El MAS, la naranja perdió el ju(e)go
Política 20/01/2021 08:00 am         


Tan fresco que era, los 50 no le sientan bien al movimiento que se convirtió en referencia a la hora de conciliar lo imposible: justicia en libertad



En noviembre de 1970, El Nacional publica en la respetada primera página del cuerpo D —ni tan amarilla—, la crónica que registra los pormenores de la que sería un cónclave crucial del Partido Comunista de Venezuela; uno de los más democráticos en el mundo, según la leyenda. Texto de la entonces estudiante de periodismo Luisa Barroso, y fotos de Dimas Ibarra, quedará registrado en lo que se convirtió la sesión: de conflicto generacional entre los miembros de la feligresía a insalvable escollo. Las juventudes rojas, previo derecho de palabra, expondrían ante los fundadores y líderes históricos sus varias inconformidades. No imaginaron los hermanos Machado ni ninguno de los presentes que se desencadenaría. La crisis que se convierte en ardua jornada proseguirá y tendrá consecuencias, en menos de lo que canta un gallo (el del logo).

A la diatriba que ha producido tantas tensiones en el buró, la de si dar o no por cancelada totalmente la lucha armada y la guerrilla urbana, es decir, dejar de confrontar policías —y matarlos—, se suman a la minuta un rimero circunstancias foráneas en pleno hervor, imposibles de soslayar. Ese día caen en la mesa como papa caliente asuntos tales como el futuro de las tesis justicieras y cómo compaginarlas con los derechos humanos así como las marchas de los hippies y la juventud de Estados Unidos y alrededores contra la guerra de Vietnam; o las iniciadas por los estudiantes contra la rancia academia, en París; o las abortadas contra el imperialismo soviético, en Praga. ¿Qué posición tomar frente a tanto? ¿Se ignorarán los procesos de cambio? ¿No habrá revisión en casa? 

El encuentro deviene demarcación. Es la gota que derrama el vaso. Y tras un período de irreconciliables confrontaciones y subsiguientes expulsiones sucede no solo la división temida. La disidencia, interesada en respirar con su propia bombona de oxígeno, funda dos meses después, el 19 de enero de 1971, un nuevo proyecto político. Innovador, visionario y sin parangón, tanto en su forma de organización como en lo relativo a propuestas y discurso, así nace hace 50 años el MAS. 

“Es que los partidos no prorrumpen por generación espontánea, hay una maceración y un conflicto, y son una respuesta: vienen a ocupar un espacio”, dice Barroso desde la distancia del confinamiento. Que los partidos no son apenas la expresión de una ocurrencia o meras prótesis o franquicias de tendencias universales, añade. El caso del Movimiento Al Socialismo, una de las agrupaciones políticas más originales del país —evoca la lúcida y per sé guapa Luisita, insigne gremialista y defensora de los derechos de la mujer—, es inédito, aun cuando sus miembros migran desde otra militancia, una con estructura modelada según el formato de la casa matriz. El MAS, tan plural aunque se le consideró en algún momento algo elitista, puede ubicarse en la social democracia, y se inscribirá en la Internacional Socialista —como Acción Democrática o Voluntad Popular— pero sin duda se le considerará algo distinto. Como una suerte de fenómeno.

“Es que ni siquiera queríamos considerarnos un partido, preferíamos construir un movimiento, como dice el nombre, que congeniaría lo imposible”. Recuerda el entusiasmo que despertó, los moldes que rompió, y la reacción que produjo la propuesta en la izquierda conservadora: eran los anaranjados unos tibios revisionistas, en realidad, traidores. Para la derecha, unos marxistas disfrazados, los mismos sediciosos de antes ahora con piel de oveja. Pero por un largo tiempo, el partido al que Gabriel García Márquez regala los 100 mil dólares que le otorgan por ganar el Rómulo Gallegos, se hizo de un perfil y una fama únicos. 

“El MAS, una idea muy venezolana, irrumpe provocando admiración en la escena local y consiguiendo eco en el mundo, nada que ver con el espasmódico eurocomunismo posterior”, puntualiza Barroso. Es el primer partido que, sin desentenderse del sentido social, establece en su cartilla fundamental, como rasgo de identidad, la defensa del libre mercado. Lo que no dicen los estatutos de AD o Copei. “Es que los venezolanos estamos más cerca de Estados Unidos que de Dios”, confirmará después la liberal postura Teodoro Petkoff, fundador, señero político al que la revista Forbes escogió como uno de los más influyentes del mundo y un convencido de la idea de hacer del sueño igualitarista una propuesta democrática. 

Es la tesis de los que escogen el naranja como color referente y tienen como líder al catire nacido en Maracaibo, el político e intelectual, pensador y hombre de acción —en su biografía están desde la subversión, la cárcel y las respectivas fugas casi cinematográficas, hasta las culpas por aquello que no hizo, como el asalto al tren de El Encanto, autoría de Guillermo García Ponce—, y parlamentario que se acoge a la pacificación, claro, y asimismo autor entonces de un libro clave: Proceso a la izquierda (o de la falsa conducta revolucionaria). Publicado en 1968, por su franca crítica al imperialismo soviético, arde Troya. “Los soviéticos le hicieron la cruz”. Luisa Barroso resiente como tantos su desaparición física. “Fue siempre muy valiente”. La falta que hace. Él y todos aquellos que estuvieron en la nómina masista. 

Imán para la intelectualidad criolla que se interesa por sus fundamentos y estilo (Manuel Caballero, Carlos Raúl Hernández Ibsen Martínez) además de pensadores de la talla de Luis Bayardo Sardi o políticos tan preparados, lúcidos y comprometidos como por ejemplo Pompeyo Márquez, Freddy Muñoz, Eloy Torres y posteriormente Jean Maninat, todos, o casi todos enamorados del futuro —no faltará quien sucumba a las nostalgias por la ortodoxia— el MAS estrenará no solo fundamentos y formas de debate y participación, sino que creará su propia estética. Se le debe en buena medida a Pedro León Zapata, simpatizante insigne, y sin duda a Jacobo Borges, el artista plástico que tradujo en creación las ideas políticas del partido y concibió la imagen de puños y rosas y la del primer candidato presidencial con que se medirían en la contienda de 1973.
Con un cierto sentido lúdico, fundió al sombrío José Vicente Rangel, de traje y bigotes oscuros, con el popular médico de la estampita, léase José Gregorio Hernández. Aunque el afiche es muy ocurrente y fuera de lo común —larguísimo y angosto, a medida humana—, la idea era demostrar amplitud. Tener lo suyo pero dar a entender que habitaban la política del consenso. Así, en conteo de mayoría, escogen a quien entonces operaba como un defensor de los derechos humanos. Un hombre sin pasado comprometido con la lucha armada —aunque las armas no le serían indiferentes— y con quien, vale decir, no obtienen los resultados imaginados; igual, vuelven a escogerlo como opción para las elecciones de 1978. Por fin en 1983 apuestan por Teodoro Petkoff y Rangel, exmilitante de Unión Republicana Democrática pero nunca inscrito en el MAS, hace mutis.

Teodoro Petkoff tampoco conquistó en demasía las audiencias. El hombre que dijo alguna vez que su sueño era ser alcalde y luchar hombro con hombro con el pueblo y los ciudadanos, tan respetado como temido, de talante poco maleable —arisco a la hora de entrar por el aro de los tiquismiquis del marketing— y de una franqueza que no admitía edulcorantes, era el duro que se granjeaba aplausos en los públicos deseosos de conocer los intríngulis de una república gozona y ocurrente con fama de informal y laxa, a la vez que el duro que desestimaba las técnicas del besuqueo —el que se canjea por votos, amores nunca le faltaron—, de modo que se le escurrió al prototipo. El tiempo, sin embargo, lo convirtió en algo mejor, en gurú.
Tenía credibilidad pero no logró acceder al poder. O sí. De distintas maneras. El MAS, como partido, con él o no como candidato, creció en puntos neurálgicos de la geografía nacional: por un buen rato fue la organización política que dictó las políticas laborales y sindicales entre los trabajadores de la CVG —Petkoff se mudó a Puerto Ordaz a hacer política con las bases— así como fue el partido imbatible en Aragua, territorio sede de las más importantes empresas textileras del país. Cabrujas, también entrañable simpatizante, diría tras unas elecciones presidenciales infaustas que lamentaba que el MAS no superara en las urnas su 6 por ciento histórico. No sería tan así. Si cada cinco años el electorado favorecía ya a los adecos ya a los copeyanos, la gente destinaba al MAS el rol de vigilante, de denunciante, de defensor de la democracia. Depositaba con mayor preferencia en el buzón electoral —entonces las elecciones eran manuales— tarjetas pequeñas, con las que se escogía a parlamentarios o concejales. Las suficientes como para que constituyeran una fracción parlamentaria numerosa en el Congreso. En las elecciones de la descentralización la gente prefirió a masistas para encabezar gobernaciones en Zulia, Lara, Portuguesa, Aragua, Delta Amacuro.

Democrático por antonomasia, como en todas las organizaciones, grupos, paises que creen en las libertades y en el derecho de participación sin exclusiones, el MAS permitió la disidencia sin cortapisas; acaso esa misma condición entrañaría el ocaso del partido. Porque prosperaron en su seno no solo las tendencias. Era una fauna: tucanes, halcones y perros. La cosa es que cada subdivisión comenzó a hacer política a su aire. Tenían sus propias revistas y propuestas ¡y hasta formas independientes de financiamiento! Como en el país, que votó por quien luego clausuró al modelo que le permitió batir sus alas —y sacar sus uñas—, el MAS se volvió archipiélago. Tras varios lustros en los que llevó la batuta en denuncias de casos de corrupción y de propuestas de leyes que mejoraran la vida republicana, se extravía. 

Un exabrupto. Porque Teodoro Petkoff, a cargo del despacho de Cordiplán durante el segundo gobierno de Rafael Caldera, cargo al que accede tras una alianza entre el MAS y el líder de Convergencia —el propulsor de la pacificación deja a Copei y crea esta organización—, fue etiquetado por la prensa como “el superministro”. Habría sido un masista el responsable de la política económica durante el último gobierno democrático, en condiciones muy complejas: en el país petrolero y monoproductor, el barril del crudo que había tenido precios gloriosos, diez veces mayores, había descendido a 9 dólares, pero se toreó el trago amargo —nada comparable a lo que vendría después — con aquella inédita tripartita, el sueño político y económico por excelencia: el consenso entre estado, empresarios y trabajadores. 

¿Por qué el MAS desconoce este trabajo? De ese tiempo es la frase del economista, políglota y abstemio venezolano: “Estamos mal pero vamos bien”. El autor de libros sesudos dejaría unas cuantas frases más igual de imborrables: “Solo los estúpidos no cambian de opinión”. El partido decidió hacerlo, cambiar de opinión, y en este caso fue estúpida la decisión: apoyar a Chávez el golpista, el antisistema, el militar. Petkoff les dijo a sus excofrades: “Los espero en la bajadita”. Y se despidió de la militancia. De su propia creación.

El MAS, imaginando que ese regreso a la izquierda dura, radical, de la que abjuró en sus orígenes podría ser más que una reconciliación ancestral, se las juega embarcándose con la violencia y el discurso de revolucionario acaso creyendo que la ocurrencia los devolvería a la palestra; se alían con quien ha prometido cocer las cabezas de los adecos, ellos que siempre tuvieron cierta tirria a AD —aunque más cercanos en la paleta ideológica—, acaso por herencia: Gustavo Machado siempre resintió la marcha de Rómulo Betancourt de las filas coloradas, “y eso lo heredó el MAS”, diría Teodoro, según cuenta Luis Manuel Esculpi. Lo cierto es que en este proceso o poseso como le dice Zapata, el MAS no será tomado en cuenta, no demasiado, y cada vez menos, por el militar que los seduce y vendrá entonces el mea culpa de algunos, y la desbandada. La venida a menos. La bajadita. Entretanto Petkoff hará proyectos editoriales.

Como cooperativa, con varios socios y el capital mayoritario de Hans Newmann, fundará TalCual, tabloide también diferente, sin páginas de sucesos, con el deporte como contraportada portada y con la contundente editorial suscrita por Teodoro Petkoff como primera página. Desde el primer día define posiciones a favor de la democracia, ergo, será adversario del régimen. Un periodismo de denuncia e investigación al que tendrán cabida plumas de todos los sectores, todos, será la suya una línea crítica escrita con un verbo claro y raspao. Como el TalCual que dirigió Bayardo Sardi antes de que naciera oficialmente el MAS y fue censurado por los jerarcas rojos.

¿Bis? Aunque en la historia pueden repetirse eventos, prodigios y errores, y en política siempre puede haber renacimientos, mutaciones y enmiendas, ojalá, ahora mismo se espera lo innovador: una sexta república y líderes resteados tan audaces como los fundadores. ¿No hay madera? Sí la hay, el cangrejo lo constituye el escenario enlazado a una geopolítica compleja. 
Dramática. Inédita. Válido para el país y para el MAS, partido intervenido como todos, lo cierto es que, circunstancias terribles aparte, si se puede, llega a sus 50 echo jirones, en medio de una o dos pandemias y con discreto silencio, tras un recorrido histórico y luego de haber sido el lugar común de creadores e innovadores. Arriba a la fecha sin celebración. Ni siquiera un zoom. Una pena. Al partido lo toma por asalto la edad madura, desnudo con naranjas, y sin cuenta, aunque todos advierten la torta.







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