¿Está en Decadencia Estados Unidos?
Política 17/01/2021 08:00 am         


Los últimos hechos ocurridos a propósito de la elección presidencial y la victoria de Joe Biden cuestionada por Donald Trump, abre espacio para análisis y estudios del proceso político de ese país.



Por Jesús Omar Uribe


La crisis político electoral que vivió EE.UU nos obliga a una reflexión más allá de si es cierto o no que hubo fraude, más allá de valorar los respaldos abrumadores de millones de votantes a cada de uno de los contendientes y más allá de la Doxa u opiniones de todo tipo provenientes de personas que defienden fervientemente a Trump o lo adversan.

En 1949, Qutb, un ideólogo del islamismo, ahorcado por Nasser, vivió en los EEUU y escribió un folleto titulado LA AMERICA QUE YO HE VISTO en donde detecta signos de lo que él estimó la decadencia americana: el materialismo, su juego de futbol americano que consideró violento y espejo de una sociedad violenta y el apego por los placeres sexuales, y sostuvo, además, que el país fue fundado por aventureros y criminales descontentos con el viejo mundo. Como observador externo tuvo razón en algunas de sus críticas, pero se equivocó al valorar la calidad humana de los peregrinos fundadores. EE.UU fue fundado por seres humanos profundamente cristianos con valores sólidos, trabajadores, valientes, soñadores, libertarios, respetuosos de la dignidad humana, e igualitarios, pues todos se iniciaban en esa aventura desde cero, sin riqueza ni títulos de nobleza. Su sentido democrático era inevitable porque sólo con la participación de todos en las decisiones se creaba la obligación ciudadana consensuada. En 1636, Roger Williams, funda Rhode Island que fue desde sus inicios el primer lugar que permitió la libertad religiosa. Las comunas norteamericanas fueron longevas y aceptadas como modelo de gobierno democrático, a diferencia de la Comuna de París que obedecía a odios y resentimientos sociales. Por eso, cuando se inició el régimen de terror blanco de la era thermidoriana (en venganza del terror rojo de Robespierre), los comuneros de París fueron perseguidos y masacrados y la cabeza de Robespierre fue cortada en la misma guillotina que decapitó al rey Luis XVI.


EL PRIMER IMPEACHMENT

John Wintrop, primer gobernador de la bahía de Massachusetts, fue destituido por déspota y no cumplir con la convocatoria de la Corte General que debía reunirse cuatro veces por año. Los colonos lo protestaron, pues no aceptaban su tiranía. “Debemos vivir -decían- bajo el imperio de la ley y no sometidos al poder de un individuo”.


PRINCIPIOS VERSUS RIESGO NACIONAL Y DINERO

La lucha perenne entre el pragmatismo y los principios han llevado a EE.UU a cometer grandes errores. La prédica de Qutb sostenía que las prácticas occidentales y el secularismo habían llevado a la sociedad musulmana a una época “de ignorancia previa la aparición del islam”, ideas que coincidieron con la del ayatolá Jomeini, pues el apoyo de EE.UU al Sha Irán y su fracaso como gobernante trajo a los radicales shiitas al poder hasta el sol de hoy, y no ha dejado de ser un problema de gran repercusión mundial. Alguna responsabilidad debe tener EE.UU, pues Irán en lugar de derivar hacia una república democrática y laica, lo hizo hacia el totalitarismo religioso beligerante, que no sólo se enfrenta a EE.UU, sino a todos los sunitas, especialmente a los de Arabia Saudita, iguales de fanáticos, sectarios y guerreristas, país que utiliza la riqueza petrolera para fomentar la yihad y el terrorismo, pero que es visto con buenos ojos por su “amistad hacia Occidente”, valorada esa “amistad”, especialmente, por la cantidad de cientos de miles de millones de dólares petroleros que invierten en armamento. Arabia Saudita invirtió unos 60 mil millones de dólares en armamento y mejora de las condiciones de sus sistemas de seguridad cuando la primavera árabe estalló en sus cercanías.


ENGAÑO OAUTO ENGAÑO

En América Latina, para sólo citar el caso de Haití, Francois Duvalier, el famoso Papa Doc, un tirano sin medida, logró engañar a EE.UU con el cuento de la lucha contra el comunismo y se perpetuó en el poder iniciándose en 1957 y luego, desde 1964 y hasta su muerte en 1971, recibiendo apoyo moral y muchos dólares en recompensa por su hábil engaño. Haití sigue siendo una vergüenza y una desgracia. El régimen de Fidel Castro, luego de la crisis de los misiles, que sí era comprobadamente un peligro para el continente, fue perdonado por Kennedy, a pesar de tener un portaaviones a sólo 17 millas de la Habana. Cuba sigue siendo un país inmensamente pobre y un estímulo moral y material al totalitarismo y el populismo latinoamericano. Muchos “líderes” latinoamericanos suelen ser asiduos visitantes de la Habana, no porque allí haya una gestión gubernamental digna de ser mostrada, sino porque desean conocer de primera mano el secreto del poder eterno.


¿QUE VALE MAS UN RICO O UN PENSADOR?

Von Mises, en su libro sobre la “Mentalidad anti-capitalista”, plantea la preferencia de la sociedad americana por admirar al rico más que al sabio y reseña cómo la intelectualidad de ese país suele despreciarlos por su notable ignorancia; al mismo tiempo, los ricos rechazan a la intelectualidad por su sesgo anti sistema. Mises narra que las reuniones sociales de Europa más cotizadas eran aquellas en la que estaría presente un intelectual destacado; por el contrario, en EE.UU se cotizan aquellas en que la estrella invitada es un millonario. Esta contradicción entre riqueza e ignorancia ha cerrado las vías de comunicación en la elite dirigente limitando la creación de una plataforma política coherente. El tema se agrava porque el cotilleo social se enfoca en frivolidades, en el golf o el juego de cartas y en el disfrute de la enorme bonanza que les da el ser la primera economía del mundo. Muy pocos de esos hombre de éxito han abierto un libro en su vida, siendo peor el hecho que desconocen las virtudes y claves del sistema en que viven, tal como los peces ignoran el agua que es su fuente de vida.

¿Se pueden enseñar las claves del éxito capitalista? Basta observar a la propia China, a Singapur, a Hong Kong, a Corea del Sur y a tantos otros países que en menos de medio siglo han alcanzado avances notables en la mejora de su calidad de vida. En cambio, el continente americano, la vecindad del “imperio” sigue sumida en la pobreza con índices deplorables en la calidad de vida. Basta mirar a México para lamentarnos por esa tragedia. En EE.UU y con mayor énfasis en América Latina, el Estado se colocó como una verdadera superestructura por encima de la sociedad, con la diferencia que la sociedad norteamericana tiene un tejido empresarial masivo y un poder judicial independiente al cual se puede recurrir para dirimir las diferencias, incluso aquellas que se plantean contra el gobierno.


HENRY FORD DEL FORD “T” A SU NECEDAD POLÍTICA

Uno de los grandes titanes de la sociedad norteamericana fue Henry Ford. Sus aportes cambiaron a los EE.UU, su línea de ensamblaje del Ford T llevó a abaratar y masificar su genial invento al punto que no sólo benefició la movilidad de la clase obrera que podía pagar su carro en cuotas y desplazarse para encontrar un terreno donde edificar su casa en sitios bucólicos fuera del hacinamiento de la grandes ciudades, sino que elevó los salarios al doble y redujo la jornada laboral a 40 horas semanales. Este Titán era un simpatizante nazista y anti semita. En “Mi lucha” (escrita a mediados de los años veinte) Hitler expresó su opinión: “Son los judíos quienes gobiernan las fuerzas de la Bolsa de Valores en la Unión Estadounidense. Cada año les convierte más y más en los maestros que controlan a los productores de una nación de 120 millones. Pero para la furia de ellos, solo un hombre, Ford, todavía mantiene la total independencia”. En 1918, uno de los más cercanos colaboradores de Ford y su secretario personal, Ernest G. Liebold, compró un periódico semanal “The Dearborn Independent” para que Ford pudiese publicar sus opiniones. Para 1920 Ford se convirtió en un antisemita y en marzo de ese año comenzó una cruzada antijudía en las páginas de su periódico. En 1938 el cónsul alemán en Cleveland otorgó a Ford la condecoración de la “Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana”, la condecoración más alta que la Alemania nazi podía otorgar a un extranjero. Pese a llegar a tener cientos de miles de seguidores no prosperó su intento de liderazgo nacional. Pero no solo Ford. Con frecuencia han emergido a la palestra pública demagogos, racistas y antisemitas. También, recientemente, demagogos de izquierda como Sanders.


RACISMO Y ANTISEMITISMO

La guerra de secesión americana tuvo su origen en el desigual desarrollo del norte industrial y el sur agrícola y esclavista. Algunos exégetas del racismo acusan a la sociedad norteamericana de racista y esto es una verdad a medias. Los blancos del norte fueron adalides de la lucha contra la esclavitud y protegieron a millares de esclavos, bien a los que alcanzaban la libertad o a los que huían del sur. Abraham Lincoln pagó con su vida el decreto de abolición de la esclavitud y la guerra civil tuvo como trasfondo la defensa de ella como su clave económica. El racismo ha existido y tiene su base en la ignorancia y en la mala interpretación de hechos y circunstancia que se convierten en ideología. En la obra de Shakespeare “El mercader de Venecia” se trata el tema de la llamada “usura” de los judíos y justamente es a él, el judío, despreciado por usurero, al que recurren sus detractores cuando demandaban ayuda financiera. Años más tarde “la nación que desprecia a los negros” eligió a Barack Obama un ciudadano de raza negra y algún día lo hará con un descendiente de latinos. Paul Johnson en su obra “Estados Unidos, la historia” sostiene -y estamos de acuerdo con él- que la creación de los Estados Unidos de Norteamérica es la más grande de las aventuras humanas. No hay -dice- otra historia nacional que entrañe tan formidables lecciones, no sólo para el propio pueblo norteamericano, sino para el resto de la humanidad. Se pregunta ¿Puede una nación sobreponerse a las injusticias que marcaron su origen y merced de su decisión y empeño moral, repararlas? Todas las naciones -agrega- han nacido producto de guerras, conquistas y crímenes que suelen quedar ocultos en las sombras de un pasado remoto. Desde sus comienzos, en la etapa colonial -sigue diciendo- ganó sus títulos de propiedad en la época de esplendor de la historia escrita y las manchas que enturbian ese proceso están a la vista para censura de todos; el despojo de los pueblos indígenas y el logro de la autosuficiencia valiéndose del sudor y el dolor de una raza esclavizada. Para juicio de la historia lo que compensa esos pecados es la formación de una sociedad fundada en la búsqueda de la justicia y la imparcialidad. ¿Es esto -se pregunta- lo que ha hecho Estados Unidos? ¿Ha expiado sus pecados originales? La segunda pregunta nos da la clave de la primera. En el proceso de creación de una nación ¿es posible mezclar con éxito ideales y el altruismo -el deseo de construir la sociedad perfecta- con la codicia y la ambición, sin las cuales es absolutamente imposible crear una sociedad dinámica? En tercer lugar, en un principio se propusieron erigir una nueva ciudad sobre una colina “porque los ojos del mundo nos miran”, pero se descubrieron constituyendo una república ejemplo para el mundo.


SIN PARTIDOS POLÍTICOS

Se sabe que la escuela de Salamanca, de pensamiento liberal, influyó sobre John Locke y luego sobre John Adams, James Madison y Tomás Jefferson, padres fundadores. Angel Fernández Alvarez en su libro “La Escuela española de Economía” demuestra que en 1788, John Adams adquirió una obra de Juan de Mariana, titulada “Del Rey y de la institución de la dignidad real”, siendo uno de los más extraordinarios pensadores de la ilustración española. Mariana hace una distinción entre un rey y un tirano, justifica la rebelión contra el tirano e incluso el tiranicidio, se opone a las policías secretas, critica el gasto en obras faraónicas, se opone a la alteración de la moneda nacional y a la creación de un banco central que ejerza un monopolio sobre la acuñación de la moneda, ideas de las cuales participa John Adams. Por su parte, Madison había leído libro tras libro que le mandaba Jefferson de Francia, en especial los que se referían a varios tipos de gobierno. El historiador Douglas Adair llamó a este trabajo de Madison “probablemente la investigación académica más fructífera que ha sido realizada por un americano”.

Las circunstancias dividieron el liderazgo americano. Por un lado Hamilton (fundador del partido Federalista) partidario de fortalecer el gobierno central y Madison (no era demagogo) partidario de no ceder el poder de los gobiernos locales. El partido Republicano había sido fundado por Jefferson que luego se llamó partido Demócrata Republicano con la incorporación de Madison como cofundador. Ninguno de los partidos obedecía a intereses económicos o segmentación social, la diferencia estaba determinada sólo por el peso que le daban bien al poder central o a las regiones. Con la guerra de independencia algunos dirigentes se dieron cuenta que la debilidad del gobierno central significaba un peligro para la causa, pues los tributos estaban concentrados en la regiones y el gobierno central no disponía de recursos para tarea tan importante. La idea del peso de las regiones por encima del poder central tenía su razón de ser que caducó en un momento tan excepcional como la guerra de independencia. Después de la independencia el poder político se desplazó de las regiones al poder central y Hamilton, la mano derecha de Washington, supo ejecutar su plan centralista de gran complejidad y eficiencia. Para superara los localismos fundó el partido Federal de los Estados Unidos, primer partido político de la historia de los Estados Unidos, el cual dirigió hasta su muerte. Hamilton perdió la elección de 1800 frente al Partido Demócrata-Republicano de Jefferson. La oposición de Hamilton a la reelección de Adams ayudó a causar su derrota en esta elección. Jefferson y Aaron Burr empataron por la presidencia en el colegio electoral en 1801, y Hamilton ayudó a derrotar a Burr, a quien él encontraba carente de principios, y a la elección de Jefferson a pesar de sus diferencias filosóficas.


NACEN LOS PARTIDOS DE VERDAD

En la antigua Grecia durante casi dos siglos se libraron terribles luchas entre la oligarquía terrateniente (eupátridas) y los campesinos. Le correspondió a Solón “el militar poeta”, como lo llamaba Aristóteles, aceptado por ambos bandos, legislar para poner fin a aquel conflicto social. En efecto habían dos partidos clasistas: el oligárquico y el democrático, este último llamado así porque la palabra demos significa pueblo; es decir, era el partido de los que no tenían tierra. Uno de los graves problemas era que la ley establecía la esclavitud por deudas extensiva a toda la familia. Solón le puso punto final a esta aberración. Aristóteles había observado que las desigualdades que provocaban el estallido de disturbios en Atenas era de naturaleza económica y política y unas reformas basadas sólo en el sistema judicial no podían aliviar las tensiones que invitaban a clausurar el sistema
democrático y asumir la tiranía característica de la casi totalidad de los gobiernos de la época donde la rebeliones sociales eran aplastadas sin piedad.

El pueblo sabía eso y no renunció a las libertades políticas de la democracia. Tanto la oligarquía como el pueblo decidieron establecer un pacto que consistió en abandonar la lucha por la tierra y repartirse el poder del Estado: la oligarquía se quedaba con el arcontado y el generalato y los pobres ejercían su influencia en el consejo, en la asamblea y en los tribunales, nombraban a los magistrados y podían destituirlos y les exigían rendición de cuentas al final de su mandato. Como marco general se mantenía la política económica que los favorecía a todos. Había nacido una nueva manera de vivir menos dura que la labranza de la tierra: La burocracia.


PODER Y BUROCRACIA UN TESORO A REPARTIR

Cuando el centralismo se impuso para salir airosos en la guerra de independencia norteamericana, éste se quedó para siempre. La sociedad se había hecho más grande y compleja y los cargos públicos de las comunas regionales que antes eran ocupados por ciudadanos conocidos y con vocación genuina de servicio, pasaron a ser ocupados por los militantes y el mérito ciudadano se desplazó por la lealtad partidista que también había surgido y se convirtió en prioritaria.

El partido Demócrata fue fundado en 1828 y el Republicano en 1843. Había pues, mucho que repartir, amén de otros privilegios mayores que el poder otorga. En realidad el nacimiento de los dos partidos fue una viveza como la de los Mayas en donde un grupo de ellos se proclamaron dioses y así fueron asumidos por su pueblo. ¿Necesitaba la nación americana de los partidos? ¿Podía continuar desarrollando sus comunas? ¿O experimentar un modelo nuevo con marcado sello administrativo en lugar de político?

Como nos cuentan Levitski y Ziblatt en su libro “Cómo mueren las democracias”, Hamilton, previendo que una elección popular pudiera otorgarle el poder a quienes manipulan el miedo y la ignorancia de las masas y sin poseer mayores credenciales morales, podrían terminar gobernando como tiranos, inventó la elección en segundo grado a través del Colegio Electoral, integrado por hombre prominentes de la esfera local de cada estado, llamados los “compromisarios” que tendrían la responsabilidad de elegir al presidente.

Este muro de contención no era ni fue suficiente, pues la habilidad de los dirigentes partidistas siempre encontraba rendijas por la cual colarse y la Constitución americana las tenía y las tiene. “Durante el período de reconstrucción del país -recuerdan Levitski y Ziblatt- la concesión del derecho de voto masivo a los afroamericanos planteó una grave amenaza al control político de los blancos en el sur y al predominio del partido Demócrata. De acuerdo a la Ley de Reconstrucción de 1867 y la Quinta Enmienda se prohibía limitar el sufragio en función de la raza. Esto llevó a una participación masiva de los afroamericanos en las diferentes elecciones, elevó en términos sorprendentes su ascenso a cargos parlamentarios y a un auge del partido Republicano que desafiaba al omnipotente partido Demócrata. Estos perdieron el poder en Carolina del Norte, Tennessee y Virginia en las décadas de 1880 -1890, y hubieran perdido (de acuerdo al politólogo V.O. Key -citado por Levitski y Ziblatt-) Alabama, Arkansas, Florida, Georgia, Missisipi y Texas, si las elecciones democráticas y libres hubieran continuado. Entonces surgió la trampa y comenzaron los demócratas a modificar las constituciones estatales para impedir el voto afroamericano con subterfugios, pues no podía hacerse alusión al tema de la raza. “Entre 1885 y 1908, los once estados pos confederados, sin excepción, reformaron sus constituciones y las leyes electorales para privar del voto a los afro descendientes. La participación electoral negra en el Sur se desplomó del 61% en 1880 a sólo el 2% en 1912”.


LA EVOLUCIÓN SE PARALIZO

Aunque los partidos políticos no están contemplados en la Constitución, se convirtieron en una realidad hasta coronar el bipartidismo que se alterna en el poder. Las viejas disputas se sofisticaron y ambos partidos asumieron la modernidad populista demasiado “importante” para ganar en unan nación tan grande y tan diversa. En mi criterio, EEUU no merece dos partidos igual de politiqueros. A pesar de su crecimiento poblacional, hubiera sido preferible mantener el sistema comunal modernizado, único, no ideológico y tan democrático como su génesis. Hoy EEUU, no estaría viviendo la tragedia de una división típica del populismo latinoamericano.

Un país bastante inculto pero rico, da origen a facciones como las que hemos visto resurgir como fantasmas tanto en los alzamientos de los afro descendientes como en la toma del parlamento por los racistas blancos que más parecían seres de ultratumba que otra cosa. Así mismo, existe un anti capitalismo de las capas intelectuales difícil de explicar y entender.

Casi 150 millones de estadounidenses votaron. Un poco más de la mitad por Biden y un poco menos por Trump. Esta votación fue excepcional. En 2016 el total de votantes fue de 138 millones. Esta vez corrieron a las urnas los que querían salir de Trump y los que deseaban que se quedara. Perdió Trump por un escaso margen y desarrolló su mayor error que fue atribuirle a un fraude lo qué su gestión y personalidad precipitaron. Aun siendo cierto el fraude, si Soros, los medios de comunicación y al diablo intervinieron, lo pillaron y no pudo probar el fraude. La reelección suele ser generalmente ratificada, hecho probado históricamente, y sí no se dio, con honradez y humildad tendrían que revisar cuál fue la verdadera causa de su rechazo y no arremeter contra las instituciones de manera ciega, irracional y violenta. Su gobierno no fue austero e incrementó la deuda nacional.
Sí hay una decadencia norteamericana, especialmente moral y política. Sus efectos no alcanzan a derrumbar su enorme civilización pero si están minando poco a poco su andamiaje. Su vuelta a los principios fundamentales no es un imposible, pero es necesaria una reconciliación de su elite dirigente en torno a una gran revisión de lo que fueron, lo que son y lo que serán.

Manuel Suárez-Mier (reseñando el libro de Stephen Knott que se refiere a la decadencia de la institución presidencial) sustenta que el presidente, como cabeza del Estado, debería servir como su líder simbólico y de ninguna manera como el adalid de sus seguidores o partido. La presidencia ideada por Hamilton para su jefe, George Washington, era una fuente de unidad nacional y no un medio para alentar la división y la discordia. El argumento central de Knott es “que minando el poder político en sus cimientos legales, trocándolos por un presidente en busca de aprobación popular, llevó a la decadencia del sistema político”. El texto enfatiza el peligro de cambiar una democracia representativa por una de masas. El concepto original se basa en el principio que “el presidente no debe moldear o inflamar la opinión pública sino que debe servir como un freno para esas inercias. En contraste, la presidencia ahora se dedica a enardecer partidarios y al pueblo con el fin de reinventar la nación”. La presidencia populista transformó a su ocupante en el “tribuno del pueblo”, defensor del “hombre común” y “en la vanguardia del cambio, que llevaría a la nación a la tierra prometida”.






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