El Salto Tecnológico
Política 22/03/2020 07:00 am         





Basándose en diversas proyecciones, Robert Fogel refiere que para 2040 el PIB de China deberá resultar tres veces superior al de Estados Unidos, representando el 40% del PIB global frente al 14% de este último (Jonathan Gruber and Simon Johnson, Jump-Starting America, New York, 2019). Para enfrentar el reto económico que China le plantea, Estados Unidos debe abrazar sin cortapisas la Cuarta Revolución Industrial.

Un solo ejemplo hace evidente el porqué de ello. En 1965, Gordon Moore predijo que el número de transistores que contenía una computadora se duplicaría cada dos años, haciéndola por tanto mucho más potente. Si bien su predicción ha resultado correcta por más de medio siglo, el número de investigadores requeridos para lograr duplicar la densidad de los chip ha debido multiplicarse por 18 desde finales de los setenta. En otras palabras, más y más dinero es requerido para mantener la misma rata de crecimiento en la productividad a lo largo del tiempo (Jonathan Gruber and Simon Johnson, citados). Es por ello que Estados Unidos debe mantener la espiral tecnológica en continuo movimiento, sin poderse confiar de logros pasados. Sólo así podrá mitigar la tendencia hacia el rezago económico frente a China.

Lo anterior, sin embargo, le representa un costo muy concreto: agravar el problema del desempleo y, por extensión, la gigantesca brecha social que hoy existe en ese país. La desigualdad social que se da en Estados Unidos, en efecto, se encuentra a la par de la de Filipinas y excede significativamente a la existente en Egipto, Yemen o Túnez (Martin Ford, The Rise of Robots, New York, 2015). Ello le plantea una desventaja frente a China. Tal como señala George Magnus: “En China, la escasez en ascenso de jóvenes y el exceso de personas mayores con calificaciones laborales insuficientes se plantean como un serio escollo para sus ambiciosos planes económicos” (Red Flags, New Haven 2018).

Ello se traduce en la mayor disposición y necesidad por parte de China de lanzarse de lleno por el camino de la Cuarta Revolución Industrial: única salida frente al envejecimiento de su población. La tecnología pasa a presentarse así como una respuesta providencial para alcanzar el llamado “rejuvenecimiento” del país, término de altos decibeles nacionalistas que apela a reencontrar la gloria de tiempos pasados. Tecnología y nacionalismo convergen de esta manera como fuerzas legitimadoras del régimen, haciendo mucho más tolerables los costos sociales derivados de la primera.

Estados Unidos se encuentra en un plano totalmente distinto, en la medida en que dispone de un claro relevo generacional. De acuerdo a los Prospectos de Población Mundial de las Naciones Unidas, la población de ese país está llamada a crecer de 328 millones en 2018 a 370 millones en 2050 (Yi Fuxian, “An aging China will never overtake the US economy”, Inkstone, March 29, 2019). Ello se sustenta no sólo en el hecho de que ese país tiene una de las mayores ratas de fertilidad dentro de los países desarrollados, sino en el incremento poblacional derivado de la inmigración. Bajo tales circunstancias, la tasa de envejecimiento del país es mucho menor que en China lo que, por extensión, hace que los costos sociales derivados de la tecnología resulten mucho menos manejables.

A lo anterior se une el hecho de que, a diferencia de China donde las banderas nacionalistas cumplen un importante papel unificador, Estados Unidos se encuentra totalmente polarizado. Mientras el programa “Hecho en China 2025” define claras líneas estratégicas para alcanzar el “rejuvenecimiento” del país, Estados Unidos se ve sometido a un ambiente político altamente volátil. Volatilidad que aumenta en proporción directa a la disrupción de empleos que la tecnología trae consigo.

La consistencia presente en China, donde partido y población convergen en el propósito de colocar al país a la vanguardia del mundo, contrasta con el zigzag político estadounidense. En efecto, visiones contrapuestas e irreconciliables de sociedad mantienen divido a Estados Unidos. Trump, y el populismo que él encarna, son buenos ejemplos de cómo el país puede de pronto volver a otorgar prioridad al carbón y al acero, retrotrayéndose a la agenda económica de los años cincuenta.

Estados Unidos se ha transformado en un lugar crecientemente impredecible, en donde no es posible determinar la dirección que seguirá el país. Cada nuevo inquilino de la Casa Blanca representa la posibilidad de un cambio radical de dirección en medio de la más absoluta incoherencia estratégica. Por lo pronto el populismo estadounidense, en su doble vertiente de extrema derecha e izquierda progresista, es poco proclive a apoyar a sus grandes empresas tecnológicas. Mientras Trump pone el énfasis en retrotraerse a tiempos pasados para apoyar a los desplazados, Sanders y Warren creen que para proteger al ciudadano común es necesario regular, circunscribir y desmembrar a sus Google, Facebook y Amazon.







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