¡Basta de Hibernar!
Política 03/04/2021 08:00 am         


Hoy en Venezuela se estima que 90% de la población exige un cambio, mientras convierte su hambre y demás necesidades en los más visibles instrumentos de lucha



Por Egildo Luján Nava


Es lamentable que sea así, pero se ha convertido en un hecho común y predominante en el juicio; se trata de que lo característico en los países calificados con varios epítetos como en desarrollo, subdesarrollados, bananeros, del tercer mundo o cualquier otro término, son un reflejo de retardo en su avance tecnológico y social; también poseen altos niveles de pobreza, pero en ellos además existe una pequeña porción de la población que disfruta de alta solvencia y con serias capacidades para controlar la economía del país. Es una realidad que describe situaciones en las que el promedio cultural del país es deficiente y los niveles de ingresos son bajos; donde el grueso de la población tan solo puede preocuparse y ocuparse primordialmente de cubrir sus necesidades alimenticias básicas, si acaso. Mientras que los hechos terminan obligando a la juventud y a las nuevas generaciones, desde muy temprana edad y sin ninguna formación, a dedicarse a formar parte del sector obrero ganando salarios mínimos, como a tener que limitar sus posibilidades de crecimiento económico y de desarrollo social.

Esta real situación no permite que los pueblos y países colmados de pobreza y necesidades puedan preocuparse ni ocuparse de ideologías, de partidos políticos y mucho menos del desarrollo económico y social de los lugares donde residen, a la vez que su principal angustia es "matar el hambre" y rebuscarse un ingreso de la mejor manera posible. Eso, lamentablemente, los convierte en recursos pasivos, indefensos y seguidores del político o candidato de gobierno que más les ofrezca, dándo nacimiento a la perversa politiquería en la que se combinan los siameses históricos del paternalismo y del populismo, siempre abundantes en nuestro continente.

Es en esa combinación precisamente en la que el politiquero líder o burócrata ofrece dádivas y el pueblo se acostumbra a votar por el que más le regale; hace creer a ese líder que es dueño del país y que puede disponer de los bienes de la nación a su discreción, prácticamente como poseedor de un latifundio personal. Es un vicio histórico que termina convirtiéndose en el nacimiento y perdurabilidad de "caudillismos" y "dictaduras". Olvidan que su deber, obligación y hasta subordinación tiene que ser para el merecidamente calificado pueblo soberano que lo elige. Interesante decirlo una y otra vez: es que ese pueblo que lo elige es la sociedad civil, la cual ya cansada ha comenzado a unirse y a reclamar sus derechos. De hecho, hoy en Venezuela se estima que un 90% de la población está exigiendo un cambio, mientras convierte su hambre y demás necesidades en el más visible instrumento de lucha.

En el caso venezolano esta realidad histórica, que ha prevalecido durante toda la trayectoria republicana de la Nación, ha condenado al país a permanecer rezagado en su legítima demanda por su derecho al desarrollo; también a vivir sometido a la voluntad -por pasividad e ignorancia- de un caudillo o de un dictador disfrazado de presidente, y en el peor de los casos a un "cachuchazo" militar, convirtiéndolo en un cuartel a la vez que le da paso a cualquier falso izquierdista o resentido social de ocasión dedicado a justificar comienzos y desarrollos de supuestas luchas de clases, mientras inventan a sus útiles "Judas" que pasan a ser los culpables de su corrupción, sus malas gestiones y sus errores.

Hay que recordar que la consulta realizada por la sociedad civil venezolana el pasado 12 de diciembre de 2020 fue un campanazo de alerta. Y lo hizo dejando constancia de que con ello estaba anunciando su despertar como pueblo soberano. De igual manera que estaba dando una orden como mandato constitucional, con la que exigía el cese de la usurpación a la vez que demandaba la realización de elecciones libres promovidas por un Consejo Electoral imparcial, apoyado en un nuevo y legítimo registro comicial, en un control transparente y en una supervisión nacional e internacional calificada.

Definitivamente a los venezolanos les llegó el momento de no permitir imposiciones de ideologías o intereses de ningún tipo, atendiendo a finalidades ajenas a las de su nación. El país está en la ruina más extrema; ningún servicio público funciona medianamente bien; los niveles de producción de todo tipo están en las condiciones más críticas y la población está huyendo por millones con la expectativa de encontrar en algún lugar lo que su país le está negando, según la voluntad de quienes le dirigen y hablan de gobernarle. Mientras en muchos casos deambulan de algún lugar a otro, ante la ausencia de condiciones satisfactorias, en otras ocasiones tienen que someterse al ya habitual proceso de la humillación, del maltrato, de la xenofobia administrada como violencia corporal, y a la obligación de cargar con la violencia estimulada por desplazar a locales en las fuentes de trabajo.

Ya no cuenta ni priva, y tampoco importa, el hecho de que en la historia política latinoamericana, inclusive en la europea, exista siempre un capítulo que registra honrosamente los momentos cuando Venezuela, sin exigir mediatizaciones ni condiciones, abría las puertas para todo el que necesitara amparo y protección, o un lugar en donde permanecer mientras que el crimen y los criminales de sus países les perseguían. O, como lo citan otros, les impedían satisfacer necesidades de sobrevivencia acordes con lo que representan los derechos humanos. "Pueblo somos todos los ciudadanos que constituimos la gran sociedad civil", rezan las expresiones de quienes manifiestan estar cansados y saturados con la afirmación de que "algún día los duros momentos de hoy serán apenas un reflejo del recuerdo". Además de que esa misma ciudadanía constituye la innegable población que puede demostrar que sí son los dueños soberanos del país.

Guste o no escucharlo, no hay otros dueños; y son ellos los únicos que mandan, ordenan y pueden disponer. Es por eso por lo que también tienen cabida en los derechos ciudadanos, lo que representa el hecho de que Venezuela, integrada por más de 30 millones de ciudadanos, no puede seguir estimulando divisiones, mucho menos priorizando la incontenible promoción de intereses personales. Cada paso, acuerdo o manipulación dirigida a fracturar los propósitos sanos y legítimos a los que tiene derecho la ciudadanía, definitivamente, no puede ser admitido. Admitirlo se traduce en la cuestionable permisividad de quienes muchas veces desde la sombra terminan convertidos en un minúsculo sector dedicado a promover cada segundo de cada día la ruina del país.

No debería ser necesario citarlo y recordarlo: los venezolanos que quieren y trabajan por un país con futuro convertido en ejemplo de bienestar y no de ruinas, no pueden ni deben seguir divididos. De igual manera, los partidos políticos, como parte integral de la sociedad civil, deben unirse a esa misma sociedad para que todos unidos inicien la gran marcha hacia objetivos en beneficio de un pronto renacimiento democrático. Sólo así será posible demostrar ante el mundo de naciones amigas el verdadero deseo venezolano de rescatar al país. Pero además de darle repuesta al mandato de la consulta electoral del año pasado para reconstruir la vocación democrática que siempre distinguió a Venezuela y a los venezolanos, sumarnos al coro de naciones desarrolladas y democráticas del mundo hasta restituir el orden ciudadano, el bienestar social y el progreso de la que sí puede volver a ser una nación de trabajo, nunca más la que como hoy naufraga en la peor crisis de valores a la que ha sido sometida, mientras que los responsables de semejante tragedia sencillamente presumen de su supuesta ejemplar andanza.







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