Hablemos de polvos y lodos
Política 22/08/2021 08:00 am         


Dentro de la diversidad de factores y estructuras que es el Talibán, existe una poderosa presencia del yihadismo y son inocultables sus vínculos con Al-Qaeda



Por Manuel Salvador Ramos


El impacto que ha traído el desenlace de la situación afgana ha impactado las ópticas y preocupaciones de gobernantes, organismos y medios de comunicación. La problemática del país centro-asiático ha estallado ante los ojos del mundo, apareciendo consiguientemente enfoques diversos generados por comentaristas y periodistas especializados, por lo que la variedad y la riqueza analítica de ese material será suficiente para contribuir notablemente con la historiografía. Nuestra intención en estas líneas es fijar la atención de un nivel oculto en los pliegues del acontecer, no por mera obra de la casualidad, sino porque su propia naturaleza lo impregna de secretismos. Nos referimos al tópico que enfoca lo atinente a los recursos materiales y a la financiación dentro de los conflictos bélicos. En ese orden comenzaremos con un señalamiento bastante remoto encontrado en un libro que narra pasajes de la lucha en Cuba luego del desembarco del Granma:

"(…) En el transcurso de la guerra de liberación, el Movimiento 26 de Julio recibió el apoyo de los emigrados cubanos residentes en diversos países, destacándose la contribución de un grupo radicado en Caracas que recaudó QUINIENTOS DÓLARES (mayúsculas nuestras), los cuales fueron entregados en La Habana al Coordinador nacional del Movimiento 26 de Julio Marcelo Fernández Font…" ("Gobierno Revolucionario Cubano. Primeros Pasos". Luis M. Buch y Reinaldo Suárez).

Igualmente nos paseamos por textos, artículos de prensa y reportajes que nos dejan informaciones de índole parecida. Así nos encontramos, por ejemplo, con que dos grupos subversivos con notoriedad histórica como son el IRA irlandés y la ETA vasca, dependían en sus años de actividad más intensa del acceso a fuentes financieras que hoy veríamos como contribuciones en una verbena parroquial. Ahora bien, el propósito de estas referencias cuasi anecdóticas es contrastarlas con la realidad que hoy presenciamos. Es obvio que las circunstancias aceleradamente cambiantes del mundo contemporáneo y las transformaciones en el orden económico, determinan variaciones sustantivas en lo relativo a la financiación y a los métodos para apoyar ya no luchas políticas y/o subversivas sino actividades terroristas propiamente dichas.

La gestión en ese orden se equipara con el standard operativo de cualquier gigante transnacional y es por ello que en ese contexto se hace evidente no solo la presencia de organizaciones ad-hoc, las cuales sin duda siguen siendo estructuras funcionales, sino por un apoyo masivo que en forma subterránea proviene de gobiernos y países con gigantesco poder financiero en el concierto mundial. Es un secreto a voces que desde la década de 1970, Arabia Saudita y los países del Golfo financian con sumas multimillonarias la expansión del salafismo wahabita con el objetivo de convertirlo en la versión hegemónica del islam.

Esta versión o modalidad plantea una visión totalmente alejada de la praxis religiosa moderada que encontramos en los conglomerados que practican el credo musulmán en los países occidentales. Los wahabitas mantienen una interpretación primitiva y rígida del Islam y ello se materializa en el yihadismo, que en síntesis es el adoctrinamiento para la condena de la democracia y los valores occidentales señalándolos como incompatibles con el Islam. El salafismo es la base ideológica del autodenominado Estado Islámico (ISIS) y es la inspiración teórica de su brazo de lucha estratégica, Al Qaeda, así como también lo es de la mayor parte de los grupos terroristas islámicos que actúan en todos los continentes.

Es en este nivel de análisis donde caemos dentro del núcleo esencial de nuestro enfoque: la importancia determinante del negocio petrolero doblega a los países occidentales y al resto del mundo y los inhibe ante la ofensiva que abiertamente plantea la Yihad para la destrucción de sus basamentos existenciales. La progresiva radicalización islamista y el desarrollo de grupos yihadistas son el efecto acumulado de una masiva inyección de fondos saudís para la financiación de mezquitas, imanes, centros coránicos, escuelas religiosas, libros, viajes y becas de estudio. En países del sureste asiático y en la extensión insular de ese subcontinente (Indonesia, Malasia, Nueva Guinea, Filipinas), la presión del adoctrinamiento es tan intensa y sostenida que la organización juvenil musulmana más grande del mundo, la Gerakan Pemuda Ansor, ha denunciado reiteradamente el auge creciente del islamismo radical y el muy grave perjuicio que ello ha acarreado para la convivencia social de comunidades islamitas ya asentadas e integradas en diversos países del mundo.

Hace ya algunos años, el periódico alemán Süddeutscher Zeitung se hizo eco de un informe elaborado por los servicios de inteligencia, advirtiendo que el proselitismo del salafismo wahabita "…constituye una estrategia a largo plazo para influir en Europa y en el resto del mundo y desafortunadamente ha influido en los contenidos de la política exterior de Arabia Saudí y de los países del Golfo”. Entre las organizaciones responsables de la expansión del salafismo en la Unión Europea se destacan, según el aludido informe, la saudí Liga Mundial Musulmana, la kuwaití Sociedad para la Revitalización del Legado Islámico, —prohibida en EEUU desde 2008 por su apoyo a organizaciones terroristas— y la catarí Fundación Caritativa Eid.

Dentro de ese marco, suficientemente conocido pero también convenientemente disimulado, arribamos al episodio que hoy copa la atención planetaria por la indiscutible relevancia de sus derivaciones geopolíticas y por la complejidad de sus componentes. En estos momentos, en un país centroasiático, escenario de luchas ancestrales, “los Talibanes han ganado la guerra…”, según lo ha afirmado muy pragmáticamente Josep Borrell Fontelles. En honor a la verdad, más bien podría decirse que Occidente perdió Afganistán al derrumbarse una muy costosa carpa que albergaba la presencia disuasiva del contingente militar multinacional. Pero más que la discusión denominativa, lo imprescindible es aproximarnos a las implicaciones y las consecuencias de lo ocurrido, partiendo de lo que evidencian los componentes doctrinarios e ideológicos del talibanismo.

Lo planteado hoy día por los voceros talibanes es gobernar Afganistán de acuerdo a la estricta interpretación de la Sharia, la ley islámica, pero matizando las formas y las maneras. La directriz del Talibán busca exhibirse con una versión distinta a la mostrada en su anterior gestión gubernativa y para ello sus portavoces se han comprometido a respetar una serie de derechos básicos, buscando que los temores se disipen principalmente en lo referido a represalias contra sectores políticos adversos, en lo correspondiente a los Derechos Humanos y con mucho más énfasis, en lo concerniente al status de la mujer afgana. No obstante, dentro de esa diversidad de factores y estructuras que es El Talibán, existe una poderosa presencia del yihadismo y son inocultables sus vínculos con Al-Qaeda. De esa apreciación se derivan los lógicos temores que pesan sobre el recién bautizado Emirato Islámico de Afganistán. ¿Se convertirá a la larga en un bastión del expansionismo radical, máxime cuando el conjunto geopolítico de USA y la Unión Europea ha quedado notablemente golpeado en esta coyuntura?

La respuesta a esta incógnita la traerá la marcha de la historia...





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