo. Aquel hallazgo fortuito era la prueba de la muerte del escritor, que hasta entonces se le había dado siempre como desaparecido. Esto abría nuevos interrogantes, como recuerda su sobrino-nieto, además de ahijado del escritor, François d’Agay, que pudo ver por primera vez aquella pulsera de su tío, al que conoció siempre rodeado de papeles, dibujando y escribiendo. «En ese momento sentí pena», reconoció este a Montse Morata, autora de 'Antoine de Saint-Exupéry: Aviones de papel', en un reportaje publicado en ABC Cultural hace cuatro años.
«Ni hablar del suicido»

Esa prueba permitió conocer al fin su destino, acabando con todas las falsas hipótesis con las que se había especulado, desde un combate aéreo a un accidente, bien por avería o por su delicado estado de salud, o bien el mencionado suicidio. Esta teoría era la que más peso había cobrado a lo largo del siglo XX por descarte de todas las demás. También por la tristeza que el escritor manifestaba en aquella época. Aunque los testimonios de quienes lo conocieron, así como su elevado sentido de la responsabilidad, permitían cuestionar la idea de una muerte voluntaria en la que su ahijado nunca creyó. «Ni hablar del suicido. Él seguía estando muy vivo, amaba la vida», comentó.
«Ser un piloto pionero era todo lo que quería. Voló por Europa y a lo largo de la costa del África occidental. Le encantaba la soledad y estar bajo millones de estrellas», aseguraba a ABC el ilustrador checoslovaco Peter Sís, autor de 'El piloto y el Principito' (Sexto Piso, 2014), una hermosa biografía ilustrada de Saint-Exupéry que llegó a España tras lograr el Premio Hans Christian Andersen, algo así como el Nobel de la narrativa infantil. Amante de las aventuras más arriesgadas, fue corresponsal en la Guerra Civil española. Tras sobrevivir a un aparatoso accidente en el norte de África, fue llamado a filas cuando Francia le declaró la guerra a Alemania en 1939. Pero cuando perdieron, fue incapaz de vivir en su país bajo la ocupación nazi, así que huyó a Lisboa con destino a Nueva York, donde escribió su famosa novela. «Una parte de su motivación era que se sentía muy solo y frustrado porque nunca habló inglés. Echaba de menos el idioma, los amigos que había dejado en Francia, y la situación que vivía Europa le entristecía profundamente», añade.

En el año 2000, un buceador profesional, Luc Vanrell, hizo el descubrimiento decisivo a la altura de Riou, una isla deshabitada al sur de Francia: los restos del Lightning P-38 de Saint-Exupéry, que se encontraban a unos 80 metros de profundidad. Lo supo por el número de serie. Las piezas del puzzle comenzaron a cobrar forma, pero aún quedaban unos cuantos misterios por resolver, como quién derribó el avión. En realidad, el responsable del hallazgo ocultó parte de sus descubrimientos en el fondo del mar y solo reveló los restos del aparato. Calló que también había descubierto los restos de un motor Messerschmitt de la Luftwaffe.


En busca del piloto

En ese momento comenzó otra investigación cuyos primeros frutos se dieron a conocer ocho años después. Vanrell se asoció con un alemán, Lino von Gartzen, especialista en la historia de la Luftwaffe, que, durante varios años, consiguió localizar a más de un centenar de veteranos de grupos de caza alemanes. Todos ellos supieron, muy pronto, a primeros de agosto del 44, que un piloto alemán había derribado el avión de Saint-Exupéry, pero ninguno de ellos quiso hablar. Los restos del motor del Messerschmitt de la Luftwaffe encontrados cerca de los restos del caza pilotado por el autor de 'El Principito' permitieron identificar a un piloto difunto, vástago de una estirpe prusiana, el príncipe von Bentheim.

Ese dato condujo a otros pilotos, uno de los cuales avanzó la pista final: «Llamen a Horst Rippert. Él sabe mucho de esa historia», le dijeron, sin añadir más información. Durante muchos años, los espectadores de la Zweite Deutsche Fersehen (ZDF, segunda cadena de la tv alemana) admiraban los comentarios deportivos del mencionado Horst Rippert, cronista famoso, viejo zorro de la Luftwaffe reconvertido en el periodismo deportivo, hijo de una familia de emigrantes rusos de vago origen judío. De hecho, es posible encontrarlo citado en las páginas de ABC en los años 70, sin que por supuesto se hiciera referencia a ningún aspecto de su pasado militar ni mucho menos al autor de ‘El Principito’.

Cuando Vanrell y Von Gartzen localizaron a Horst Rippert en una banal guía telefónica, el veterano de la Luftwaffe los cortó de manera expeditiva: «No sigan hablando. Pueden venir a verme. Soy yo quien derribó el avión de Saint-Exupéry». Prudentes y astutos, ambos guardaron el secreto y escribieron un libro para contar toda la historia que se publicó en 2008. Rippert, jubilado de 88 años, habló por vez primera y muy prolijamente, ese mismo año:

«Yo cumplía una misión a unos 2.000 metros de altura, no lejos de Toulon. Descubrí un Lightning que volaba muy bajo. Los Lightning solían volar a unos 10.000 metros de altura. Yo lo tenía a mi alcance, 8.000 metros más abajo. Volaba de manera extraña. Para mí se trataba de un blanco fácil y el piloto no parecía enterarse, así que me dije: ‘Tío, si no te enteras te caes, ya’. Y me tiré sobre él, sin contemplaciones. Disparé sobre las alas. No ví saltar al piloto cuando el avión se precipitó sobre el mar. Misión cumplida. Un rival menos».


«Me quedé horrorizado»

Rippert subrayó que desconocía la identidad del avión que acababa de derribar. La descubrió pocos días más tarde. Sesenta y tres años después, recordaba ese momento así: «Me quedé horrorizado. De niño, de adolescente, toda mi vida giró en torno a los héroes de las novelas de Karl May y de Saint-Exupéry. Nadie como Saint Exupéry había escrito sobre los pioneros y la épica de la gran historia de la aviación. De joven, él no solo era para mí un gran escritor, el autor de ‘El Principito’, sino también el autor de grandes libros que he continuado admirando. ¡Qué catástrofe! ¡Yo mismo había derribado el avión de uno de mis héroes! Un desastre. Pero, aquel día, yo no sabía contra quien disparaba. Tiré contra un avión enemigo. Eso es todo».

Resuelto el misterio de su desaparición, Saint-Exupéry nos deja todavía algunas incógnitas sobre su última misión. ¿Por qué volaba tan bajo y de un modo pendular un piloto con más de 6.500 horas de vuelo? Pero en lo que respecta a Rippert, nunca nadie le reprochó nada. Ni tan siquiera el sobrino nieto del famoso escritor, que así justifica aquel hecho en 2011 en una entrevista a este diario. «Este hombre, a sus 88 años, tuvo la valentía de contar esta historia, algo que no le debe haber dejado dormir muchas noches. Hizo su trabajo y no sabía quién pilotaba el otro avión».

Archivo ABC







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