“Malú”, la mujer que habla con las guacamayas
Identidad 15/12/2019 07:00 am         


María de Lourdes González (Malú) se desplaza en una moto que detiene a la vera de cualquier camino para detallar las guacamayas que en Caracas revolotean por todas partes.



Los psitácidos es la familia a la cual pertenecen las guacamayas, loros, pericos, cotorras y periquitos. “Malú”, diminutivo por el cual se conoce a María de Lourdes González, casi que forma parte también de esa familia como un miembro más. Se desplaza en una moto que detiene a la vera de cualquier camino para detallar las guacamayas que en Caracas revolotean por todas partes. En el valle más verde que se pueda imaginar, El Ávila es una acogedora montaña que enamora a estos enormes pájaros que llenan el cielo de colores.

Era todavía una niña cuando su abuela regresó del Amazonas con un regalo. Se trataba de un perico ojo blanco que llamaron Roberto. “Mordía a todos y odiaba a los hombres. Era antipático y arisco, pero amaba a Malú –relata la periodista especializada en temas de ecología Helena Carpio, quien la entrevistó para un reportaje-. A Roberto le encantaba la música de Celia Cruz y bailaba salsa!”. Esa experiencia con el animalito inspiró en Malú el deseo de convertirse en bióloga, hoy con doctorado en Ciencias Biológicas en la Universidad Simón Bolívar de Caracas (USB), donde actualmente investiga e imparte clases.

Entre los 400 tipos de aves que existen, sólo en el valle de Caracas – sin contar las que están en El Ávila- hay especies de guacamayas que se diferencian por su colorido. Las hay azules y amarillas, tricolor dibujando la bandera nacional, otras de un rojo vivísimo lo que, además de su majestuoso vuelo, las hace distintivas como aves ornamentales dada su cualidad estética. “Las clasificamos por sus colores –cuenta Malú-. Desde hace cientos de años definimos que esas eran las especies que estaban en la ciudad. No tenemos claro qué va a pasar en el futuro pues hay aves que se están cruzando entre sí produciendo híbridos muy novedosos. Formalmente hablando, hoy sólo tenemos cuatro especies.”

Ahora bien, todos los que exhiben un pico con forma de garfio pertenecen al mismo grupo de animales. Hace unos treinta años fueron introducidas – no es una especie nativa- en la capital venezolana estos animales tan sociables que cientos de personas las reciben en las ventanas o terrazas de sus casas o apartamentos, les hablan, les dan de comer, les toman fotos y hasta les cantan o les ponen música, cosa que estas aves parecen disfrutar mucho.

Los citáceos, el grupo completo de guacamayas, loros, pericos y demás, constituye una gran familia de unos 18 miembros (especies), lo que significa un alto número de aves urbanas para una sola ciudad. Somos privilegiados al tener todas estas aves, aunque la guacamaya es, sin duda, la más llamativa y exótica. “El tener tantos árboles además del hábitat del Ávila favorece la presencia de tantas especies de aves. El Ávila es muy valioso a nivel biológico. Por fortuna aún somos una ciudad verde. Nuestras calles son muy arboladas donde el verde predomina”. El verdor de Caracas ayuda a reducir la contaminación. Es tan intenso que sorprende a los visitantes quienes de inmediato notan la amabilidad del ambiente.

Las guacamayas tienen un promedio de vida de 70 años y aparecieron inicialmente en las selvas de América y toda la zona Meridional. Alguien las trajo, les gustó la ciudad y se quedaron. Como las personas, no son inclinadas a estar solas sino que se caracterizan por ser muy sociables. Siempre se las ve en grupos de 2, 3 o más. Viven en pareja, macho y hembra pero, cuando uno de los dos muere, otra pareja lo adopta. “Cuando una guacamaya tiene cría –cuenta ‘Malú’- lo primero que hace es llevarla a los comederos más cercanos para que conozcan a los alimentadores. Es una singular y muy cercana relación la que se establece entre los humanos y estas aves. Son muy amigables pues normalmente vienen de mascotas”. Aún sin pertenecer originariamente a la ciudad, ellas son quienes se acercan a los humanos y es ese vínculo tan cercano lo que hace que la relación sea casi instantánea. Por ello, hoy son uno de los baluartes de Caracas.

Hoy, su comercio es prohibido pero en los años cincuenta era común encontrar vendedores ambulantes de guacamayas en el centro de la capital. En realidad, fueron mascotas de las familias. A unas las liberaron poco a poco, otras escaparon. Pero eran tantas que comenzaron a formar poblaciones. “Ellas no deben vivir en cautiverio –precisa ‘Malú’-, deben ser libres”. Es un animal gigantesco, difícil de cuidar, tiene alas muy grandes y su estado natural es poder extenderlas y volar. “¿En qué jaula podría hacer eso?”, se pregunta “Malú”. Ciertamente, cualquier caraqueño podría decir que es hermosísimo verlas volar.

Ella lleva tiempo sin censar la población de guacamayas pero precisa que para el 2016 -justo antes de los conflictos de calle del 2017- “conté una población de casi 400 individuos de guacamayas amarillas y azules, lo cual es muchísimo para una ciudad pequeña de unos 15 kilómetros de largo. La densidad de especies que tiene esta urbe es altísima”, explica la bióloga. El contacto con las personas ha venido aumentando con el tiempo. La gente les ofrece fruta o semillas de girasol – los alimentos procesados podrían reducir su expectativa de vida- y ellas lo agradecen volviendo cada día con su vivo plumaje a refrescar las retinas de los caraqueños, cansadas de ver tanto deterioro en nuestra querida ciudad. Estos pajarracos traen alegría y su vuelo hace sonar con la libertad.

Su pico puede cortar metales, funciona como otra pata. Pueden sostenerse sólo sobre el pico hasta por un minuto seguido. Es tan fuerte el pico de la guacamaya que puede romper madera e incluso cortar metales. Su agilidad para manipular es asombrosa pues, a diferencia de las otras aves, los guacamayos tienen una musculatura capaz de movimientos, más allá de abrir y cerrar, lo que les permite una variedad de malabarismos que incluye comer y operar como si tuvieran una tercera extremidad. “Son capaces de cortar cualquier cosa por lo que hay que tomar precauciones si se desea tocar un ave de estas- advierte ‘Malú’- muerden muy duro”.

“Malú” y quienes se dedican a la observación de aves se sientan, por horas y con un riguroso método, a seguir el comportamiento animal. Como ecóloga, su área implica mucha observación. Debe llevar al detalle la relación entre las aves, cómo fluye, los graba, hace anotaciones sobre su conducta, experimenta con ellas para comprender sus reacciones. Estudiando las guacamayas de Caracas lleva doce laboriosos y pacientes años. “Son mis mejores amigas”, bromea. Y a medida que Caracas se pinta de naranja, bandadas de guacamayas vuelan por sus cielos sellando con bullicio el fin del día, poniéndoles sonido a los siempre memorables atardeceres de la capital venezolana. El eco de sus gritos –que son sus llamados para recogerse cuando la claridad va muriendo- reverbera en los edificios, logrando que el caraqueño olvide el caos citadino y se regale una sonrisa disfrutando al contemplar el cielo convertido en un arcoíris en vuelo.







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