El Nuevo Partido Republicano
Política 19/09/2021 08:00 am         


Un partido reñido con las ideas y las ideologías; también con la ciencia, el conocimiento, el mérito, la razón y la realidad misma



Haber alcanzado por primera vez la presidencia con la figura de Abraham Lincoln, como lo hizo el partido Republicano en 1864, no es poca cosa. Al haber preservado la unión de Estados Unidos, dado la libertad a los esclavos, hecho en su discurso de Gettysburg la mayor elegía a la democracia de la que se tenga memoria y sentado las bases iniciales para la reconciliación nacional y la integración de la raza negra, Lincoln se erigió como el mejor Presidente de la historia de ese país. A poco de iniciarse el siglo XX, los Republicanos llevaron a la Casa Blanca a otro de los gigantes de la democracia estadounidense: Teodoro Roosevelt. Gran campeón de la lucha contra los monopolios y el capitalismo salvaje y proa de la era progresista. Fue, a la vez, el primer Presidente en proyectar a su país como gran potencia mundial y el precursor del ambientalismo en el mundo.

Más recientemente los Republicanos llevaron a la Casa Blanca a un prohombre como Dwight Eisenhower y algún tiempo después a Richard Nixon. Mientras el primero dotó de infraestructuras a la nación, el segundo, a pesar del estigma Watergate, llevó adelante una de las políticas exteriores más articuladas que haya tenido ese país, abriendo las compuertas con China. Correspondería a otro Presidente Republicano, Ronald Reagan, erigirse como gran iconoclasta del orden internacional heredado y apuntar no a la convivencia sino a la destrucción del comunismo soviético. Lo que pareció en su momento como una apuesta arriesgada se transformó en éxito rutilante. A ello sumaría echar abajo el orden económico heredado para lanzar a los cuatro vientos, en estrecha colaboración con Margaret Thatcher, la economía de mercado. Aunque un solo período presidencial. Su sucesor, el también Republicano George HW Bush, sentó las bases del orden internacional de la post Guerra Fría, aunque un sólo período resultó insuficiente para consolidarlo.

El denominador de todas las figuras citadas fue la coherencia de sus políticas y el alto sentido estratégico y racional que las animó. Incluso el segundo de los Bush, a quien pueden criticársele la prepotencia y el unilateralismo de su política exterior, exhibió una visión articulada de la misma. Por más que se disintiese de las premisas neoconservadoras, nadie podría negar la sólida base conceptual de éstas.

¿Cómo se pasó de allí a un partido Republicano no sólo reñido con las ideas y las ideologías sino también con la ciencia, el conocimiento, el mérito, la razón y la realidad misma? Un partido que se nutre y gira en torno a las más alocadas teorías de la conspiración y que esgrime las posturas más extremas como banderas aceptables. Un partido que ha cohonestado el desconocimiento de unas elecciones legítimas y que, a través de las asambleas legislativas bajo su control, se dedica a aprobar leyes que hacen cada vez más restrictivo y difícil el voto. Un partido donde sus gobernadores más representativos prohíben el uso de las máscaras en las escuelas en momentos en que la variante Delta hace destrozos y donde los estados bajo control Republicano se caracterizan por altos niveles de rechazo a la vacuna contra eso Covid-19. Un partido que se apertrecha en su identidad blanca a contracorriente de la diversidad racial y étnica del país.

Varias razones permitirían explicar cómo se llegó allí. Primero, el pluto-populismo Republicano. Es decir, la presencia de grupo de plutócratas que se dedicó a fomentar el populismo dentro del partido como mecanismo para controlarlo. Ello, con el objetivo de poner en marcha políticas afines a sus objetivos patrimoniales. Segundo, la erosión de los principios democráticos dentro del liderazgo Republicano. Ante la constatación de que la nueva configuración racial y cultural del país los desfavorecía, se han dedicado durante años a la supresión del voto de las minorías. Una vez situados dentro de un pragmatismo a contracorriente de los principios, ha resultado fácil deslizarse hacia el desconocimiento de las reglas mismas del juego democrático.

Tercero, la capacidad para vivir dentro de ecosistemas informativos cerrados que alimentan realidades virtuales. El emerger de las redes sociales y la radicalización de algunos medios de comunicación social, han permitido la creación de un mundo volcado sobre si que se nutre de mitos y teorías de la conspiración. Cuarto, la aparición de un demagogo sin principios como Trump que fusionó las enseñanzas de Goebbels, según la cual una mentira suficientemente repetida se convierte en realidad, con el cabal dominio de las redes sociales y del “reality show”.

Devolver el genio a la lámpara, una vez salido de ella, pareciera imposible. Sin embargo, un partido Republicano planteado en estos términos es no sólo un anatema a todo lo que Abraham Lincoln representó, sino también a los ideales que animaron la labor de los padres fundadores de ese país. Más aún, representa una amenaza a la democracia en su país y en el mundo y la vía más directa para propiciar el declive histórico de Estados Unidos.









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